Antonio Illán Illán
Una Tristana de lo más realista
La adaptación de Eduardo Galán ha salvado con dignidad los obstáculos en el Teatro de Rojas
![Olivia Molina y Alejandro Arestegui](https://s3.abcstatics.com/media/espana/2018/02/25/tristana.-khRD--1240x698@abc.jpg)
Título: Tristan a . Autor: Benito Pérez Galdós . Adaptación: Eduardo Galán con la colaboración de Sandra García . Dirección: Alberto Castrillo-Ferrer . Intérpretes: Olivia Molina, Diana Palazón, José Luis Ferrer y Alejandro Arestegui . Vestuario: Cristina Martínez. Iluminación: Nicolás Fischtel . Música original y espacio sonoro: Tuti Fernández . Producción ejecutiva: Secuencia 3 . Escenario: Teatro de Roj as .
El Teatro de Rojas de Toledo nos ha ofrecido la dramatización de una novela de Benito Pérez Galdós, Tristana. Pasar una narración de tesis a pieza teatral no es tarea fácil nunca. Hacerlo con un texto de Galdós, sabiendo la cantidad de hilos de los que se vale el canario para tejer sus historias, redobla la dificultad. Si, además, sobre esa novela hay también una película de éxito artístico, como la que realizó Buñuel, la apuesta dramatúrgica es de órdago. Creo que Eduardo Galán ha salvado con dignidad los obstáculos y nos muestra en su adaptación los ejes básicos de la concepción galdosiana.
Acaso en la novela Tristana (1892) se oigan ecos del mito de Tristán e Iseo de donde acaso proceda el nombre de la protagonista, o del El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, prototipo del carácter y hábitos amorosos del don Lope galdosiano; el cerevantismo también es algo patente. Lo que es seguro es que Galdós, en su contexto de finales del siglo XIX y principios del XX, significa la superación total de la literatura pedestremente realista y plúmbeamente reaccionaria y burguesa e incorpora y supera los elementos naturalistas de inspiración zolesca, pasando a un realismo más espiritual. En esta Tristana vemos un diálogo natural, una preocupación social y un cierto simbolismo espiritualista que choca con los gustos burgueses. Es esencial en este sentido, tanto en Galdós y como en la adaptación de Galán, la concepción vitriólica sobre el matrimonio; la presentación de personajes piltrafa que son una crítica a lo atrabiliario, como es el don Lope; la utilización de un peculiar sentido del humor y de la ironía; el evidente anticlericalismo; la concepción del amor: utilitarista en unos y frustrante en casi todos, pero animador del orden cósmico y muy alejado del idealismo vulgar romántico; y la situación de la mujer, que, entonces, buscaba caminos hacia la emancipación real y hacia su libertad de pensamiento y acción, como nos demuestra con su afán por aprender el personaje de Tristana; sin embargo , en mi opinión, el feminismo en esta obra hay que verlo solo como es un subtema o, mejor dicho, un ingrediente enriquecedor de la ficción. A todo esto podemos sumar que Galdós y Galán crean unos personajes equivocados a diferentes niveles y por diferentes motivos, excepto Saturna, la sirvienta y confidente de Tristana, que sufrirán las consecuencias de sus errores, como si toda infracción del orden natural implicase su castigo.
Creo que hay que señalar en esta versión teatral de Tristana el respeto al universo conceptual galdosiano en toda su extensión. La novela y también la propuesta teatral es la imagen de la vida (en el tiempo de Galdós y algunas evocaciones en el nuestro). Ambos reproducen los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y la apariencia, todo lo espiritual y lo físico, y el lenguaje que es la marca identitaria de unos y otros.
Pero de todo el complejo mundo ficcional de Galdós, en la adaptación de Eduardo Galán, y en la dramaturgia de Alberto Castrillo-Ferrer, queda muy evidente el retrato del ansia de emancipación de la protagonista, que se dará de bruces con el ambiente retrogrado de la sociedad asfixiante que la rodea. La aparente inocencia o ingenuidad de la joven Tristana contrasta con la experiencia vital y el descreimiento de Saturna, que muestra su fino instinto para auscultar la realidad, sin figuraciones extravagantes, y que es pura racionalidad, y, por ello, parece dotada de la clarividencia de ver el futuro. La evolución psicológica del personaje de Tristana va desde el desenfado, la alegría y el optimismo de la juventud hasta la amargura y la resignación con que concluye. Nos pudiera parecer que esta Tristana de Galdós/Galán tiene algo de la Nora ibseniana de Casa de muñecas, pero, a diferencia de esta, nunca llega a romper los lazos de la esclavitud femenina. Tristana podría ser entonces (y aún hoy) una metáfora de la propia España, un país pacato paralizado por la inacción y el qué dirán, que es lo que rige la vida y la toma de decisiones de don Lope, un don Juan decadente o el tradicional hidalgo español venido a menos que no acepta su situación y vive en la apariencia. Un comentario merecería también el personaje de Horacio, que parece que viene a cumplir el papel del de príncipe de los cuentos de hadas, vencedor del monstruo y salvador de la heroína, pero que en el curso de la acción se verá que es incapaz de ponerse a la altura de las circunstancias.
La elección dramatúrgica de presentar acciones complementarias en planos simultáneos sobre el escenario parece un acierto, pues ya de por sí es un poco engorroso hacerse la idea de lugar en el que se desarrollan las multiacciones (que requieren muchas transiciones, quizá demasiadas) y la idea de tiempo, que implica o debiera implicar cambios en los personajes, que sí quedan perfilados en Tristana y no tanto en los demás. La música le ha dado al montaje un toque de banda sonora de película. La iluminación ha ayudado a definir objetivamente los espacios divergentes en un escenario permanente que no cambia nada en todo el espectáculo.
La obra la sacan adelante unas interpretaciones correctas, apropiadas al realismo de la novela, en las que, sin duda sobresalen la muy natural Diana Palazón y la muy dinámica Olivia Molina, que saben sacar el jugo escénico a la dispuesta Saturna y al caracterial y físicamente cambiante Tristana. La Molina se ve obligada (y lo hace muy bien) a utilizar un registro de matices muy variado para presentar el ser y las emociones. Las dos mujeres salen más que airosas de unos papeles que defienden con profesionalidad manifiesta. José Luis Ferrer dibuja un don Lope creíble, quizá demasiado hierático; y Alejandro Arestegui es un Horacio sencillo, que parece no querer quitar protagonismo alguno al personaje central.
En suma, es digno el recuerdo de Galdós, con esta Tristana que entretiene y hace pensar con las tesis que se exponen y se defienden, aunque tengan sabor decimonónico. El público, que llenaba el aforo, se sintió satisfecho y premió el trabajo con cálidos aplausos.
Es muy de agradecer ver el teatro lleno y conocer el hecho de que hubieron de doblar la representación en el mismo día ante la demanda del público en taquilla. Esto es algo que ocurre gracias al tirón de la televisión, pues, cuando hay actores o actrices que trabajan en las series, se nota que los espectadores dan más fácilmente el paso del sofá de casa a la butaca de platea.
Noticias relacionadas