Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO
Orwell, Barcelona, mayo del 37
Las ametralladoras acribillan el rótulo del Moka. La «razzia» estalinista ha comenzado. Orwell se refugia en las cúpulas del Poliorama...

Hace ochenta años estalló otra guerra civil en la zona republicana. La revolución anarquista, con sus «paseos» y quemas de iglesias, dio paso a la industrialización soviética del crimen; si Moscú era capital de las purgas de Stalin, Barcelona constituía una aventajada sucursal. La primavera del 37, la guerra ya estaba perdida: mientras Franco unificaba a la Falange y los carlistas, en Barcelona la CNT y la UGT iban a tiro limpio el Primero de Mayo: «La tan cacareada capital revolucionaria, fue probablemente la única ciudad de la Europa no fascista que no celebró ese día», escribe Orwell en «Homenaje a Cataluña».
Comenzaba así una guerra entre el anarquismo y el comunismo de obediencia moscovita que duraría cuarenta años sin que, en este caso, Franco tuviera mucho que ver. El 3 de mayo, la CNT ocupó el edificio de la Telefónica (hoy edificio Movistar). Los bandos se clarificaron: anarquista y pumistas contra estalinistas del PSUC, Esquerra y «escamots» separatistas de Estat Català.
El paisaje urbano de aquella guerra intestina es fácil de recorrer con el libro de Orwell entre manos. El observatorio de la Academia de Ciencias y Artes -edificio del entonces cine Poliorama-; el hotel Colón de plaza Cataluña (luego Banesto), cuartel general de los comunistas, con nidos de ametralladoras en las «os» del rótulo; el hotel Falcón, al final de la Rambla, especie de pensión del POUM donde se alojó el escritor con su mujer; el café Moka, junto a la que fue sede del POUM... Adoquines reconvertidos en barricadas. En la Boquería van cerrando las paradas. Orwell se compra un queso de cabra que guarda en el macuto junto a las bombas de mano.
Las ametralladoras acribillan el rótulo del Moka. La «razzia» estalinista ha comenzado: Orwell se refugia en las cúpulas del Poliorama aferrado a su queso de cabra; pasará tres días: «Me sentaba en la azotea maravillado de lo absurdo de todo aquello... Desde el observatorio, daba la impresión de que las Ramblas, una de las calles principales de la ciudad, formaban una línea divisoria. A la derecha, los barrios obreros eran anarquistas, y a la izquierda se libraban confusos combates en los tortuosos callejones, aunque esa parte estaba más o menos controlada por el PSUC y los guardias de asalto».
Como es sabido, la batalla del 37 la ganaron los comunistas: el POUM fue puesto fuera de la ley, Nin asesinado y sus militantes acusados de espías franquistas. Jorge Semprún recordaba de su paso por Buchenwald que anarquistas y comunistas hacían vida aparte, ante la perplejidad de los nazis.
Cuarenta años después de los hechos de Mayo, los sindicatos socialistas (UGT) y comunistas (CC.OO) se repartieron el patrimonio cenetista y se truncó cualquier posible renacimiento anarcosindicalista (léase caso Scala). Hoy como nunca hay que leer o releer a Orwell, lúcido profeta de la «posverdad». En «1984» detectaremos las trampas de la «neolengua» y el «doblepensar». En «Homenaje a Cataluña» comprenderemos que en la República del 37 no quedaban republicanos: que el denominado «antifascismo» no tenía nada de democrático.