El día en que Aznar abrió el cuaderno azul

«Prefiero que no me digas lo que intuyo que me vas a decir». Esta frase de Rajoy abre la crónica del 29 de agosto que cambió al PP

El día en que Aznar abrió el cuaderno azul ernesto agudo

mayte alcaraz

Es viernes, 29 de agosto de 2003. El verano se esconde entre las rendijas de los montes de El Pardo, que vigilan el Palacio de La Moncloa. El Consejo de Ministros ha empezado tarde y ha durado poco. El morbo lo acapara Josep Piqué : es su última reunión como ministro ya que Aznar lo manda a Cataluña como candidato a la Generalitat. Hay emoción en su despedida y canapés para homenajearlo. El vicepresidente y portavoz Rajoy se levanta de la mesa camino de la sala de prensa donde los medios le esperan. Los relojes de Moncloa dan la una y media. Por más que lo intentan (la prensa ya sabe que Javier Arenas está convocando en esos momentos el Comité Ejecutivo para el lunes), los periodistas solo consiguen de Rajoy un «me veo con las mismas posibilidades que otros militantes del PP» cuando le inquieren sobre sus posibilidades para ser el sucesor del primer presidente de centro-derecha de la democracia. La prensa pregunta, aunque sospecha que en el cuaderno azul de Aznar hace meses que hay anotada una doble R.

A Aznar le espera un almuerzo rápido y muchas visitas : Trillo, Cascos, Arenas, Zaplana, Gallardón y Acebes. Luego, ya por la tarde, volverían a Moncloa los tres vicesecretarios generales, Mayor Oreja, Rodrigo Rato y Mariano Rajoy. A ninguno, excepción hecha del último, les dice nada el presidente sobre su elección. Y a todos los recibe con un intervalo suficiente para que no se crucen en la puerta.

Cuando se cansa del despacho, cita a sus interlocutores en el jardín. Un paseo sienta bien cuando el último calor de agosto se acuesta. Pero el teléfono «rojo» de su mesa también echa humo. Llama a todos los barones. Cada conversación dura menos de cinco minutos. Más que suficiente para decir escuetamente esto: «He convocado el lunes al Comité Ejecutivo Nacional para hacerle una propuesta con el nombre del sucesor. Lo votaremos el martes en la Junta Directiva Nacional. Espero acertar por el bien del país y quiero pedirte tu apoyo y el de tu organización».

Cae la tarde del viernes y la carretera de La Coruña a su salida de Madrid se lamenta a bocinazos del atasco. Al coche oficial de Rajoy le cuesta llegar al cambio de sentido que conduce desde Argüelles al palacio por la Ciudad Universitaria. Desconoce el vicepresidente que es el último en ser llamado pero, cuando se sienta en el despacho que ocho años después será el suyo, sospecha lo fundamental: «Presidente, prefiero que no me digas lo que intuyo que me vas a decir». Al más puro estilo Rajoy. Aznar le confirmó que le ha elegido para ser su sucesor y contará años después en sus memorias que solo le movió a ello «el interés de España».

El cuaderno y el avión

No se lo desveló a nadie, aunque tuvo ocasión de hacerlo. El vuelo que le trasladaba a la República Dominicana días antes de decidirse tuvo una avería. Llamó al Rey para decirle que «si le ocurría algo», en la cartera llevaba un cuaderno azul en el que estaba apuntado el nombre de la persona que «debía hacerse cargo de la situación». Como si fuese fácil encontrar los restos de un cuaderno azul en un avión siniestrado, recordó con humor negro años después.

Ya lo sabía quien lo tenía que saber. Lo siguiente también sucedería en el palacete de la cuesta de las Perdices . Una comida temprana el sábado. A la mesa, cuatro personas. Puede que hasta cuatro amigos: Aznar, Rajoy, Rato y Mayor Oreja. Una cadena de radio especula horas antes con que Ángel Acebes también está en las oraciones del presidente. Pero se equivoca. «Ha sido la decisión más difícil de mi vida», confiesa en el almuerzo. Espero no equivocarme por el bien del país y del partido». Aún estaban los cuatro comiendo cuando al filo de los telediarios de las tres de la tarde la noticia salta a las agencias. Escueta pero definitiva: Aznar ha elegido a Mariano Rajoy como candidato del PP a las elecciones de 2004.

Todavía no se sabe pero esos comicios se celebrarán el 14 de marzo de 2004, tres días después del 11-M. La nota informativa no especifica cómo se van a repartir la bicefalia el titular y su sustituto. Pero no tarda en trascender que el elegido dejará el Gobierno y se convertirá en el secretario general del partido desplazando a Arenas. La cara de Rato y de Mayor Oreja cuando escuchan el nombre del designado es la viva imagen de la frustración. A ambos, el jefe del Ejecutivo les expresa su gratitud y ambos también se ponen a disposición de Rajoy para lo que necesite en la nueva etapa.

La respuesta, cuenta Aznar, «llevaba aparejada una cierta resignación». Pero el ministro de Interior nunca le hizo saber su malestar. Eran amigos y jamás le falló. Sin embargo, Rato era harina de otro costal.

La fría posición del ministro económico respecto a la implicación de España en la guerra de Irak supuso un mazazo para las relaciones de los dos amigos, que habían compartido cenas con sus parejas y amistad más allá del Consejo de Ministros.

Distanciamiento

El distanciamiento, abonado también por la separación matrimonial del vicepresiente que dolió a las esposas de ambos, cotizó para que Rato no fuera el delfín de Aznar . Pero aun así, hasta en dos ocasiones el que luego sería director gerente del FMI fue consultado por Moncloa y en ambas rechazó asumir esa responsabilidad. Ahora, en 2003, cuando el presidente decide abrir el cuaderno azul, le recuerda la doble negativa. «Tú me has dicho dos veces que no». Y Rato responde, según relata Aznar: «Pero ahora te digo que sí».

Ya no hay vuelta atrás. El que fue considerado autor del milagro económico de los años 90 opta por poner distancia de por medio . Y no solo personal. Su marcha al FMI pone también un océano de distancia. El presidente recuerda en sus memorias: «Me costó comprender la posterior reacción de Rodrigo. Yo era consciente de su decepción ante el desenlace de la sucesión y sabía que, después de tantos años de amistad, nuestra relación ya no sería la misma. Sin embargo, no esperaba que Rodrigo pusiese una distancia tan grande desde tan pronto».

El inquilino de Moncloa se refiere a que durante la primera visita del nuevo dignatario internacional a España convocó a una amplia representa ción del mundo político y económico y «a mí no me llamó», revela. Hoy, con las graves acusaciones que pesan sobre Rato por su etapa en Bankia, la voz de Aznar nunca se ha escuchado. De aquellos años de juventud, solo una persona le ha defendido en público: su exmujer, Gela Alarcó.

«La operación salió bien» y habría salido «perfectamente si no hubiese sido por los atentados del 11 de marzo de 2004». Son palabras de quien dejó de ser ese año presidente del Gobierno y depositó en manos de Mariano Rajoy el futuro del PP. Todavía tardaría este partido en volver a Moncloa siete años. No eran amigos y ni siquiera ninguno de los dos descolgó el teléfono nunca para quedar un fin de semana. Incluso hoy siguen sin serlo aunque la necesidad de revalidar el poder este otoño reducirá las distancias.

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