El espectro del populismo griego mantiene en vilo a la Unión Europea

La posiblidad de que Syriza gobierne tiene dos finales. Unos creen que sus recetas radicales y heterodoxas podrían ayudar. Otros, que llevará a Grecia a la catástrofe y, de paso, a parte de la Unión

El espectro del populismo griego mantiene en vilo a la Unión Europea afp

enrique serbeto

Después de haber inyectado unos 200.000 millones largos de ayudas de distintos tipos, la economía griega sigue sin dar señales claras de recuperación. La sociedad está agotada por años de sacrificios que se han revelado inútiles y los gobiernos europeos dudan sobre el camino a seguir. La llegada del partido populista de izquierda Syriza que prevén las encuestas ha sido interpretada como el elemento que puede cambiar de forma traumática el rumbo de la crisis. La diferencia está entre los que creen que sus recetas radicales y heterodoxas podrían ayudar, o los que están seguros de que llevarán a Grecia a la catástrofe, arrastrando de paso a parte de la UE.

El debate sobre la salida o no de Grecia del euro no es nuevo . Desde el comienzo de la crisis es un asunto que está sobre la mesa y hasta ahora se ha impuesto siempre la tesis de que sería peor lanzar el mensaje político de que la moneda única no es algo irreversible, que el coste de asumir un lastre como el que representa Grecia. Pero los hechos son incontestables. En el primer rescate, en mayo de 2010, los socios de la zona euro le facilitaron a Grecia cerca de 53.000 millones a través de prestamos bilaterales. Como esa inyección no tuvo el menor efecto, en marzo de 2012 se acordó un segundo plan que suponía la oferta de otros 109.000 millones (79.000 del recién creado Fondo de Estabilidad Económica y el resto del FMI) además de la imposición obligatoria de un recorte de la deuda con los acreedores privados del 59% por un valor de otros 107.000 millones de euros.

No todas estas ayudas han sido desembolsadas todavía ni pueden contabilizarse como dinero contante y sonante circulando en la economía griega, porque gran parte ha sido utilizada para refinanciar deudas precisamente con bancos europeos. Pero el todo suma una vertiginosa cantidad como para dar por hecho que la economía griega debería haber notado cierta mejoría. En efecto, en abril el Gobierno de Andonis Samaras anunció que el Estado había logrado un superávit primario, pero fue apenas un espejismo. También el altísimo desempleo ha empezado a reducirse, pero sigue siendo a una velocidad insignificante. Desde este otoño los ministros de economía del Eurogrupo han estado aplazando la decisión de diseñar un tercer rescate, divididos entre los que creen que cualquier gesto con la misma fórmula será inútil y los que piensan que no hay más remedio que seguir manteniendo en vida -aunque sea vegetativa- al enfermo.

La exposición de España

España es el cuarto país más expuesto a la deuda griega: si Atenas se declarase insolvente podría perder hasta 24.700 millones de euros, entre los préstamos directos y garantías que el Estado ha asumido. Una exposición más baja que Italia (37.260 millones) y bastante menos que la de Francia (42.000 millones) y Alemania (56.500 millones), pero una cantidad relevante como para hacer tambalear las cuentas públicas. Hasta el Banco Central Europeo (BCE) tendría que asumir las pérdidas por los bonos griegos que compró a través de los bancos en plena tormenta de la zona euro. Y ha bastado una insinuación en la prensa alemana diciendo que Angela Merkel dejaba abierta la puerta de salida del euro, para provocar una tormenta financiera en toda europa. La semana pasada, la Comisión Europea tuvo que esforzarse por desmentir los rumores que significativamente Berlin dejó crecer durante varios días hasta negar también que esté empujando a los griegos a dejar la moneda única.

Esos rumores pueden marcar la diferencia respecto a lo que pasó en 2010. Entonces se temía un efecto contagio incontrolado a otros países de la moneda única, con una Unión Europea carente de mecanismos para atajar el fuego, mientras que ahora esos mecanismos existen y pueden utilizarse para dejar aislado el problema. La Unión Bancaria ha empezado ya a funcionar con la supervisión en manos del BCE y después de que las pruebas de esfuerzo de este otoño demostrasen que las entidades financieras podrían sobrevivir a una nueva crisis de la deuda como la que provocaría la quiebra de Grecia. Pero, a diferencia de lo que sucedía entonces, ahora se abre paso la hipótesis de que una victoria de Syriza sería el inicio de una cascada de gobiernos controlados o marcados por partidos demagógico-populistas (de extrema izquierda en muchos y de extrema derecha en otros) en varios países. Los analistas de Podemos dicen claramente que si Alexis Tsipras se convierte en el nuevo presidente del Gobierno griego, Pablo Iglesias puede hacer lo mismo en España.

La CE, que ha logrado imponer el criterio de que se instaurasen gobiernos tecnócratas o de gran coalición para gestionar la crisis, no contaba con este tropiezo político que causó la incapacid ad del Parlamento para nombrar al presidente de la República. Samaras había confesado en enero de 2014 que confiaba en que podría convencer a un número suficiente de diputados para que evitasen la convocatoria de elecciones anticipadas, con el argumento evidente de que la mayoría de los que actualmente ocupan un escaño no podrían renovarlo, ante el avance de Syriza. Al contrario, muchos han preferido acelerar las cosas, creyendo que cualquier retraso en abrir las urnas no hará sino amplificar la ventaja de los populistas.

En lo que todos estaban de acuerdo es en que era inevitable que la crisis y la política de austeridad entrasen en la campaña. Lo que mas temía la CE era que la discusión sobre el futuro de la economía griega se ventile en una campaña electoral, donde las ofertas y promesas prevalecen sobre el debate sereno de los técnicos. Por encima de todos los rumores más o menos interesados, Syriza dice que no es que quiere que Grecia salga del euro, sino que la zona euro asuma que no podrá pagar jamás su deuda de cerca de 315.000 millones, el 174% de su PIB.

Negociar una quita

Uno de los principales ideólogos del partido, el economista y académico John Milios, ha propuesto que se acepte una reducción de todas las deudas públicas de los países de la moneda única para dejarlas en el 50% del PIB, como se hizo con Alemania después de la II Guerra Mundial, algo que violaría no solo las principales reglas de los tratados, sino los más profundos tabúes sobre los que se construyó el euro. Sería negociar una quita que representaría la bagatela de 4,3 billones (con b) de euros, esencialmente poniéndola en los libros del BCE.

La virtualidad de esta fórmula es que no sería Grecia el principal país beneficiado, sino Italia, que vería desaparecer 1,2 billones de su deuda, Francia (898.000 millones) o la misma Alemania, que dejaría de deber 778.000 millones.

Pero el asunto que irrita a los partidarios de la ortodoxia es, sobre todo, que premia más a los que han gestionado de forma displicente la economía y «castiga» (o deja sin ventaja) a aquellos países que han hecho bien las cosas. Otros, fuera de Grecia, piden una salida «temporal» del país del euro, para permitirle devaluar su moneda y recuperar la competitividad, algo así como instaurar un purgatorio financiero en el que Grecia pudiera reconstruirse y terminar los deberes que debía haber hecho antes de ser admitida en el euro. En todo caso, el papel del BCE será esencial en cualquier fórmula, y no solo como se ha especulado hasta ahora para paliar los daños de una posible fuga de capitales si se produjese la victoria de Syriza.

Políticamente, la prioridad de las prioridades sigue siendo mantener la cohesión de la moneda única, que se ha convertido a la vez en el principal pilar de la construcción europea y su punto más débil. Hoy domingo había prevista una cena en Estrasburgo de la canciller alemana, Angela Merkel, el presidente francés François Hollande y el presidente del Parlamento Europeo, Martin Shulz, para tratar de calmar los ánimos, al menos mientras dure la campaña electoral griega. Pero se ha aplazado por los graves ataques terroristas que vive Francia estos días.

Samaras es un político que no se desanima fácilmente. En las anteriores elecciones retrasó una operación para no abandonar la campaña a pesar de saber que eso le provocaría una pérdida de visión irreversible. Ahora hace campaña prometiendo que si es reelegido los ciudadanos empezarán a notar los beneficios de la recuperación. Su partido de centro-derecha tiene mejores posibilidades que el viejo PASOK (socialista) cuyos líderes han decidido acudir a las urnas con nuevas siglas, para ver si así evitan su completa desaparición. Unos y otros dicen que no volverán a pactar un gobierno de gran coalición. Como dice el comentarista Angelos Stangos, «nos esperan más turbulencias» en el futuro. «La verdad es que [Samaras] ha fracasado y especialmente durante el periodo que siguió las elecciones de esta primavera al Parlamento Europeo, cuando exhibió claras señales de ineptitud. Pero por otro lado, tampoco hay nada convincente entre la basura que han distribuido en sus promesas y pronunciamientos las llamadas fuerzas "anti austeridad". A no ser, claro está, que la sociedad griega decida suicidarse». Lo que el resto de Europa teme ahora es precisamente que la decisión de los griegos tenga repercusión política en el resto de la UE.

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