Fernando Conde - Al pairo

El tren

«Con más voluntarismo -o intereses, ¡vaya usted a saber!- se planteó aquella quimera que hoy ha devenido en quebradero de cabeza para todas y cada una de las administraciones metidas en el ajo»

El tren no será enterrado, ¡larga vida al tren! , deberían gritar en Valladolid ahora que saben que lo único que va a quedar sepultado para siempre es la esperanza de desbordar una de las dos orillas, la amurallada, de su particular Mesopotamia. Los vallisoletanos han estado más de una década soñando con ver cómo, una vez borrada de la faz de la tierra la sierpe a la que iba a dar muerte un Hércules llamado Richard Rogers , el Pisuerga pasaría a ser el único escollo que dividiera el valle de Olid. Pero por obra y gracia de la crisis económica y de la fiesta que la precedió, ese sueño se ha tornado en pesadilla común. Con más voluntarismo -o intereses, ¡vaya usted a saber!- se planteó aquella quimera que hoy ha devenido en quebradero de cabeza para todas y cada una de las administraciones metidas en el ajo. Y el problema es que el agujero económico se ha tornado en agujero negro que amenaza con engullir no sólo el propio sueño sino también a quienes lo soñaron y firmaron su coste con intereses, esta vez bancarios.

La cosa no pinta nada bien. Los que habían prestado la pasta querían lo suyo y quienes se habían comprometido a devolverla no la tenían - qué fácil es disparar con pólvora del rey -. Así que, visto lo visto, al final seguramente no vaya a parecer tan mala solución la de metamorfosear el término «soterramiento» por el de «integración» . Un eufemismo como otro cualquiera para explicar que el tren va a seguir ahí, pero que le vamos a poner flores a las pasarelas y túneles, a limpiarlos y adecentarlos y, en el mejor de los casos, a regalarle alguno de más a la ciudad, si el parné da para ello. A cambio, además, la ciudad perderá posesiones en favor del pez grande; y agradecidos. Al final es como si a los vallisoletanos, que habían pedido una preciosa Barbie con complementos, les fueran a traer una feúcha Monster High de imitación. Por eso quizá tampoco convenga echar en saco roto todo lo que ha pasado hasta la fecha, que en esto de Valladolid Alta Velocidad hay quien también ha aprovechado para vivir como la alta sociedad -y a ver quién les quita ahora lo bailado-. Pero sea como fuere, lo cierto es que la Valladolid integrada y escoltada sólo por esa frontera irrenunciable que dibuja el río a su paso, no será ya posible. El tren, con todos sus «adiftamentos», seguirá siendo paisaje urbano en Pucela, per secula seculorum. Amén.

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