Sin Rastro
Rafael Calatayud, el «buzo» al que no le gustaba el mar
Semanas antes de desaparecer en extrañas circunstancias, el joven avisó a su familia de que quería volver a la Península desde Canarias
Dos años sin noticias, sin avances y sin investigación pesaron tanto que José ofreció una recompensa: un millón de pesetas a quien facilitase datos del posible paradero de su hermano, Rafael Calatayud . Apenas habían podido leerse los periódicos ese día cuando llegó la primera llamada. «No ofrezcas dinero, a tu hermano lo asesinaron el día que desapareció. Le colocaron un peso muerto y lo hundieron». Cuando el autor de la llamada fue citado a declarar no acudió. Cuando José le pidió explicaciones, lo negó todo.
A sus 20 años, Rafael quería volver a Valencia. Quería hacerlo sin previo aviso, sin que nadie supiera sus intenciones. Un año antes se había trasladado a Tenerife con su trompeta para tocar en una orquesta, pero algo había cambiado. En la última conversación que tuvo con su hermana le dijo que quería regresar. Dos semanas después desapareció sin previo aviso, pero no llegó a ninguna parte. No hubo explicaciones porque las versiones acerca lo que ocurrió aquel 2 de septiembre de 1991 nunca se concretaron en una verdad oficial.
El último en verle fue Agustín , un compañero de la orquesta con quien Rafael había quedado fuera del trabajo un par de veces. Estaban en la playa de La Tejita (El Médano), con vientos de 35 Km./hora. Era primera hora de la tarde en un arenal donde entonces se consumía droga con frecuencia. Según la versión de Agustín, a 400 metros de la orilla estaba la barca y los dos hombres: Rafael estaba en el agua haciendo pesca submarina, iba equipado con gafas, aletas y un arpón. «Pero no le gustaba la pesca submarina», dice su hermano por teléfono. Apenas sabía mantenerse en el agua.
La situación empezó a ponerse complicada por el viento. El mar arrastraba hacia adentro la embarcación y la única manera de vencer la corriente parecían las aletas. Rafael subió a la barca y se las dio a Agustín, según contó este. «Lo único que parece verdad es que Rafa estaba encima de la barca y que solo había unas aletas», cuenta su hermano. Sin embargo, José duda. Duda de que siendo éstas el único medio para llegar a la playa en esas condiciones, Rafael las hubiese entregado sin más. «Hubiese hecho todo lo necesario para ayudar, pero nunca se hubiese sacrificado».
Al final Agustín llegó a la playa. Rafael se quedó a bordo de la barca. Agustín fue a buscar ayuda, pero para cuando el primer pescador salió en busca de Rafael habían pasado casi tres horas y media . Ni rastro del joven o la barca.
A estas alturas, José desiste de que se sepa qué le pasó a su hermano. En busca de respuestas ha visitado la isla incontables ocasiones. Ha recorrido una y otra vez el camino que había podido hacer su hermano. El camino que pudo hacer Agustín en busca de ayuda. Ha diseccionado cada detalle —cuatro minutos y treinta segundos se tarda a 60 km./h de la playa al puerto más cercano, asegura—. Ha hablado con cada testigo: pescadores, locales, compañeros de trabajo, la novia. Ha intentado encajar versiones que no le cuadran. Ha intentado averiguar quién, esa misma tarde, entró y robó en el apartamento de su hermano sin forzar la cerradura. Pero más de 20 años después, José solo sabe una cosa: «Este hombre mintió y lo que yo averigüé lo podrían haber hecho ellos si hubieran investigado».
La investigación de la desaparición de Rafael se cerró a los tres días. La juez de instrucción era Isabel Oliva, en quien dos meses después recaería la investigación sobre la polémica muerte en aguas tinerfeñas del magnate de la prensa inglesa Robert Maxwell. Tras este caso, fue inhabilitada por «incapacidad permanente».
El largo batallar de la familia consiguió que se reabriera el caso de Rafael cinco años después. Pero volvió a archivarse por falta de pruebas . «Si esto hubiera ocurrido en la Península hubiera sido diferente. Si hubiera ocurrido hoy, con la importancia que se le dan a las desapariciones, se hubiera resuelto».
Noticias relacionadas