PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
Espadas en alto
«Los papeles cambiaron. Junqueras dejó de ser percibido como el líder que mejor garantiza el buen fin de la causa soberanista»
Nunca creí que la manifestación de Bruselas fuera capaz de congregar a más de cuarenta mil peregrinos llegados de Cataluña para alzar la voz de una causa perdida. Hace tiempo que los tres partidos independentistas decidieron dar por finalizada la unidad de acción. Cada uno va por su lado. No se hablan entre sí. Apenas se soportan. Cruzan miradas de reojo que delatan recelo. A veces, odio.
La CUP se siente traicionada. El suyo es el único discurso que no ha cambiado. Unilateralidad. Perseverancia. República. Desobediencia. La antigua Convergencia se mueven por instinto de supervivencia. ERC la abandonó a su suerte, creyéndola pasto de los buitres, y Puigdemont tuvo que reinventarle una segunda vida -tercera, en realidad- convirtiéndola en la legítima heredera de los logros, muchos o pocos, cosechados por el «procés».
Junqueras se precipitó al pensar que en el nuevo paisaje, libre de las ataduras de los dogmas doctrinarios de la CUP y de las reminiscencias conservadoras y pútridas de los hijos políticos de Pujol, se convertiría en el macho alfa de la manada soberanista y podría fijar a su antojo el nuevo rumbo del desafío sedicioso.
Las encuestas le cegaron. Todas le prometían un éxito arrollador. Era tan claro el pronóstico que vendió la piel del oso antes de haberlo cazado y se permitió el lujo de dar por clausurada la vía unilateral con el argumento de que el referéndum del 1 de octubre no había sido capaz de movilizar a una base social suficiente y que era necesario captar más apoyos, ahora entre los partidarios del derecho a decidir, antes de desatar el asalto definitivo a la independencia.
El anuncio entrañaba tres cambios fundamentales: de socios (ahora buscaba sustituir a Puigdemont por Ada Colau), de ritmo (ya no había que ceñirse a un calendario determinado) y de cauce (el necesario referéndum pasaba de ser unilateral a convertirse en pactado). Pero sus nuevos planes no cayeron muy bien entre los suyos. Ellos querían proteger lo que habían obtenido por derecho de guerra. Puigdemont era el símbolo: el presidente legítimo de la República que habían refrendado contra viento y marea.
De repente, las encuestas comenzaron a detectar lo que estaba pasando. Junqueras seguía siendo el líder mejor valorado por los independentistas pero su proyecto de nueva planta perdía votos a borbotones. Los electores acudían en masa a defender al líder que encarnaba una legitimidad que no estaban dispuestos a dar por periclitada. Y así, poco a poco, la candidatura de Puigdemont fue vampirizando a la del preso de Estremera hasta hacerse tan fuerte como ella.
Los papeles cambiaron. Junqueras dejó de ser percibido como el líder que mejor garantiza el buen fin de la causa soberanista. Hasta los electores de la CUP -según el CIS- le conceden ese título a Puigdemont. Y no lo hacen a título honorífico. La mayoría de los votantes que han secundado el procés, en la calle y en las urnas, en los momentos malos y en los peores, siguen queriendo a un Moisés que les conduzca a la tierra prometida.
«Lo único que les mueve es su propósito de inaugurar cuanto antes su aldea independiente»
No quieren cambios de planes. Ni retrasos. Ni guerras internas. Ni pactos imposibles con el Estado. Ni esteladas arriadas. Ni claudicaciones. Quieren más de lo mismo: unidad de acción y descaro en el desafío. ¿Hay algo más descarado que ir a Bruselas a decirle a los líderes de la Unión Europea que se han convertido en cómplices de la represión y del desprecio a los derechos humanos? A los iluminados de la sedición les da igual ocho que ochenta, Las Ramblas que la Grand Place, Juncker que Rajoy, España que Europa. Lo único que les mueve es su propósito de inaugurar cuanto antes su aldea independiente.
El éxito de la manifestación del jueves -porque fue un éxito de participación, nos guste o no- demuestra que los votantes, a diferencia de los caudillos, no dan la causa por perdida. Para arropar un acto unitario con reminiscencias pre 155 sigue habiendo sobreabundancia de esforzados voluntarios dispuestos a viajar mil cuatrocientos kilómetros. Pincho de tortilla y caña a que la recta final de la campaña acusa recibo de ese mensaje indómito. Preparémonos para emociones fuertes. Las espadas siguen en alto.