Salvador Sostres - Elecciones - Generales

Los nuevos viejos de la política

La campaña ha venido marcada por la recuperación económica , por la corrupción y por una confrontación entre los partidos políticos estables y lo que ha venido en llamarse «la nueva política », bastante imaginaria en tanto que los novedosos han resultado ser un comunista y un Narciso, que yo creo que son las dos carracas más viejas -y más pesadas- del mundo.

La recuperación económica que el Gobierno ha defendido ha incomodado a la oposición, hasta el punto de que, especialmente Pedro Sánchez , ha parecido más interesado en que la crisis perdurara que en nuestra mejoría, si era a cambio de poder continuar hostigando al presidente: y sus pobres expectativas electorales tienen en parte que ver con que se le ha notado.

La corrupción ha pasado y pasará factura al Partido Popular, a pesar de que nunca como en los últimos años ha sido perseguida, y hemos visto desfilar por los juzgados a personas de todos los partidos políticos, sin piedad para nadie.

La campaña ha sido bronca, sin demasiadas ideas, con demasiados tópicos, con el proyecto del Gobierno por un lado, por el otro el insensato chavismo de Podemos, y en medio -que no en el centro- los pobres y desesperados recursos de Pedro Sánchez , que ha dado la nota más baja del socialismo desde la recuperación de la democracia, y la insólita colección de espejos con que Albert Rivera ha querido convencernos de que es el más guapo, el más inteligente, el más íntegro y el más transparente, sin ninguna otra idea, sin ningún otro compromiso, sin ningún equipo que inspire la menor confianza, con la alta excepción de Juan Carlos Girauta , y sin ni siquiera aclarar qué piensa hacer con los votos que reciba, en una intolerable mezcla de cinismo y ensimismamiento, justamente él, quien tantas lecciones de honestidad da a los demás partidos y tanto nos promete que está en la política para regenerarla.

Al final, como casi siempre, en estas elecciones podremos elegir entre el orden eficaz pero aburrido, entre el reformismo poco emocionante pero tan necesario; o el vértigo del riesgo -que algunos creen tan divertido- de la incertidumbre y el caos.

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