El almuerzo que acabó con Rato
El Partido Popular es un clamor: el goteo de escándalos hunde al partido. La parsimonia con que se aborda cada nuevo zarpazo de la justicia es una baza -apuntan- para los populismos
Acaba de terminar el comité ejecutivo. Es lunes 20 de octubre y está próxima la hora del almuerzo. Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal acuden a un discreto restaurante, cerca de la sede popular, tras haber toreado ante su plana mayor (con vagas promesas de que el Comité de Derechos y Garantías tomará decisiones) la indignación contra Rato.
O, por mejor decir, contra la inacción de la cúpula en el caso de las tarjetas opacas de Caja Madrid , de las que nada menos que 16 relevantes militantes hicieron uso fraudulento. Contenida indignación, porque en el cónclave nadie dice nada. Fuera, sí: hasta el siempre prudente Alberto Fabra, al que algunos responsables de Génova dan por amortizado como candidato valenciano, ha defendido ante la prensa que aguarda en la calle que se eche al vicepresidente de Aznar. Se suma también Arantza Quiroga. Y Alberto Núñez Feijóo.
Todos viven con indignación «el marrón» de Rato, que valoran como «la más delicada coyuntura en la historia del partido». En seis meses, hay que pasar por las urnas «y la campaña a Podemos y a los populistas se la estamos haciendo gratis», confiesa un asistente a la reunión. A estas alturas, el PP cree haberse dejado en el camino, por culpa del descrédito de los políticos y el desgaste del Gobierno, casi cuatro millones de votos de los 10,8 millones obtenidos en noviembre de 2011; un diputado nacional asegura «que el goteo constante va haciendo cada vez más grande esa fuga. Es imparable por mucho que se llegue a acuerdos con el PSOE sobre regeneración».
En las bambalinas del comité muchos apuntan a José María Aznar como la argamasa de cuantos males con la Justicia arrostra el partido: Gürtel, Acebes (al que solo unas horas después imputará el juez Ruz), la reforma de Génova y Rato. Un miembro de la dirección, sin embargo, endosa el caso Bárcenas «a los sucesores de Aznar, que le nombraron tesorero del PP». Y de aquella laxitud, concluyen, «seguirán saliendo cosas», como la vinculación de Acebes con la compra, con presunto dinero negro, de acciones de Libertad Digital. Al ex secretario general también ha dejado de nombrarle Rajoy, como hizo con Bárcenas y desde el lunes con Rato.
Aunque todo empezó con la Gürtel, sumario que desde 2009 investiga las vinculaciones del PP madrileño y valenciano con una red de corrupción urbanística y política, todo se agravó con las andanzas de Bárcenas. De hecho, la implicación de Acebes -«cogida por los pelos», según la misma fuente- se basa en una difusa declaración del hoy preso en la que asegura que su antecesor en el cargo, Álvaro Lapuerta, le dijo que había consultado con Acebes la compra de acciones del grupo de comunicación de Federico Jiménez Losantos y que este le había autorizado a que lo hiciera con dinero negro del partido. Bárcenas, de nuevo, marcando la agenda del PP. Como días después, cuando otro relevante popular, el ex alcalde de Toledo, José Manuel Molina, sea imputado por adjudicar un contrato a cargo de una donación para la campaña de Cospedal. La venganza del extesorero contra la número dos del partido, a la que considera responsable de su caída en desgracia («que cada palo aguante su vela», dijo de él), nuevamente es servida en plato frío desde Soto del Real.
Pero el lunes, cuando Rajoy y la presidenta castellano-manchega se sientan a comer, la preocupación se centra en cómo gestionar el expediente Rato. Quema en las manos. El partido, y sobre todo la opinión pública, no están para paños calientes. El autor del milagro económico español (1996-2000), al que el hoy presidente arrebató la candidatura a la presidencia del Gobierno, es un bumerán para el PP. «Lo de Rodrigo y los otros consejeros -apunta un alcalde- lo entiende todo el mundo como un insulto, una ofensa para la sociedad, y especialmente para nuestros votantes».
El presidente charla con Cospedal de un compañero que nunca fue su amigo. Porque Rajoy y Rato tan solo se toleraron, según quienes vivieron esa relación. Es curioso, porque casi nadie reconoce (ahora) empatía con el hoy imputado. Aznar, que sí fue su amigo, asegura en sus memorias que le propuso dos veces que fuera su sucesor. Pero él lo rechazó. Y luego, cuando en 2003 el ministro económico le dijo qué sí quería ser el líder del PP, el primer presidente popular le espetó: «Tú me has dicho que no dos veces». «Pero ahora te digo que sí», contestó su número dos. Aznar nunca le designó y la distancia entre ambos, que ya era kilométrica por el desacuerdo del expresidente de Bankia con el apoyo del Gobierno a la guerra de Irak, se hizo insalvable.
El desaire de Aznar le llevó a acompañar como número dos en 2004, en una pirueta cargada de despecho, a quien le había arrebatado el poder: Mariano Rajoy. A pocos en el PP se les ha olvidado la cara del exministro en la rueda de prensa de la derrota, tras la convulsa jornada electoral que siguió al 11-M. Rato dibujó en su rostro la disidencia frente a las decisiones de su partido. Tres meses después del naufragio, buscó refugió en el FMI, que, contra el criterio de Rajoy y los intereses de su país, abandonó cuando solo llevaba tres de los cinco años de mandato. La compañera de mesa de Rajoy, Cospedal, no vivió esas tensiones con su ya excompañero.
Sin embargo, ella es partidaria de actuar con contundencia. Lo acaba de decir ante los dirigentes de su formación: «Llegaremos a donde sea menester y los afectados pueden hablar en representación de sí mismos». Se refería a la posible expulsión de Rato, tras el expediente informativo. Eso sí, los dos comensales saben que eso no calmará el debate interno abierto ni contendrá el malestar público ante el goteo de casos de corrupción. Por eso, hay que actuar. El propio Rato tiene que mover ficha. Un miembro de la dirección reconoce que «era insostenible que Rodrigo se fuera a dormir esa noche con el carné del PP en su bolsillo».
Un miembro VIP
Dicho y hecho: los dos máximos dirigentes del partido llegan al acuerdo de que lo mejor es que el garbanzo negro salga del cocido lo antes posible. Y lo haga, por lo menos formalmente, de manera voluntaria. El resto de partidos y sindicatos ya han expulsado a los miembros afectados. Pero en el PP las circunstancias son diferentes: es un miembro VIP, se trata de uno de sus referentes. De hecho, tras su vuelta del FMI, que justificó «por motivos familiares», todavía tuvo tiempo de jugar al poder económico, que acabó por arrumbarlo.
En 2009, en plena guerra entre Rajoy y Esperanza Aguirre por el control del partido, la presidenta madrileña se empeña en colocar en Caja Madrid a su mano derecha, Ignacio González. Solo tuvo que dar un pequeño paso al frente Rato para que el presidente, entonces solo del PP, se aliase con el alcalde Gallardón para vetar a González y colocar a Rato a presidir la caja madrileña que luego tornaría en Bankia. Rajoy gana una batalla fundamental a Aguirre, pero la guerra por la joya de la corona de los partidos no ha hecho más que empezar. En 2012, la ruina del nuevo banco es un clamor. La Moncloa tiene que intervenir la entidad e inyectarle 23.000 millones de euros del escaso dinero público que deja la recesión. Es la muerte de Rato. Solo tendrán que pasar dos años para que el uso de tarjetas sin control le dé la puntilla. Por eso Rajoy acaba de decidir que debe marcharse.
El cruce de llamadas durante la tarde del lunes desemboca en una carta, pactada entre Rato y la mano derecha del presidente, en la que el primero comunica a la segunda la suspensión temporal de su militancia «hasta que todos estos hechos queden esclarecidos». No es la mejor de las soluciones -apuntan los más críticos- «porque de esta forma el partido paraliza la investigación interna y no responde a la transparencia que exige una situación así. Pero algo es algo». Mientras, el partido sigue en plena sacudida.