Palomares, escepticismo atómico
Incredulidad tras el enésimo anuncio de que EE.UU puede llevarse las tierras contaminadas por las bombas nucleares

«En el pueblo no se ha oído nada de que se vayan a llevar las tierras. Aquí estamos como siempre, todo normal . Ahora preparando el cementerio para la celebración de Todos los Santos; está justo al lado de la zona vallada». Lo asegura Ana García, una mujer de 70 años residente en Palomares que acude al Camposanto para adecentar las tumbas donde descansan sus seres queridos y que no puede dejar de contemplar los carteles que el Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) ha colocado en la valla metálica levantada para delimitar la zona contaminada por la radioactividad. En general, el escepticismo preside el enésimo anuncio de que Estados Unidos pueda llevarse ese material.
Corría la mañana del 17 de enero de 1966 cuando un avión nodriza KC-135 y un B-52, de las Fuerzas Aéreas norteamericanas, iniciaban las maniobras de repostaje en vuelo. El bombardero se elevó más de lo debido y colisionó contra la panza de la nave nodriza . La tragedia estaba servida. Cuatro bombas termonucleares se precipitaron al vacío. Tres cayeron en tierra y la restante en el mar. Una de ellas fue recogida intacta, tras funcionar su paracaídas, mientras que los de la segunda y tercera no se abrieron, provocando un violento impacto contra el suelo. Consecuentemente se produjo una pequeña explosión y la liberación de un aerosol de plutonio. El 15 de marzo de aquel año el pescador Francisco Simo Orts engancharía en sus redes el cuarto artefacto. Desde entonces pasaría a la posteridad como «Paco, el de la bomba» .
Desde ese día esta pequeña barriada de la localidad almeriense de Cuevas del Almanzora padece su particular sambenito. Y es que la supuesta contaminación ha sumido a esta localidad en el ostracismo. Pese a que la carga contaminante que expulsaron dos de las cuatro bombas afectaron por igual a Palomares y a la vecina localidad de Vera, lo cierto es que cuando se habla de ellas todo el mundo pone en el punto de mira a la pedanía de Cuevas del Almanzora.
Mientras que la costa de Vera se ha desarrollado urbanísticamente de una manera exponencial, la de Palomares bien podría ser considerada como parte de un parque natural, puesto que está prácticamente virginal . Un par de viviendas, dos chiringuitos de playa y cultivos de melón y sandía son sus ocupantes, a los que hay que sumar los miles de aficionados a la música electrónica que desde hace varios años acampan sobre este terreno para asistir al festival Dream Beach, otrora Creamfields.
Nadie cuenta con ellos
Desde hace unas semanas se especula con la posibilidad de que el próximo lunes 19 podría anunciarse, durante la visita que el secretario de Estado estadounidense, John Kerry , realizará a Madrid, que el Gobierno norteamericano retirará las tierras contaminadas y las conducirá hasta su territorio para almacenarlas en el Sitio de Seguridad Nacional de Nevada. Desde el Ejecutivo español se ha reconocido la existencia de un informe elaborado por Estados Unidos, que obraría en poder del Consejo de Seguridad Nacional, para acometer la limpieza del terreno, tarea que ocuparía entre 12 y 24 meses. «Me parece una falta de respeto tremenda que se vaya a firmar un convenio que afecta a vecinos de Palomares y que su alcalde no tenga conocimiento», advierte Antonio Fernández, regidor de Cuevas del Almanzora y, por ende, de Palomares. «No se me ha preguntado nada; que me entere por la prensa de esta firma me parece sorprendente», critica en declaraciones a ABC.
Fernández no es contrario al proyecto americano, pero sí que exige unos mínimos. «Eso de que vamos y limpiamos y ya después no podéis pedirnos nada, no es así», A su juicio, Palomares «merece una inversión para su imagen, que puede quedar dañada después de unos trabajos así, notándose en nuestro turismo y agricultura, nuestros principales motores económicos». El primer edil reconoce que «los vecinos están cansados de este tema y quieren que se limpie la zona, que esto pase de una vez y se deje al municipio tranquilo».
«Toqué la bomba con mis propias manos»
Para Fernández y sus vecinos «la limpieza del terreno sería un sueño bonito» y todos coinciden además en esperar que este anuncio, hecho en víspera de unas elecciones generales, «no sea una cortina de humo». El hastío es generalizado y el propio alcalde reprocha a la Prensa su falta de tacto. «Lo que más daño nos hace son las publicaciones que se hacen en medios de comunicación, el trato que nos ha dado durante mucho tiempo». «Cuando se habla de Palomares hay que ser responsable y hablar con datos, sin interpretaciones sobre hechos que no se pueden demostrar», sentencia el regidor almeriense.
En el centro neurálgico de la pequeña localidad de Palomares se encuentra el estanco. Su propietario, José Manuel González, vivió en primera persona la caída de las bombas y sigue vivo para contarlo. A sus 71 años advierte de que tanto él como sus vecinos están «cansados de que se hable siempre de lo mismo» . Se les ve como unos bichos raros, pero son como el común de los mortales, pese a haber coqueteado con la radioactividad.
«A los diez minutos de caer una de las bombas yo estuve pisando encima de ella, tocándola con mis manos y aquí estoy, estupendamente», advierte el estanquero. Y no sólo eso, sino que sacó cierto provecho de la tragedia. «Con una de las cintas que sujetaban las bombas me hice un cinturón para pescar. Durante más de 30 años lo he utilizdo, hasta que se rompió».
Tanto para él como para el resto de sus conciudadanos, Palomares es «un pueblo normal», y como les ocurre a todos en esta pequeña barriada «estamos cansados de que se hable siempre de lo mismo». Es más, para aquellos que consideran que todo es radioactividad y contaminación, advierte: «Tengo tres hijos que se han criado aquí y están todos bien».