análisis

El «plebiscito» más tenso de Rajoy

Las cinco claves en las que se desenvolverá la campaña para las generales

El «plebiscito» más tenso de Rajoy jaime garcía

manuel marín

La campaña de las elecciones generales está en lanzamiento desde la misma noche en que se conoció el fracaso del «plebiscito» catalán. Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera se encargaron de certificarlo, cada uno a su estilo, con su primer mitin. Sánchez, ante tres banderas , con corbata roja y el logotipo del PSOE; Iglesias, incapaz de disimular el batacazo de su lista en Cataluña; y Rivera sencillamente exultante . Rajoy, institucional, lo hizo al día siguiente desde La Moncloa , para ofrecerse a pasar página del desvarío secesionista y de la fractura social con el retorno a la racionalidad que exigieron las urnas desde el mismo instante en que se demostró que más de la mitad de los catalanes se niega a separarse de España. Cinco serán las claves en que se desenvolverá ahora la campaña de las generales:

1. La debilidad del PP . Mariano Rajoy y el PP arrancan desde una percepción de seria debilidad pese a mantenerse como opción mayoritaria tras cuatro años de desgaste y errores. Será el candidato de más edad con diferencia –el único que supera los 60 años– porque Sánchez, Iglesias y Rivera pertenecen a otra generación política que apenas ha llegado a los cuarenta. La apuesta por la quietud de la experiencia frente a la aventura efervescente de la juventud. Es cierto que ninguno de los candidatos del PSOE, Ciudadanos y Podemos tiene experiencia de gestión alguna , y el PP lo utilizará como argumento de riesgo para penalizarlos. Pero superan ampliamente al PP en la propagación del «factor ilusión» por su cultivada imagen de renovación política. El éxito en la gestión económica no será suficiente para aumentar la credibilidad, la capacidad de empatía y la percepción de cercanía social del PP. Pero será su apuesta. Falta por conocer si Rajoy atenderá la reclamación de una base relevante de su electorado –calculada en más de dos millones– para que el PP retome principios de su ideología que consideran abandonados. Y falta por determinar el daño que las disensiones internas puedan causar a su candidatura por mucho que se intenten minimizar. José María Aznar no critica en balde, y la réplica de Rajoy exigiendo que el expresidente hable a la cara no pronostica una campaña pacífica.

2. La división de la izquierda . Todo apunta a que portadas como las que meses atrás situaban a Podemos como primera fuerza en intención de voto no volverán a repetirse. Decae el voto emocional basado en el populismo extremista y el hartazgo social, y en el PSOE asumen con satisfacción que el partido de Pablo Iglesias tiene un techo definido. No será la primera opción de la izquierda. Primero porque el sobredimensionamiento mediático de Iglesias ha revelado todas sus carencias e incongruencias. Segundo, porque su giro socialdemócrata no es creíble y en eso tiene ventajas la «marca original» del PSOE; y tercero porque el magma que representan muchos partidos de izquierda radical se está resistiendo a ser absorbido para desaparecer en escaños irrelevantes, víctimas del egocentrismo de Pablo Iglesias. Su incapacidad para articular una candidatura común de corte comunista-populista permitirá al PSOE aglutinar voto útil. Los socialistas se han marcado una única meta: no cometer errores y abandonar la radicalidad en busca de un acuerdo post-electoral con Ciudadanos.

3. Ciudadanos y el «wave effect» . Albert Rivera tiene motivos para estar eufórico. Lograr veinticinco escaños en Cataluña no estaba ni en sus mejores cálculos y le refuerzan como «marca nacional» compatible a la izquierda y la derecha de un centro moderado. Ciudadanos se ha convertido en un producto político cuidadosamente diseñado que nunca terminó de culminar, en su mismo espectro, Rosa Díez con UpyD debido a un exceso de personalismo. Ciudadanos se presenta como alternativa al bipartidismo clásico, pero en la conciencia de que por el momento solo será la bisagra condicionante. Sin embargo, Rivera es consciente de que cualquier sobreactuación propia basada en un hiperliderazgo excesivo, unido a la eficacia del «voto útil» al que apelarán PSOE y PP, rebajarán sus expectativas. En estos dos partidos confían en el «wave effect» –el «efecto de una ola»–, que permite a una masa de agua crecer amenazante para luego disolverse en una simple corriente de espuma. Estiman que la «moda naranja» irá desgastándose durante los dos meses y medio que restan hasta el 20-D y que los pronósticos de hoy pueden ser engañosos. Sondeos que se están realizando en estos mismos instantes, y que se conocerán en breve, apuntan a unas cifras de éxito para Ciudadanos que a la hora de la verdad no se producirán, según Génova y Ferraz.

4. El embudo de la Ley D´Hondt . La complejidad de la ley que rige nuestro proceso electoral reside en averiguar qué partido será el más penalizado. Difícilmente un partido –Podemos o Ciudadanos– que alcance el 18 por ciento de los votos podrá superar los 30 escaños. Por debajo de esa cifra, la proporción entre escaños y votos cae en picado a efectos de representación. Bajo la premisa factible de que PP y PSOE puedan superar el 30 por ciento de los sufragios, la tercera fuerza –ahora mismo Ciudadanos– lograría bastantes más escaños que la cuarta , aun en el supuesto de que ambos tuvieran una diferencia de votos mínima. Si ocurriera lo contrario, esto es, que Podemos sea tercera fuerza, los votos de Ciudadanos se verían lastrados con escaños prácticamente irrelevantes. Probablemente, el embudo de la Ley D´Hondt arrojará a la basura muchos miles de votos de la cuarta fuerza, sea cual sea.

5. Pactos y alianzas post-electorales . Aparentemente agotada la etapa de mayorías absolutas, las generales alumbrarán un Parlamento muy diversificado que exigirá una investidura basada bien en una coalición de gobierno, bien en pactos post-electorales para un Ejecutivo en minoría. El PSOE lleva meses cultivando la equidistancia entre Podemos y Ciudadanos. Con los dos partidos ha pactado gobiernos autonómicos y ayuntamientos, y a los dos, alternativamente, se acercaría en función de cómo cuadrasen los números. Sánchez no descarta gobernar con menos escaños y votos que el PP, algo inédito en nuestra democracia, y para ello está cultivando un entramado de relaciones y conversaciones con otros partidos políticos. Abiertamente, el PNV apuesta por ejemplo por un Gobierno de Sánchez puntualmente apoyado por el nacionalismo vasco si fueran precisos sus escaños. Dirigentes del PP, en cambio, se reprochan su pasividad para superar las dificultades que tiene para mejorar sus vínculos con otros partidos que hipotéticamente podrá necesitar. En eso, el PSOE lleva buena parte del terreno ganado. Hoy sigue latente la percepción de aislamiento del PP que se generalizó durante los Gobiernos de Rodríguez Zapatero –el Pacto del Tinell y los numerosos «cordones sanitarios» que se idearon contra la derecha–, pese a que una nueva etapa de alianzas imprescindibles se abre como única alternativa viable para gobernar con un mínimo de solidez. De no lograr un mínimo de 150 escaños, las dotes de convencimiento del PP y su empatía con otros partidos tendrán que mejorar mucho. Gestionar la dependencia de otros partidos en su particular plebiscito será su principal batalla.

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