25 AÑOS DE CRÓNICA NEGRA
Asesinatos, torturas y secuestros
El primer crimen publicado fue el de un comerciante de Bargas que murió en 1989 al recibir 18 puñaladas

El «efecto frontera» con Madrid ha propiciado que la provincia de Toledo se haya convertido, puntualmente en los últimos 25 años, en el «cementerio» donde las mafias que actúan en la comunidad autónoma madrileña han ocultado a las víctimas de sus crímenes. Ocurrió, por ejemplo, en el último trimestre de 2002, cuando aparecieron seis cadáveres en 37 días. En todos los casos las víctimas fueron enterradas o arrojadas al agua de un arroyo. Otro denominador común en aquellos crímenes fue que las muertes se perpetraron en lugares distintos a los que aparecerían después.
En el último cuarto de siglo, decenas de casos han dado mucho trabajo a la Policía Nacional y sobre todo a la Guardia Civil por el alto número de municipios que están bajo su jurisdicción. Esta primera entrega, de las dos que componen este compendio de la crónica negra en la provincia, abarca desde finales de 1989 hasta 2004.
La edición toledana de ABC recogió en noviembre de 1989 el asesinato de un comerciante de Bargas , que recibió dieciocho puñaladas por parte de un ladrón en un puesto de cerámica en el kilómetro 63,700 de la carretera Madrid-Toledo. Cinco meses más tarde, y no muy lejos de allí, Julio Chico Sierra, padre de siete hijos, fue asesinado en el club de alterne «JB», en Yuncler, donde trabajaba como limpiador de manera esporádica. Los autores apalearon y estrangularon a la víctima con un cable. Su cuerpo apareció en una habitación reservada para las chicas del local.
Primer juicio con jurado
El asesinato en el «JB» no es el único crimen en la provincia que está sin resolver en este último cuarto de siglo. En Añover de Tajo recuerdan el asesinato del agricultor Julián García Ortega , una «muy buena persona» que recibió tres balazos el 17 de septiembre de 1995: en la cabeza, en la boca y en el pecho. Además, la autopsia reveló que los criminales también pasaron un automóvil por encima del cuerpo de Julián. Tenía 52 años. Sus asesinos andan sueltos.
Tampoco pasaron por la cárcel los autores de otros dos homicidios, cometidos con arma blanca, que convulsionaron la capital de Castilla-La Mancha: la muerte del empleado de una gasolinera, Antolín Juan López, «Juanito», degollado con una botella rota de La Casera el 20 de julio de 1992, y la de Juan Jiménez Redondo, cobrador del aparcamiento del Corralillo, donde fue cosido a puñaladas el 7 de agosto de 1998.
Tres meses después, el 8 de noviembre, un cazador furtivo, Doroteo Arnáiz Cáceres, vació su cargador sobre Eusebio Calderón, guarda de un coto de caza de Val de Santo Domingo. Un compañero de Eusebio salvó la vida porque al asesino se le encasquilló el arma.
Al año siguiente se celebró el primer juicio con jurado en la provincia. Los nueve miembros del tribunal popular determinaron que el acusado, Rafael Montero, era culpable del homicidio de Óscar Trujillo en el club de alterne «Hey», situado en Otero, junto a la autovía de Extremadura. Ocurrió el 7 de diciembre de 1997. Rafael asestó dos cuchilladas a Óscar en la explanada del establecimiento
Pero no siempre el delito debe estar rodeado de sangre; hay maneras más sutiles de matar a tu prójimo. El 27 de septiembre de 2001, Ángeles Guzmán López compareció en la Sala Primera de la Audiencia Provincial de Toledo con el propósito, que no logró, de convencer al tribunal de que ella solamente pretendió que su marido «aborreciese la bebida por completo». Ángeles estuvo cuatro años suministrando un fármaco a su esposo, Luis Ballesteros, sin que este supiese lo que estaba tomando. Cuando la Policía la detuvo, Ángeles tenía ya preparado el traje para amortajar a su marido y había suscrito una póliza para cobrarla cuando Luis muriese, algo que no consiguió.
También hubo preocupantes oleadas de robos en colegios e institutos públicos, como la que ocurrió en el segundo semestre del año 2000. Además de llevarse ordenadores, aprovechaban el golpe para devorar la comida que encontraban en los centros educativos. Y algunos de los ladrones no dejaron pasar la oportunidad de hacer llamadas telefónicas gratis a su país, Rumanía.
Un año después, una veintena de vecinos de Santa Cruz de la Zarza fueron acusados de tener relaciones sexuales entre 1996 y 1998 con una menor de 12 años, de inteligencia límite, que recibía entre 500 y 2.000 pesetas. Finalmente, la Audiencia de Toledo condenó a tres de los procesados por «un delito de favorecimiento de la prostitución». La madre de la chica fue absuelta.
Odio mortal
También se han cometido delitos por motivos económicos, como el secuestro y la extorsión de un empresario de La Sagra y de sus dos hijos el verano de 2002, que fueron resueltas felizmente por la Guardia Civil.
El asesino de Conchi López, cuyos restos fueron hallados en una maleta, ingresó en la cárcel ocho años después
Mucho más tiempo les llevó a los investigadores de este Cuerpo aclarar y detener al autor del asesinato de María Concepción López Holgado, cuyo cadáver apareció en una maleta en un paraje de Almendral de la Cañada, en la Sierra de San Vicente, el 23 de julio de 2001. Su novio, el polaco Kryzstof Kmiezcik, fue condenado ocho años más tarde, después de un rocambolesco episodio hasta su arresto en Polonia y extradición a España.
Un pueblo, dos casos
El odio también ha provocado sangrientas escenas en la provincia, como la muerte de Juan Pérez Gamero a manos de Florencio Rodríguez Zazo, ocurrida en Gálvez el 30 de agosto de 2003. ¿El origen? Viejas rencillas entre dos familias, los «camisines» y los «cargaleñas» por las lindes de las huertas.
Con muchos casos que se quedan en el tintero por la falta de espacio en estas primeras cuatro páginas, la primera entrega termina con un crimen que al año siguiente azotó de nuevo Gálvez. En la Nochevieja de 2004 un guardia civil, Rafael Puente Peña, se suicidó tras matar con un revólver a su cuñado, Antonio Cobisa Sánchez, peón de albañil, y herir a un primo en una casa de la calle del 27 de marzo. «Rafael llevaba diez años separado de su mujer y estaba desequilibrado», dijeron familiares del agente.
Noticias relacionadas