PP y PSOE pelean por el voto de 2,5 millones de indecisos
El CIS infrarrepresenta a la derecha desde sus primeros estudios
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El PP y el PSOE dedicarán los últimos días de campaña a la caza del indeciso. Un total de dos millones y medio de electores aún no saben qué votarán en las próximas elecciones autonómicas del 24-M, según las encuestas realizadas por GAD3 en la mayoría de las comunidades (todas menos los archipiélagos) que celebrarán comicios el próximo domingo, con más de ocho mil entrevistas en total.
Son dos millones y medio de personas que podrían decidir el sentido de su voto en la última semana de campaña, unos días fundamentales en un escenario de volatilidad de voto como el actual, y en los que movimientos pequeños de votos pueden inclinar las balanzas de un lado o de otro.
Se trata, en total, de un 15 por ciento de los electores sobre el censo autonómico (sin contar las cuatro comunidades donde no habrá elecciones el 24-M: Andalucía, Galicia, Cataluña y País Vasco). La bolsa de indecisos está formada por antiguos votantes de los partidos tradicionales, distanciados y desengañados de la política en los últimos años, pero también de nuevos votantes que no se sieten atraídos de momentos por ningún partido.
El PP mira, sobre todo, a sus antiguos votantes que se han alejado del partido. En concreto, uno de cada diez personas que confiaron en el PP en 2011 están ahora se sitúan en el «no sabe/no contesta». Se trata de un voto que los populares consideran «recuperable», por ejemplo con un llamamiento al «voto útil» para impedir que gobierne un frente de izquierdas anti-PP. En el PSOE, los antiguos electores situados en la indecisión llegan al 11 por ciento, vitales para marcar distancias con Podemos. Hay un 13 por ciento de nuevos votantes (en 2011 eran menores) que siguen indecisos con su voto, y otro 15 por ciento de ciudadanos que se abstuvieron en 2011 y que ahora no tienen claro qué harán.
Salvo en contadas ocasiones, la opción «no sabe/no contesta» ha sido la ganadora de todos los sondeos del CIS desde que en octubre de 1978 empezara a preguntar a los españoles por su intención de voto en las elecciones generales. Detrás de ese binomio se esconden los indecisos, pero también el llamado «voto oculto» de electores que, por diversos factores, rehúsan decir al entrevistador cuál va a ser el color de su papeleta, aunque lo sepan de antemano. En principio, esta dinámica explica en parte la sorpresa que hace diez días supuso la victoria del británico David Cameron, lanzado a un segundo mandato por una mayoría absoluta que la demoscopia ni atisbó.
Resultados reales
En España, la diferencia entre la intención de voto declarada al encuestador -que no «estimada» en lo que se ha dado en llamar «cocina»- y los resultados reales de las elecciones generales ha sido históricamente acusada en el caso del partido conservador, primero AP y luego el PP: como promedio desde 1982, por cada cien electores que dijeron al CIS que iban a votar esas siglas, lo hicieron de forma efectiva 168. Comicios como los de 1993 estuvieron precedidos por una legislatura en la que solo una media de 12,09% de los mayores de 18 años expresó al CIS que iba a votarles, cuando luego fueron más del doble, un 26,43% del total de la población de derecho, utilizada aquí como referencia en lugar de la «participacion» por ser el mismo universo con el que trabaja el Centro de Investigaciones Sociológicas.
En el mismo periodo, la correspondencia para el PSOE fue de 1 a 1,1, esto es, su cosecha en las urnas es, por tradición, muy parecida a la que reflejan los barómetros en la pregunta referida a la intención directa de voto. Y a veces incluso menor de lo que aparece en el CIS, como fue el caso de las elecciones generales de 1986, 1989 y 2008, años en que el Partido Socialista fue receptor de menos papeletas de las que habían sido declaradas por adelantado en ese sondeo. Esta fatal ecuación alcanzó su máximo grado en 2011, cuando el CIS dio al PSOE un 25,5% del voto (promedio de toda la legislatura previa iniciada en 1989) y recabaron apenas el 19,6% del apoyo de los españoles con derecho a participar.
De la serie de datos que retrata más de treinta años se deduce, por tanto, que en la encuesta oficial el PP siempre aparece infrarrepresentado, al contrario que el PSOE, al que el CIS avanza, por lo general, unas expectativas que no llegan a cumplirse.
«Una posible hipótesis sobre lo que sucede respecto al PP es que, como los partidos conservadores -salvo la democracia cristiana- tienden a ser más liberales, a los ciudadanos les dé mala conciencia reconocer su afinidad con ellos, debido a que socialmente estas formaciones se asocian con actitudes menos altruistas, que priorizan menos la solidaridad», explica la directora de la consultora Myworld y expresidenta del CIS, Belén Barreiro, que subraya por anticipado que este es un razonamiento «psicológico», compartido con su equipo, pero «tan válido como cualquier otro». Otros autores señalan también como motivos de este comportamiento la «vergüenza», el temor al aislamiento o a «quedar peor» frente a quien les entrevista.
Esa diferencia entre el voto directo declarado y la verdad posterior del escrutinio revela en el caso de AP/PP que existe una permanente «ocultación» de la decisión de apostar por estas siglas en las urnas. Y no solo eso, también a «olvidar» que se les votó. «España no es un caso único, es la tónica en la mayoría de las democracias avanzadas de nuestro entorno: Se tiende a recordar más que se votó al partido conservador cuando gobierna, como ocurrió con José María Aznar, -explica Barreiro- pero eso deja de cumplirse cuando se deteriora la propia reputación del partido, como ha pasado con Mariano Rajoy, que en poco tiempo perdió credibilidad, también debido al contexto».
Refugio en el NS/NC
Los datos del CIS reflejan también la evidencia de que, en los malos tiempos de una determinada opción política, sus electores buscan especial refugio en el «no sabe/no contesta» si son preguntados acerca de a qué partido van a votar. El ejemplo lo constituye esta misma legislatura: los barómetros en los que el PP registró su menor intención directa de voto -octubre de 2013, 11,4% y enero de 2014, un 10,8%- coinciden con los meses en los que la franja del «NS/NC» alcanzó su punto álgido en casi cuatro años. Respectivamente, el 24,1% y el 23,6% de los encuestados dieron esa respuesta. Fueron estos los estudios demoscópicos hechos en plena convulsión del «caso Bárcenas», es decir, los inmediatamente posteriores a la comparecencia de Rajoy en el Congreso que siguió a la difusión de sus SMS de ánimo al tesorero o de la destrucción en la sede de Génova de los famosos discos duros con las cuentas del partido. El Ejecutivo del PP se tambaleó como nunca en aquellos meses.
Más allá de coyunturas, observando la representación de AP/Partido Popular en el CIS en toda su amplitud, el profesor de la Universidad Complutense Ignacio Urquizu señala en su estudio «El voto oculto en España» publicado en 2005 una fecha clave: febrero de 1993. Es cuando el PP superó por primera vez el 20 por ciento en intención de voto directo (alcanzó un 20,3%), lo que duplicaba el promedio que el CIS les había otorgado desde 1982.
Una de las explicaciones que aporta el experto es que la «espectacular» subida de aquel peldaño fue resultado del debilitamiento con el tiempo de los «prejuicios» que asociaban al partido conservador con un «pasado autoritario», elemento que desde el inicio de la democracia había lastrado sus expectativas electorales. De otro lado, 1993 marcó también el inicio de la legislatura del «Váyase, señor González», de la acumulación de casos de corrupción vinculados al PSOE (Filesa, Luis Roldán...), y la crisis económica que culminaron con la victoria de José María Aznar. Llegó a La Moncloa precedido por una intención de voto del 21,1% (media de los cuatro años previos a 1996). Tras su primer mandato (hasta 2000), ese indicador creció hasta el 24,9%. Al término del segundo (que finalizó en 2004), los encuestados que confesaban al CIS que su opción era el PP se habían elevado al 27,3%, el máximo visto en las filas conservadoras.
La excepción de 2004
Precisamente las elecciones de 2004, celebradas tras los atentados del 11-M, constituyen una rareza tanto en lo que respecta al PP como al PSOE. Esta última formación, con José Luis Rodríguez Zapatero por primera vez a la cabeza, llegó a la convocatoria con una intención de voto media en los cuatro años anteriores del 22,5%, que en las urnas se convirtió en el 31,8% de los sufragios, entendidos sobre el total del censo. Por cada cien votos declarado previamente recogió 141, una mejora sobre expectativas CIS insólita en el PSOE, a excepción solo de la que experimentó en su estelar cita de 1982.
Por el contrario, en 2004 fue la única vez en que los resultados del PP se ajustaron casi al milímetro a lo predicho por el CIS: 27,35 de intención de voto y 28,24% de voto efectivo final.
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