Raquel Cánovas - CUENTOS CORTOS PARA SER FELIZ

Tolo y la voz de su corazón

Harto de que el desconocido insistiera en decirle lo que hacer, le pegó una paliza de argumentos y lo mandó a freír monas

RAQUEL CÁNOVAS

Había una vez, en un lejano planeta, más allá de la luna, un hombre que siempre hacía justo lo contrario de lo que su corazón sentía .

Caminando por su planeta, un día cualquiera se encontró una planta que desprendía una extraña luz. Como en su planeta jamás había visto una cosa así, decidió arrancarla y guardársela en el bolsillo porque era muy chula.

Quién sabe qué extraños poderes tendría aquella planta. La cuestión es que, desde que la cogió, Tolo –que así se llamaba el hombre- empezó a encontrarse con mucha frecuencia con un hombre que se parecía mucho a él, pero más alegre , y tan alegre era, que a Tolo se le figuraba que era de otro planeta.

El hombre aparecía cuando Tolo iba a trabajar, por ejemplo, y le decía cosas muy extrañas, tales como: «deberías cambiar de trabajo y dedicarte a algo que realmente te guste» . O bien se presentaba cuando Tolo estaba con algunos amigos y le decía «deberías hablar con tu mamá, que está preocupada por ti». Le decía qué música escuchar (que no era la misma que la que le gustaba a sus amigos y la gente que conocía), qué comida comer…

Tolo estaba ya más que harto de que aquel desconocido insistiera tanto en decirle lo que debía hacer y un día le pegó una paliza de argumentos y lo mandó a freír monas . Además, tiró la planta luminosa, por si acaso tenía algo que ver.

Siguió entonces Tolo con su día a día, sólo que algo iba cambiando en Tolo: estaba menguando, perdiendo el color.

La gente que veía a Tolo le preguntaba: «¿qué te pasa Tolo, estás perdiendo el brillo?» Pero Tolo no sabía qué contestar. Además, cada día estaba más y más triste . Y esa tristeza llamó a un duende llamado indiferencia que se instaló a vivir en Tolo. Este duende hizo que a Tolo todo le diera igual: no se acercaba a él ni la tristeza ni la alegría.

Se sentó en un bosque de su planeta a ver la vida pasar, y se fue convirtiendo en piedra.

Cuando se habían petrificado sus pies, volvió a aparecer por allí el hombre que siempre le decía lo que tenía que hacer, quien después de la paliza de argumentos, y de que Tolo lo hubiera mandado a freír monas, se había hecho del tamaño de una hormiga.

Tolo ya no lo podría escuchar, pues ¿acaso alguien ha escuchado alguna vez la voz de una hormiga?

Poco a poco Tolo se terminó de convertir en piedra.

En torno a él se creó esta leyenda que ahora lees y que los antiguos cuentan con esta moraleja:

«Si reduces la voz de tu corazón al tamaño de una hormiga, perderás tu brillo . Al hacerlo, llegará la tristeza. Tras ella, el duende de la indiferencia hará que veas la vida pasar desde tu bosque, convertido en piedra».

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