Trece años de complicidad y apoyo mutuo ante los casos de corrupción
Felipe González forjó con Pujol una alianza para repartirse sus respectivos poderes absolutos

Cuando Felipe González afirmó hace poco más de un año «nunca he pensado que Jordi Pujol fuera corrupto», casi nadie entendió que el expresidente del Gobierno defendiera de manera tan tajante al expresidente de la Generalitat que acababa de admitir que llevaba 34 años evadiendo a Hacienda. Qué falta de memoria: la historia de los dos políticos que ejercieron un poder absoluto en Madrid y Barcelona durante una etapa crucial de la historia de España está tan íntimamente ligada, que resulta inverosímil que el uno reniegue del otro pase lo que tenga que pasar.
Cuando González llegó a La Moncloa con su gran mayoría absoluta de 1982, Pujol ya llevaba dos años instalado en el Palau de la Generalitat. El día que el líder socialista cedió su despacho a José María Aznar, el catalán seguía en su puesto . En los trece años y medio entre una escena y la otra, ambos forjaron una alianza de conveniencia para repartirse sus respectivos poderes absolutos y obviar detalles como los de la corrupción en los dos bandos.
Tensiones las hubo, y la historia deja constancia de que todos los enfrentamientos entre el Gobierno catalán y el Estado fueron ganados por Pujol y sentaron precedentes de lo que ha sucedido después. El más grave, la petición por la Fiscalía de su procesamiento juntocon otros directivos de Banca Catalana por apropiación indebida y otros delitos de corrupción, que se anunció a los pocos días de unas elecciones catalanas de 1984 que CiU ganó por mayoría absoluta.
En la celebración de su investidura, Jordi Pujol salió al balcón de la Generalitat y, ante una plaza rebosante de gente que gritaba «som una nació», proclamó: «¡El Gobierno ha hecho una jugada indigna! A partir de ahora, cuando se hable de ética, de moral y de juego limpio, podremos hablar de nosotros, pero no de ellos!» . Había nacido el victimismo como excusa para la corrupción llevada hasta el colmo en nuestros días.
A Pujol le funcionó la amenaza. En 1986, tras la decisión del juez instructor de sentarlo en el banquillo, la Audiencia de Barcelona revocó el auto y dejó libre de todos los cargos a su president. Carlos Jiménez Villarejo, uno de los fiscales que firmaron la querella (hoy en Podemos), afirma tener constancia de que fue Felipe González quien se ocupó de parar el golpe.
Para entonces, CiU y PSOE se repartían el poder en Cataluña y, si venía a cuento, en toda España . Los convergentes ganaban las elecciones autonómicas por goleada, los socialistas las generales en esa región; los nacionalistas mandaban en los ayuntamientos pequeños, los del PSC en las grandes ciudades. Los fastos del 92 se dividieron: los Juegos Olímpicos para Barcelona, la Expo y el AVE para Sevilla.
En 1993, CiU acudió en apoyo de un PSOE que había perdido la mayoría absoluta invocando su respeto a «la gobernabilidad» que sentó el precedente de su ulterior apoyo a Aznar. El experimento no le duró mucho a González. Ante la corrupción galopante de su último mandato (otra de las paradojas que hoy mueven al sarcasmo) Pujol le retiró su confianza a finales del 95.