Sergi Doria - Spectator in Barcino

Palau i Dulcet y la bibliofilia

La información bibliográfica consultable en la red no es más que la punta de un gigantesco iceberg del saber

Una libreria de viejo, en Sevilla J. M. SERRANO

Hoy cualquier consulta se soluciona navegando en Google o consultando la Wikipedia, pero hubo un tiempo en que todo lo que se quería saber del mundo del libro solamente se encontraba en los libros. Este año se cumple el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de Antoni Palau i Dulcet (1867-1954), el librero que creó la primera base de datos del libro hispanoamericano.

Nacido en Montblanc y regente de dos librerías en las calles San Pablo y Pelayo, en 1906 Palau comenzó a trabajar en su «Manual del librero hispano-americano», monumental recopilación bibliográfica a la que consagraría dieciséis años de su vida. Con doscientos mil títulos catalogados, ficha por ficha, el «Manual» conocería, años después, una ampliación a cargo del hijo del librero.

Si se pasan por la Biblioteca de Catalunya no se pierdan la consulta de esta obra única que imprimió Octavi Viader en Sant Feliu de Guíxols. En el prólogo a la primera edición, Palau compone la genealogía histórica de los libreros y evoca, con cierto tono elegíaco, las elevadas aptitudes que el gremio exigía en el siglo XVIII para poder ejercer el oficio cuyo aprendizaje duraba cuatro años.

Además de guardar buenas costumbres y atesorar una acrisolada honradez, el librero debía saber latín y leer griego: «Los estudios podían empezar a cualquier edad, pero hasta cumplir los veinte años no era posible examinarse. El examen tenía lugar en presencia de los síndicos y si se sacaban buenas notas se obtenia el carné de aprendizaje. Luego seguían cuatro años más de ensayo, y después de estos ocho años prescritos por las leyes, se adquiría la patente de librero por cuatro mil reales», apunta Palau.

A mediados del siglo XIX, quedaba muy poco de aquellas exigencias ilustradas: más de una joya de la bibliofilia acabó convertida en pasta de papel o perdida entre montones de libros que se vendían baratos en la Lonja, junto a la calle del Consulado. Algunas bibliotecas de conventos, víctimas de la desamortización liberal y las «bullangues» anticlericales de 1835 fueron a parar a los puestos de venta callejera. Como explica Palau, el libro antiguo llegó a ser tan barato que los precios a la baja hacían desconfiar al comprador potencial de la autenticidad de lo que se le ofrecía: «Despreciaban las ocasiones, abandonando piezas que luego han valido un dineral», escribe.

Hacia el año 1890, un libro antiguo que costara diez o doce reales ya se consideraba caro. El librero Palau recordaba haber contemplado, en abigarrada mezcolanza, incunables en letra romana y góticos italianos de Dante y Petrarca... Pese a su relevancia, nadie los compraba: «Una ejecutoria de nobleza del siglo XVI en vitela y miniaturas, se eternizó en los apartados de a peseta; la vimos reaparecer en muchas ferias y nadie le hacía caso... En los montones de a real vimos figurar primeras ediciones de nuestros clásicos castellanos, las comedias y autos de Calderón de la Barca, las obras de Montalván, Guevara, las referencias a la América de Acosta y Bartolomé de las Casas, las relaciones de nuestros misioneros, los tomos de opúsculos y folletos del siglo XVII, luego tan codiciados; en fin, verdaderos tesoros que a nadie interesaban y cuya destrucción parecía inevitable».

El testimonio de Palau demuestra hasta qué punto la información bibliográfica consultable en la red no es más que la punta de un gigantesco iceberg del saber. Si echan una ojeada al «Manual del librero hispano-americano», además de constatar el papel crucial de Barcelona en la cultura española, podrán conocer obras que tal vez se perdieron para siempre o que valdría la pena adquirir... si todavía se pueden encontrar en las librerías de viejo.

Si a eso le añaden la lectura estival de «Una soledad demasiado ruidosa» de Bohumil Hrabal, con aquel protagonista que leía los libros que la censura comunista enviaba a la trituradora, comprenderán la pasión bibliófila del Palau i Dulcet y nuestro amor por el libro en papel al que sigue sin vencer el tan cacareado ebook.

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