La CONTRACRÓNICA
La Diada y la edad del pavo
Desde 2012, con el Tricentenario de 1714 de por medio, la sociedad catalana vive una Diada perpetua y autocomplaciente
En su libro «Kassel no invita a la lógica», Enrique Vila-Matas cuenta que el 11 de septiembre de 2012 se disponía a tomar un taxi rumbo al aeropuerto: «Me sentí un barcelonés camino del exilio», confesaba. De exilio nada, Enrique. Menuda suerte salir volando… ¡Aunque sea a una feria de arte que nadie entiende! Cuando llega el Onze de Setembre –lo ponemos con letras para no confundirlo con el 11-S neoyorquino, una fecha realmente histórica– la población catalana trashuma: muchos barceloneses –conocidos afectuosamente en las provincias como «pixapins» («meapinos»)– se desplazan a sus segundas residencias, mientras que las comarcas se vienen a pasar el día a Barcelona. Con la Diada cayendo en viernes, mis vecinos tomaron las de Villadiego. Si tardabas en largarte, te caía encima la Operación Jaula de la paradójica «Via Lliure». A medida que avanzaban las horas, las posibilidades de huida eran tan exiguas como una fuga de Alcatraz antes de la peli de Clint Eastwood. Cuando supe que la Renfe desconvocaba la huelga estuve tentado de tomar un tren para Zaragoza, pero había que escribir esta crónica sobre el peculiar estado –¿emocional?– de mis compatriotas.
Dos mil autocares arrojan a la masa que coartará la Meridiana, arteria de entrada y salida de Barcelona. Hay barceloneses también en la mani, pero están ahí porque les va el curro en ello. Si gana la candidatura «Junts pel sí», los adictos al Nou País «okuparán» las instituciones públicas con ese cuento de la independencia que obra prodigios como tener helado de postre a diario. Los paquis venden «estelades» a cuatro euros, provechosa integración en el Nuevo Orden. El soberanismo ha conseguido lo que no consiguió el franquismo: desterrar la «senyera» –auténtica bandera de Cataluña– del espacio público. Fabricadas en China, las «estelades» hacen las veces de mantel de pic-nic, capa de Supermán o pareo: cual pasarela, la «Via Lliure» exhibe la versatilidad de la «cubana» intrusa.
Si el guarismo más ligado a Convergencia es el 3%, el porcentaje de balcones abanderados en los edificios barceloneses es de una tercera parte el escuálido treinta por ciento que votó en el referendo del Estatuto. Tres años después de su conversión y siguiendo su táctica de emboscarse, Mas no se movió de Tuset Street para ir a una Meridiana donde pocos votan a su partido.
Desde 2012, con el Tricentenario de 1714 de por medio, la sociedad catalana vive una Diada perpetua y autocomplaciente. Como Kassel, la Diada no invita a la lógica. Domina el color amarillo, mal color para hacer teatro.
¿Es lógico que quien aspira a la presidencia vaya de número cuatro? ¿Qué quién se declara europeísta pacte con la CUP, que quiere salir del euro? ¿Qué el partido que destapó a los corruptos convergentes en Torredembarra comparta con ellos lista y bracito en la Meridiana?
Los adultos en camiseta rivalizan en infantilismo con sus adoctrinados cachorros. Esos niños pidiendo la independencia... A este paso, la República Catalana rebajará el voto a la edad del pavo. La Meridiana, otra cicatriz.