¡Ojo! con las aseguradoras europeas, ¿y las españolas? Bien, gracias
El que avisa no es traidor, y Christine Lagarde, directora del FMI, lo ha hecho con las compañías de seguros de vida: algunas corren peligro de insolvencia... ¡Cuidado Merkel!
![¡Ojo! con las aseguradoras europeas, ¿y las españolas? Bien, gracias](https://s3.abcstatics.com/Media/201504/28/lagarde--644x362.jpg)
Algunas de esas frases lapidarias que a muchos nos gusta utilizar para dar sentido y explicar a terceros situaciones específicas de la vida las encontramos en películas clásicas, que no por ser de tal corte dejan de ser actuales –como afirmaba el escritor mexicano Alfonso Reyes, «clásico es lo que sin ser actual es actual»–. Pues bien, en «Now, voyager» («Lágrimas de antaño» para países de habla hispana y cuyo estreno en nuestro país fue allá por los años 50), su protagonista, encarnada por Bette Davis, tras pasar por la obra y gracia de un especialista en psiquiatría, se transforma totalmente en una nueva mujer. Una mujer «de mundo», fuerte, segura de sí misma, con poder de decisión y muy convincente con sus palabras. En la escena final, su «enamorado galán» le expresa su profunda tristeza por no poder pasar el resto de sus días junto a ella (estaba «infeliz» pero «eterna y obligadamente» casado). «Jerry, we have the stars. Let’s not ask for the moon», es la inmortal frase con la que «la» Davis pone el «The end» a la «cinta»: «Jerry, tenemos las estrellas._No pidamos también la luna». El destino dirá. Y punto final. Su antagonista no tenía opción a rebatirla. El «continuará» quedó, y queda, para la posteridad, a merced de la imaginación del cinéfilo de turno.
Traspolando más allá de las pantallas la ficción a la realidad, la mujer contemporánea con poder de decisión, de mundo, dura, inteligente –al mismo tiempo que, dicen algunos, encantadora en el trato y con sus palabras–, podría estar encarnada en la figura de Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). En uno de sus últimos informes, el organismo internacional se mostraba también lapidario y contundente en su mensaje: «Las compañías de seguros europeas de tamaño mediano que tengan un balance débil podrían afrontar un riesgo creciente de quiebra». Ahí queda eso.
Pero el mensaje fue más allá, más explícito. Y, sobre todo, mucho más directo, porque entre los principales políticos del mundo y los líderes de las grandes instituciones existe el «vis a vis» –cuando no el teléfono, obvio– y ¡oh sorpresa! el destinatario (entre alguno más, sí) no fue otro que una destinataria, también de armas tomar: Angela Merkel, a la que no le sirvió de nada replicar su «...no pidamos también la luna». A Lagarde, desde luego, no le valió la respuesta. Quiere las estrellas y la luna. Un continuará. Nada de dejar todo igual y al destino.
De lo que avisó la gerente del FMI a la canciller alemana (y me consta que también a otros dirigentes europeos, como al francés François Hollande) es del riesgo de que ese episodio que quedó grabado en la industria del seguro como escenario a la japonesa –el de los años 90– se reedite en Europa. ¿Y_por qué lo teme? Blanco y en botella: hoy, el Viejo Continente, como entonces Japón, se expone a sufrir un largo periodo de bajos tipos de interés. Mínimo, mínimo, hasta 2017. Y un entorno así para ciertos países y ciertos sectores, principalmente para las compañías de seguros de vida, no es precisamente bueno. Unos tipos tan bajos al final se trasladan a los rendimientos de la deuda pública a largo plazo, lo que constituye un peligro porque les complica cumplir los objetivos de rentabilidad ofrecidos a sus clientes.
Pero, además, a Lagarde le preocupa, tal y como le hizo saber a Alemania, Francia, Suecia..., que el asunto no es una cuestión menor. Les detalló que el sector cuenta con 4,4 billones de euros en activos en la Unión Europea. Por este concepto, atesora el 20% de la deuda soberana de la región, el 35% de la deuda corporativa, el 32% de la deuda financiera, el 40% de las titulizaciones, el 15% de las cédulas hipotecarias y el 5% de las acciones. Como, además, el sector se encuentra muy interconectado con otras piezas del sector financiero (¿bancos?) en caso de que la crisis vuelva de alguna manera, con el sector asegurador en el epicentro de todas las miradas, el efecto contagio se antoja imparable. Ya a finales de 2014, la Autoridad Europea de Seguros y Pensiones (EIOPA, en sus siglas en inglés), publicó los resultados de los test de estrés a las aseguradoras: el 24% de las firmas no cumplirían los requisitos de capital en un escenario a la japonesa. El sector, todos a una, restó importancia a este dato, pero Lagarde, implacable en sus advertencias, les recordó, país a país, que las actuales condiciones de mercado muestran «unos intereses significativamente más bajos que en los escenarios manejados en los test de estrés».
Y ¿tuvo a bien advertir a España sobre este asunto? No hizo falta «pedir la luna». Para la dirigente francesa el sector asegurador español es un ejemplo a seguir. Nuestras compañías aprobaron, y con nota, los tests de estrés. No sólo no se han necesitado ayudas públicas para seguir adelante, sino que además se ha contribuido, y mucho, a la superación de la propia crisis invirtiendo en deuda pública cuando nadie quería hacerlo. Tienen solvencia actual y colchón de futuro. Algo de lo que otros (¿alemanes? ¿franceses? ¿suecos?) no pueden presumir. La nueva legislación, a la vuelta de la esquina. En enero de 2016. Habrá un continuará.
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