la lucha contra la corrupción: decálogo
El reto del PP: cambiar o ser cambiado
España está en shock. A la corrupción solo le sigue un relato de excusas. He aquí 10 medidas para el cambio ético
Nóos, Palau, Pujol, Pallerolls, ERE, cursos de formación, Gürtel, Bárcenas, Malaya, Bankia, Púnica... Y antes, Filesa, Gescartera, Naseiro, Tibidabo, AVE... España está en schok. El goteo de casos de corrupción sobre el café del desayuno ha conseguido helar el corazón de ciudadanos que, hasta hace poco, solo tenían la trascendental, pero cotidiana al fin, tarea de elegir cada cuatro años entre Aznar y González; Rajoy y Zapatero; Rosa Díaz y Cayo Lara. O entre todos ellos, a aquel que representara mejor los intereses de su presente y el futuro de sus hijos. A Rajoy le eligieron 10.800.000 españoles en el convulso noviembre de 2011 para evitar que España reandara los pasos amargos de Grecia, Irlanda y Portugal. Entonces, los electores abofetearon a Zapatero por su pasividad frente a la crisis en la cara de Rubalcaba. Y el PP cumplió; contra viento y marea resistió los envites del rescate con gran sacrificio de los ciudadanos, como ha reconocido el propio Gobierno. Sin embargo, tanto da porque la obra parece desdibujada. O no. Pero nada calma ya la exasperante percepción pública de que muchos políticos -minorías casi ya mayoritarias- usan sus puestos para enriquecerse, de que el dinero público se multiplica a mayor gloria de los bolsillos de aquellos que prometieron servicio público y, lo que no es menos grave, de que el relato de los dirigentes públicos se basa en atropelladas improvisaciones y en recetar medidas para los ajenos que no aplican a los propios.
El presidente del Gobierno leyó ayer una cuartillas en el Senado para concluir que «me siento avergonzado» tras saltar a la opinión pública la macrorredada que ha llevado a la detención del que fuera mano derecha de Esperanza Aguirre en el PP de Madrid y a cinco de sus alcaldes; su compañera de filas, Esperanza Aguirre, lo hizo veinticuatro horas antes y lo repitió ayer, entre golpes de pecho por lo ocurrido; al otro lado de la calle, Pedro Sánchez reclama plenos para hablar de la corrupción y rompe amarras con el Gobierno para no pactar medidas «con un Ejecutivo que tolera la corrupción» mientras en su galería de retratos ilustres de Ferraz cuelgan el de dos expresidentes que, según la justicia, supieron y consintieron el uso irregular de fondos públicos destinados a parados; o a la vez que su compañero de filas, Tomás Gómez, aguanta unas incipientes lágrimas por su amigo y sucesor en el Ayuntamiento de Parla, José María Fraile, otro huésped como el número tres de Aguirre de los calabozos madrileños. Desde allí, el juez Eloy Velasco rasca sin saberlo -o sabiéndolo- en las entrañas no solo de los partidos sino del mismísimo sistema político español, que ha ofrecido más de treinta años de estabilidad y democracia a España, para envidia del mundo, y cuya virtualidad parece escurrirse entre los dedos de nuestros representantes como si fuera un vaso de agua.
Los políticos españoles muestran estar sobrepasados, abrumados por los acontecimientos y solo aciertan a improvisar titulares de telediario. Mensajes moralizantes sin contenido ante los que la ciudadanía se muestra impermeable. Como el gallo de chantecler, la política española se ha levantado una mañana y ha descubierto que el sol salía sin necesidad de que él cantara. Que bajo el sol se han colocado los populismos demagógicos, preparados, listos, ya para embolsarse el descontento ciudadano con un proyecto de España que erizaría la piel de cualquier demócrata europeo.
Estados de Derecho asentados como Francia, que tiene incursos en delitos de corrupción a todos sus presidentes vivos de la República (y tuvo también a los hoy fallecidos), aguarda a que escampe su bancarrota económica para tomar medidas contra los corruptos. Pero es claro que España no puede esperar más. Las bases de los partidos que han gobernado España desde la muerte de Franco son las más críticas con la inacción de sus dirigentes. Exigen claridad y transparencia; máxima exigencia ética con los cargos que sean acusados judicialmente; que se les expulse de sus escaños; que declaren sus bienes antes y después de marcharse; que se regule la limitación de mandatos como ha establecido, con éxito histórico, la democracia americana; que los partidos solo se financien con el dinero de sus afiliados. Y que se dé voz a la militancia para la catarsis.
No solo PP y PSOE, pero sobre todo ellos, deben olvidar las retóricas partidistas para encarar un problema nuclear para España que cerca está de acabar con lo mucho conseguido. Después solo acecha el abismo.
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