Las encuestas se juegan su fiabilidad este año tras sus fracasos históricos
Las elecciones europeas de mayo de 2014, el último fracaso sonoro: nadie supo ver la fuerza de Podemos
«Buenas noches, señor presidente del Gobierno». Pasaban las ocho de la tarde del 6 de junio de 1993, una hora que más de uno desearía borrar de su memoria por las meteduras de pata grandiosas que se vivieron en ese momento. El «presidente del Gobierno» era, en teoría, José María Aznar, y quien saludaba, un periodista, uno más, que había creído a pie juntillas las encuestas que daban como claro ganador de las elecciones generales de ese día al candidato del PP. Fue uno de los fracasos más sonoros de los sondeos en España, que tuvo su segunda versión, precisamente, en 1996, cuando muchas encuestas pronosticaran una amplísima mayoría del PPen las urnas, incluso una mayoría absoluta. Tampoco acertaron esa vez, porque Aznar ganó esta vez, sí, pero por los pelos, con 156 diputados.
Los «pinchazos» de las encuestas son habituales en España, y en realidad en todo el mundo. Predecir el comportamiento exacto, voto a voto, de una población es una tarea reservada casi a los magos. Por eso, los investigadores sociológicos no se cansan de repetir que las encuestas solo son una «foto fija» del momento en que se hacen, y que no tratan de reflejar el futuro, sino de marcar las tendencias. Y en eso, arguyen, sí aciertan.
En las elecciones europeas de mayo de 2014, nadie, ni siquiera el CIS, supo prever la fuerza que tendría Podemos, con más de un millón de votos. En las autonómicas andaluzas de 2012, muchos medios anunciaron una mayoría absoluta del PP: se quedó a cinco diputados... y en la oposición. En las catalanas de ese mismo año, el «CIS» catalán daba a CiU una mayoría absoluta holgada de 71 diputados: se quedó con 50. Los ejemplos podrían llenar fácilmente estas dos páginas,
¿Pero por qué se hacen tantas encuestas para tratar de descubrir el futuro que nos espera, si los errores se repiten? Para responder a esta pregunta, podemos situarnos en el otro extremo. Imaginemos que no se hicieran encuestas. Ni una. Andaríamos a ciegas, sin tener un solo dato que nos indicara quién está fuerte, o quien cae en picado. «Frente al desconocimiento absoluto, la encuesta te ofrece muchas pistas, pero no se puede exigir que sea capaz de acertar en cada uno de los datos, porque la realidad cambia, es muy variable», comenta Narciso Michavila, presidente de GAD3.
Marcar tendencias
«Las encuestas no quieren acertar, sino marcar tendencias. Son un producto libre, que se crea en un escenario muy volátil», explican fuentes del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
El director del Euskobarómetro, Francisco Llera, advierte que no es lo mismo hacer una encuesta que una estimación de voto. Esta es «una proyección que el investigador hace a partir de los datos de una encuesta. Se mezcla la calidad del estudio, la destreza, la finura, la experiencia y el conocimiento del modelo de estimación», lo que se llama coloquialmente «la cocina».
Para fijar la estimación de voto, cada maestrillo tiene su librillo. Parte de la «intención directa de voto», que es la respuesta espontánea que dan los entrevistados, pero que contiene un alto porcentaje de «no sabe / no contesta». La estimación trata de «traducir» ese porcentaje indeciso en voto probable, a partir de respuestas de recuerdo de elección o simpatía.
Las estimaciones de voto fallan por muchos motivos. Si hay una muestra pequeña (a menudo vemos en algunos medios encuestas de 200, 300, 400 entrevistas), el resultado, de entrada, tendrá un margen de error muy alto. No es fiable. Si se pretende hacer una asignación de escaños con menos de 1.500, se roza la osadía. Y si la encuesta se hace seis semanas antes de unas elecciones, el resultado no será tan exacto (respecto a las urnas) como las que se realizan una semana antes.
En una buena encuesta cuenta todo: la seriedad del organismo que hay detrás, el cuestionario, las entrevistas, el método (no es lo mismo que sea por teléfono fijo que a domicilio, con una entrevista personal de 15 o 20 minutos, como hace el CIS), la serie histórica, la fecha de realización y, por supuesto, el proceso de datos. No es comparable una empresa que hace una encuesta de 600 entrevistas por primera vez, que el barómetro del CIS, que como mínimo hace 2.500 entrevistas (sin atreverse a asignar escaños), lleva décadas realizando sondeos en los mismos periodos, aplica siempre idénticos criterios de estimación y cuenta con una serie histórica de enorme valor.
Esas condiciones para calibrar la «fiabilidad» sirven para todas las encuestas en cualquier tiempo y lugar. Pero la coyuntura política española complica aún más las cosas a los investigadores sociólogos. Si en mayo de 2014 no se supo prever la irrupción abrupta de Podemos fue porque el partido no existía antes, no pudo medirse ninguna trayectoria previa ni tenía un recuerdo de comportamiento. Según explica Llera, se produjo una «infraestimación», al carecer de referentes y precedentes para medir su impacto. Conocido su peso real en las urnas, la duda ahora está en si se ha pasado al extremo contrario, la «sobreestimación» ante las generales.
Prever el resultado de Ciudadanos es, según los expertos consultados, más difícil incluso que el de Podemos el año pasado por estas fechas. El temor a cometer el mismo error, puede llevar a una «sobrestimación», o en todo caso a utilizar criterios diferentes que no garantizan el acierto.
Vivimos un momento de una gran movimiento en la intención de voto. Han aparecido partidos nuevos, existe mucho voto oculto (casi todo del PP, según los sociológicos consultados), y en un mes puede cambiar el escenario por completo. Eso complica aún más las cosas. A finales de 2014, Ciudadanos apenas asomaba en las encuestas. Ahora, se consolida como cuarta fuerza, con tendencia al alza. La encuesta que se hace hoy es papel mojado dentro de unas semanas. ¿Pero quién prefiere vivir en la absoluta oscuridad a tener al menos una pista de por dónde camina la realidad?