José Rosiñol - Tribuna Abierta

La «cuestión catalana»

Parece que nuestra democracia adolece de una especie de pecado original, un complejo iniciático, desde el principio hemos creído que el relato sociopolítico catalán coincidía a la perfección con la narrativa nacionalista

No aprendemos, parece que la comodidad de la costumbre, la desidia de la rutina, hayan convertido en tradición la asunción de ciertos arquetipos políticos originados en los comienzos de nuestra (ya no tan joven) democracia, algunos medios de comunicación editados en Madrid insisten dócilmente en reproducir automáticamente toda la propaganda y la hiel generada por el nacionalismo catalán, existen ejemplos paradigmáticos como publicar acríticamente los resultados del Centro de Estudios de Opinión (organismo dependiente de la Generalitat), dando por válidos resultados que están diseñados para sustentar la hoja de ruta del “prusés”.

Esta actitud tiene dos derivadas principales y sus repercusiones son claramente sociopolíticas, por un lado se fomenta el más que asfixiante desierto informativo en Cataluña, ahoga la poca pluralidad mediática que sufrimos los catalanes, no hemos de olvidar que los regímenes tendentes al totalitarismo como el nacionalismo convierten la información en propaganda, si en la actual deriva autoritaria de Erdogan se dedica a cerrar medios de comunicación, el nacionalismo catalán lleva años comprándolos, imponiendo una línea editorial y narrativa inequívocamente doctrinaria, de ahí sorprende que los medios no sujetos a la telaraña de subvenciones, prebendas y presiones políticas no ejerzan de cuarto poder en Cataluña, sorprende que nadie (o muy pocos) quiera (o se atreva) a llenar el espacio mediático catalán.

La segunda derivada es más preocupante si cabe, para poder ejercer nuestros derechos democráticos, para poder tomar decisiones racionales necesitamos una variedad suficiente de fuentes de información veraz, el problema radica en que con actitudes como las que comentaba más arriba con los datos del CEO, se legitiman unos “estudios” claramente performativos y no se da otra opción, otra visión que investigue en los fundamentos del mismo, con ello, se ayuda a convertir en aparente información lo que no es más que propaganda, y como es lógico, reforzamos lo buscado por los próceres de la Generalitat: imponer el relato nacionalista como si de una verdad irrefutable se tratase.

Pero este fenómeno se agudiza en la sutilidad del lenguaje, veamos cómo recogen algunos titulares el último capítulo del golpe de Estado por fascículos que se está perpetrando desde el Parlament, veamos: “la cuestión catalana”, “el desafío catalán”… ¿cómo es posible que se acepte como válido una visión univoca de lo que es Cataluña?, ¿cómo es posible que nadie haga hincapié en la pluralidad de la sociedad catalana?, ¿cómo es posible que se siga asumiendo que el nacionalismo catalán es Cataluña?, ¿acaso no ven el tremendo error que supone silenciar a una mayoría de catalanes no separatistas?, lo que ocurre en Cataluña no es una cuestión catalana, es la obsesión de una oligarquía nacionalista por acaparar todos los recursos de Cataluña.

Parece que nuestra democracia adolece de una especie de pecado original, un complejo iniciático, desde el principio hemos creído que el relato sociopolítico catalán coincidía a la perfección con la narrativa nacionalista, de hecho se ha legitimado indolentemente que los partidos nacionalistas acaparen y monopolicen la arena social y política catalana y, lo que es más “sorprendente”, que condicionen el desarrollo institucional de una España de la que renegaban, antes con más discreción y, desde hace pocos años, sin ningún rubor.

El acaparamiento mediático, simbólico y discursivo al que nos somete el independentismo es irrespirable y opresivo, de hecho nos ha llevado a una inversión de la realidad y de la moral más propia de patologías síquicas que de escenarios políticos democráticos, en Cataluña ya no hace falta repetir mil veces una mentira para que se convierta en verdad, la mentira y el cinismo forma parte de la esencia de los relatores del separatismo, es el modus operandi del “prusés” y el modus vivendi de una legión de “prusesistas” adictos a las dádivas del erario público.

JOSÉ ROSIÑOL ES FUNDADOR DE SOCIEDAD CIVIL CATALANA

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