Salvador Sostres - Todo irá bien
Gresca otra vez
Lo que por 20 euros puedes llegar a comer en Gresca, en Barcelona, es tan extraordinario, que el resto de restaurantes del mundo tendrían que cerrar, por farsantes y ladrones
No llevo la cuenta pero seguramente sobre el restaurante que más he escrito es sobre Gresca y el cocinero al que más veces he nombrado, en términos de absoluta reverencia, es Rafa Peña.
La semana pasada entendí por qué, y es algo parecido a lo que ocurría en El Bulli. Acababas cada temporada con una mezcla de emoción y de nostalgia, la emoción de todo lo que habías descubierto aquel verano y la nostalgia de saber que jamás te lo volverías a comer. Sin embargo, con el tiempo, sólo la emoción perduraba y la nostalgia se desvanecía cuando te adentrabas en los prodigios de la temporada siguiente. Es lo que también sucede con Apple. Si crees que el iPhone X no es demasiado distinto del que lo precedió haz la prueba de intentar hacer algo con un iPhone 7 y te parecerá que estás acariciando una pierna ortopédica. La del pirata cojo, con pata de palo y parche en el ojo.
La anterior carta de Gresca fue extraordinaria. Al coincidir con la apertura de Rilke se mantuvo muchos meses en cartel y pudimos enamorarnos de ella, fundar una familia, hacerle hijos, serle infiel y hasta volver a hacernos compañía y pasar juntos la vejez. No fueron unos platos, fue nuestra vida. No íbamos a comer a Gresca. Quedábamos con Gresca para ir a comer juntos. Mi unicornio y yo hicimos amistad, un poco con amor, un poco con verdad.
Y bien, Rafa finalmente encontró el tiempo de pensar los nuevos platos, y de afinarlos, y la nueva carta llegó y el primer día que la vimos escrita fue como si nos hubieran arrancado algo, como si al llegar a casa tu hija se hubiera marchado y te hubiera dejado a solas con tu esposa; ese silencio, esa orfandad. Pero enseguida que nos fueron trayendo lo nuevo, la orfandad mudó en nuevo amor total, como si la hija pródiga hubiera regresado sin solución de continuidad, y la actual carta de Gresca -como creo haber escrito de todas- es la mejor de su historia. Por los guisantes, por el tartar, por la pasta cambiante de Alberto, por las sepias con tomate, por el bikini de «trompetes de la mort». Y también porque cada día queda no superada, pero sí desbordada por el menú de mediodía que incomprensiblemente la casa ofrece por 20 euros. Lo que por 20 euros puedes llegar a comer en Gresca, en Barcelona, es tan extraordinario, que el resto de restaurantes del mundo tendrían que cerrar, por farsantes y ladrones. Especialmente los de Londres. Y también los de Manhattan.
No creo que haya nada mejor que puedas hacer con tus 100 euros que ir a quemarlos a Gresca para almorzar. Y verlos arder toda la tarde, mientras cae la oscuridad como caen las botellas de vino. Cien euros es lo que nos cuesta a nosotros, claro, que hemos venido al mundo a amarlo desesperadamente y cada día, porque nadie nos ha prometido un mañana. Pero cualquiera puede salir por menos y ser igualmente feliz. A fin de cuentas ser yo es muy cansado y no conozco a nadie suficientemente fuerte para lograrlo. Algunos lo intentaron y se rindieron a la mitad.
Gresca en la barra, con vistas a la cocina. Gresca en el bar, con vistas a nuestra felicidad. Gresca cualquier día de tu vida, y el día siguiente. Gresca incluso con sus vinos biodinámicos -¡Jesús, que obsesión!- que tendrían que venderse con aplicador, porque incluso el más macho tiene la sensación cuando los bebe de que en cualquier momento menstruará. Gresca como quieras y como puedas, y con muda de recambio porque mancharás. Pero Gresca. Y lo que luego pase, qué màs da.