Manuel Marín
Cálculo de riesgos
El PP es el partido que más ha arriesgado desde el 20-D. Rajoy y su incomprendida gestión de los tiempos propios, y de la paciencia ajena, parecen haber superado las mil teorías sobre el desmantelamiento de su proyecto, la refundación del PP, su sucesión, el resurgimiento de la vieja guardia, o el vuelo de cuchillos en Génova… Sin embargo, paradójicamente, el PP es el que menos arriesgaría con la repetición de elecciones. Reconoce como un riesgo asumible repetir la candidatura de Rajoy porque el peligro de acudir de nuevo a las urnas parece superior para los demás partidos. Todos los sondeos atribuyen el triunfo a Rajoy. Le beneficiarían el retorno de un voto fugado a Ciudadanos y el reordenamiento natural de escaños que provoque el aumento de abstencionistas, calculado entre 3 y 7 puntos. La estrategia de desprecio a Ciudadanos se olvidará y el tono entre Rajoy y Rivera se suavizará. Será otra partida.
El PSOE protagonizará otra paradoja si hay comicios. Sánchez goza hasta ahora de una lustrosa imagen mediática por la valentía que se le atribuye tras intentar formar gobierno. Sin embargo, la realidad es que se presenta en peores condiciones: es el responsable del primer fracaso de una investidura en democracia, no ha conformado ni una «mayoría de progreso» ni la «mayoría del cambio», ofreció una imagen de sumisión a Podemos, y mantiene maltrecho su liderazgo, acosado por barones y viejos líderes programados en modo «fulminación». Y lo que es peor… sin aparentes expectativas en las urnas. La salida es complicada para Sánchez porque la alianza sellada con Rivera corre el riesgo de ser papel mojado en días. Ese pacto tiene hoy más de artificio para las portadas digitales y las «tertulias del cambio» que de voluntad ciudadana para fraguar una alternativa de poder. Se avecinan vendettas en Ferraz. Sánchez apostó a rojo y salió negro, y no tiene fichas para apostar. Solo las llaves del coche.
Podemos es una incógnita. La ley del péndulo castiga hoy todo lo que antes premiaba. Todo le salía gratis a Iglesias. Ahora ya no. Su pérdida de credibilidad alimenta el proceso de desmontaje de su andamiaje populista y se desconoce el grado de fidelidad de sus cinco millones de votantes. Hoy Iglesias representa un liderazgo autocrático y sobreactuado. Será señalado entre la izquierda más pragmática como el culpable de que Sánchez no lidere la falsa utopía de la «mayoría de progreso», que solo habría sido la careta de un «cordón» para excluir al PP. Mientras, su operación de absorción de IU pierde fuerza. Podemos se desgasta.
A Ciudadanos, los sondeos le abocan a otra paradoja. Gana votos y escaños, pero no deja de ser cuarta fuerza. Se da por amortizado su guión como «segundo» de Rajoy forzado por las circunstancias, y no parece que Ciudadanos sufra desgaste pese a su entrega a Sánchez. Pero al PP no le termina de cuadrar el puzzle si todos crecen menos Podemos. Hay gato encerrado. De cualquier modo, Ciudadanos sería al fin la bisagra que quiso y no pudo. Rivera ya no se fiará de las encuestas que sobredimensionan su voto real. Ha aprendido la lección de los falsos endiosamientos demoscópicos y será prudente. Eso sí, Sánchez y Rivera pasarán en horas de socios a enemigos. Los votos para uno penalizan al otro, y ya no suman. Dividen.