Julio Verne, un viajero en Vigo
El 1878 el padre de la ciencia ficción recaló en la misma ría en la que había hecho navegar a Nemo y su Nautilus. Una exposición en el MARCO recorre su universo literario y sus dos visitas gallegas
Tendrían que pasar diez años para que Julio Verne contemplase con sus propios ojos la ensenada de San Simón y el estrecho de Rande, el mismo escenario en el que su pluma situó, el 18 de febrero de 1868, al Nautilus del capitán Nemo y sus «Veinte mil leguas de viaje submarino». En el octavo capítulo de la segunda parte de la novela, el propio Nemo relata a su prisionero, el profesor Pierre Aronnax, la batalla de Rande de 1702 y el asalto de ingleses y holandeses a los galeones españoles que la leyenda imagina todavía cargados con infinidad de riquezas llegadas desde América. Los supuestos tesoros hundidos en la ensenada —una ambición popularizada en la Europa del siglo XIX— sirvieron al escritor francés como acaída fuente de financiación para la ambiciosa expedición de Nemo y situaron en la literatura universal la ría que él mismo visitaría andados los años.
El padre de la literatura de ciencia ficción, exponen los comisiarios de la exposición «Julio Verne: Los límites de la imaginación» , visitó Vigo en dos ocasiones y en ambas «llegó por casualidad». En la primera, para refugiarse del mal tiempo; en la segunda, en 1884, por una avería mecánica en el barco que lo transportaba, el Saint Michel III. En ambas, «gozó enormemente de la ciudad, demoró en su estancias varios días y se integró en la vida social».
Verne participó en bailes organizados por la sociedad local La Tertulia, asistió a la procesión del Cristo de la Victoria desde los balcones del Casino, acudió con asiduidad al Hotel Continental para enviar y recoger su correo, frecuentó el Café Suizo para leer la prensa internacional o subió a O Castro para contemplar desde allí la ría de Vigo, una vista que el narrador calificó de «magnifica». Este especial nexo del escritor francés con la ciudad olívica enriquece con un capítulo ad hoc la exposición de la Fundación Telefónica que desde el 19 de abril, y tras recorrer los espacios de la entidad en Madrid y Argentina y el Centro Niemeyer de Avilés, se puede visitar en el Museo de Arte Contemporánea (MARCO) de Vigo.
Proezas que fueron reales
La muestra, disponible hasta el 16 de septiembre, plasma el profundo interés de Julio Verne por la ciencia —es precisamente esa inquietud del autor la que llena de verosimilitud sus relatos— y repara en las fronteras entre la ficción y la realidad, diseccionando el universo verniano a través de 27 personajes históricos que entre mediados del siglo XIX y principios del XX materializaron muchas de las proezas avistadas por la pluma del escritor francés. En la sección específica preparada con el asesoramiento de Eduardo Rolland para el paso de la exposición por Vigo, el visitante podrá aproximarse a una maqueta del Saint Michel III —el navío cuya avería propició la segunda estancia del autor de «Viaje al centro de la Tierra» en Vigo—, admirar un traje de buceador original del siglo XIX, grabados holandeses de la batalla de Rande o una moneda inglesa acuñada con metales preciosos obtenidos por los británicos en el asalto a los galeones españoles. La sección incluye un repaso a los transportes marinos de la época, con imágenes del Great Eastern, el mayor trasatlántico del momento, en el que Verne viajó en 1867; maquetas de los primeros paquebotes comerciales del XIX, o las primeras fotografías submarinas realizadas a más de 50 metros de profundidad por el biólogo Louis Marie Auguste Boutan, todo ello, gracias a la colaboración de colecciones particulares e instituciones museísticas dispares, como el Museo do Mar de Galicia, el Museo d Pontevedra, el Museo Massó o el Museo Municipal Quiñones de León, así como la Autoridad Portuaria de Vigo.
Sus personajes y bestias
La exposición arranca con una recreación del gabinete de Verne, un espacio de trabajo que sirve de marco para la exhibición de piezas destacadas como la primera edición de «Veinte mil leguas de viaje submarino», que por circunstancias históricas se publicó antes en España que en Francia; una serie de ilustraciones sobre personajes de sus novelas, desde Phileas Fogg al capitán Hatteras; una proyección audiovisual dedicada a las bestias y monstruos imaginados por el escritor, o una selección de inventos e ingenios de la época incorporados con celeridad en sus libros, como el telégrafo o la bobina de Ruhmkorff.
La fuerte relación entre la literatura de Verne y el avance real del conocimiento y la técnica es una constante en la exposición. Casi siempre en paralelo, y en ocasiones incluso por delante de los hechos, sus obras son testigo del progreso que caracterizó la segunda mitad del siglo XIX.
En «La vuelta al mundo en 80 días», por ejemplo, Verne retrata, a través del desafío propuesto por Phileas Fogg, el desarrollo vertiginoso de los medios de transporte. En torno a la aventura descrita en esta obra, la exposición de la Fundación Telefónica reúne más de treinta fotografías de época pertenecientes a la colección Clark & Joan Worswick, muchas de ellas tomadas en países exóticos de Oriente Medio o testigos de civilizaciones hoy perdidas, como la China imperial. También presente, la figura de Nellie Bly, la periodista norteamericana que en su particular vuelta al mundo —invirtió 72 días en la empresa rompiendo la marca de la aventura del caballero Fogg— incluyó una parada en Amiens para visitar a Verne. En la muestra tienen hueco también otras odiseas propias de la carrera por ensanchar los límites del mundo conocido en un combate desigual contra la naturaleza helada de los polos. Así, en el MARCO se hacen hueco diez imágenes rescatadas en 2013 en los hielos de la Antártida (exhibidas por primera vez en España) de la fatídica expedición con la que sir Ernest Shackleton —como el capitán Hatteras de las aventuras imaginadas por Verne— intentó atravesar el polo sur en 1914-1917.
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