Lente de aumento
Corruptos por omisión
La corrupción no acabará si los partidos siguen en nefanda comunión con las compañías
Recuerdo la cara demudada del director de publicidad. «Te van a llamar». Recuerdo la actitud corajuda de una redacción empecinada en que el mayor servicio a la sociedad era no doblegarse ante la dictadura de la calculadora. Recuerdo también el miedo a que con la actitud quijotesca compartida con mis compañeros de «El Mundo/El Día de Baleares», estuviera cavando nuestra tumba profesional. No porque lo que publicáramos fuera mentira, que no lo era, sino porque al hacerlo agitábamos la ciénaga de la corrupción en la que chapoteaban tantos próceres de la democracia balear.
Me llamaron. «¿Agustín Pery? Me alegra saludarte, quería comentarte que ya no podemos seguir apoyando a tu diario con publicidad». «¿Y eso?», le dije. «Nos ha dicho Maria Antònia Munar que si seguís acosándola no habrá publicidad del Consell para tu diario y tampoco debería haberla de las empresas que contratamos con la administración insular. No me puedo permitir perder a un cliente como el Consell de Mallorca».
A aquella constructora le siguieron otras. Pronto lo negro se tornó rojo en los balances de cuentas. Si les someto ahora a un ejercicio de arqueología periodística es porque se puede cambiar de ciudad, de cabecera, pero lo que permanece inmutable es el mecanismo corruptor. Ya saben, hay corruptos pero no somos un partido corrupto, repiten como un mantra. Obvian que se puede ser mangante por acción pero también por omisión. Consuélense como les venga en gana. Yo prefiero seguir señalando la camaleónica moral que aún hoy preside la relación comercial entre políticos y empresarios. Quien presume de demócrata y de liberal acaba sometiendo la libre competencia a lo abultado del sobre. Así ha sido siempre y así seguirá siendo en Palma, Barcelona, Sevilla o Madrid. La lista de empresas es tan larga como vergonzante el silencio de las asociaciones empresariales que callan porque, dicen, así son las reglas del juego. Para qué esforzarse entonces en preparar la mejor oferta si bastaba con una bolsa de basura, tal cual, entregada en una gasolinera.
La corrupción no acabará si los partidos siguen en nefanda comunión con las compañías a las que conceden, previo concurso amañado, obras desde la administración pública. Mucho menos si las organizaciones empresariales siguen aceptando, participando y ocultando la verdad que todos conocen. Ellos, me atrevo a decir que más que los políticos, son los responsables de que el cuerpo afectado por la gangrena del maletín sea el nuestro. Somos los ciudadanos quienes al final acabamos pagando lo que se empecinan en llamar como desvío de obras. Yo prefiero hablar del sobrecoste de la corrupción. Ese que protagonizan los corruptos por acción o por omisión.
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