De la pasión a la «resurrección»
El sorprendente silencio de Berlusconi, anécdota en la jornada popular más dulce
«Tras la semana de pasión, la semana de resurrección ». Con esta ingeniosa frase resumía un dirigente popular la inyección de moral con que se marchaban los responsables del PP al finalizar el Congreso de su formación en Europa . ¡Qué lejos quedaban, tras escuchar las loas de Sarkozy, Juncker, Tusk y Merkel, los chascarrillos entre ministros o los tirones de orejas del presidente de honor! «Estoy satisfecho», decía Rajoy a la salida, dispuesto a empezar la precampaña electoral con otro ánimo. Lo mismo que decía su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría.
Y ese mismo sentimiento recorría toda la cúpula popular; desde María Dolores de Cospedal, que sorteaba habilmente a los periodistas, distraidos tomándole declaraciones a Javier Maroto, el vicesecretario sectorial, a los responsables directos del Congresos, Antonio López-Istúriz –reelegido secretario del PPE–. Y es que, como decía otro «fontanero» popular presente en las reuniones bilaterales que mantuvo Rajoy, no sólo les felicitaron en público, sino que también lo hicieron en privado. « Es que nosotros hemos hecho un trabajazo en 3 años; hasta a Obama le ha costado el doble ».
Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes compartieron mesa entre la delegación española . Cambiando impresiones, con la vehemencia que las caracteriza, alguno lo confundió con una pequeña bronca, pero desde el entorno de la presidenta popular lo desmintieron de inmediato.
Nuevo logo
Los conservadores europeos estrenaban hasta el logo: un coqueto corazón con las estrellas de la bandera comunitaria. Muy bonito, sí, pero nadie encontraba una botella de agua : alguna diputada popular resolvió el problema acudiendo a la prensa.
Las listas del Congreso fueron otro asunto recurrente, por el que se preguntó a todo responsable popular español: a Pablo Casado, a Fernando Martínez-Maíllo, a Alicia Sánchez–Camacho. Todos tan crípticos sobre el tema como es habitual.
Claro que si hubo un protagonista en los pasillos, ese fue Silvio Berlusconi. Llegó rodeado de una corte de seguidores y guardaespaldas, departió con todo periodista italiano que se le acercó, recibió aplausos y hasta cánticos de un grupo que portaba una bandera de «Forza Italia», entró en el plenario, se sentó, y cuando llegó el momento de su intervención –según el programa–, la presentadora saltó al siguiente congresista. Al rato, Berlusconi salió, con el mismo despliegue mediático y de atención a su alrededor , dio una vuelta completa al bloque de las escaleras mecánicas –mientras decenas de periodistas le seguían especulando sobre su destino final– y terminó marchándose.
Después se explicó que no le había parecido moralmente aceptable hablar porque aún tenía causas pendientes. Para polémico, el discurso de Orban: vino a decir que el modo de vida de austriacos o húngaros «no es un derecho fundamental» y que «Europa no puede aceptar a todos los que quieren una vida mejor». Pidió «un debate sin hipocresía» para un problema que su país tiene a las mismas puertas de casa.
Merkel era seguida con respeto reverencial y sin que nadie le cortara el paso. Salvo un grupo de conservadores alemanes, empeñados en hacerse una foto con ella, a lo que la canciller accedió. «¡Bravo!», coreaban tras su «victoria» las promotoras de la idea.
Pero el discurso tal vez de mayor calado político y en clave claramente presidencial fue el de Sarkozy. Quien, tras las alabanzas a Rajoy, se despachó a gusto con lo que llamó la necesidad de «impulsar el cambio en el proyecto europeo, o nos lo van a imponer».
Sarkozy habló de tres crisis: la de la migración, «nunca hemos tenido que hacer frente a un desafío de este calibre», para la que pidió políticas de inmigración conjuntas; la económica– «necesitamos un gobierno económico fuerte, ampliar competencias para que los populistas no se ceben en Europa»– la crisis de identidad – «queremos ser generosos, pero no queremos que nos quiten nuestra identidad»– y la crisis de la ampliación, necesariaa su juicio, pero que obliga a replantearse «instituciones creadas para seis y que no pueden ser adecuadas para 28 o más».
¿Y Turquía? «La inclusión en Europa no puede serr un chantaje», dijo. Propuso una fórmula que «no sea la adhesión pero no cierre las puertas». Y también pidió no olvidarse de Rusia.
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