Salvador Sostres
La cena de los fracasos
La cena del Rey con Puigdemont y Colau fue el resumen de los fracasos que han llevado al colapso a la sociedad catalana. El independentismo, que es una forma de populismo, ha demostrado no tener la supuesta mayoría aplastante en nombre de quien decía plantear su desafío, y pese a tenerlo todo a favor, ha quedado en evidencia minoritaria y ha sido así desmentido por la democracia que tanto reclama.
También el fracaso del Estado en Cataluña ha sido estrepitoso. No ha tenido la menor estrategia para contrarrestar la propaganda ni para articular un proyecto común e ilusionante. La dejación de funciones de la Administración central en Cataluña ha sido desmoralizante para los que en esta tierra se sienten españoles. Tampoco estos ciudadanos uno a uno han asumido la responsabilidad de organizarse y movilizarse para defender sus derechos, como brillantemente ha hecho el independentismo, consiguiendo que cada partidario de esta idea actuara como si dependiera exclusivamente de él que se realizara. Si bien en las urnas no consiguieron la mayoría, sus demostraciones han sido multitudinarias y ejemplares, en claro contraste con las concentraciones unionistas. Por ejemplo en la de ayer, apenas fueron 400.
Lo único que ha hecho el Estado en Cataluña -y en toda España- es favorecer la implosión de canales de televisión rendidos a la extrema izquierda. En Cataluña, la alternativa al populismo independentista es hoy el populismo antisistema, con el alucinante permiso del Gobierno. Este mismo fin de semana, Ada Colau ha defendido la confluencia de su partido con Podemos para tomar la Generalitat. El mismo fin de semana en que ha demostrado que su capacidad política no sobresale de la mediocridad general, siendo incapaz de desbloquear la huelga de transportes públicos durante la celebración esta semana del Mobile World Congress. Colau ha llegado a decir -bienvenida, alcaldesa- que la huelga es desproporcionada, como si no lo hubieran sido las que ella organizó, escraches incluidos, mientras vivía del altercado callejero, delirantemente subvencionada por el anterior alcalde.
Colapsadas por los dos fracasos, el de la agitación independentista y el de la pasividad del Estado, Barcelona y Cataluña ya sólo esperan que las devore la extrema izquierda, que es el fracaso de todos los tiempos, y que ronda ansiosa las puertas del Palacio de Invierno.