Federer, rumbo al número 1 con 33 años

Contenido cuando gana y medido cuando pierde, Roger Federer exhibió el domingo su versión más expresiva cuando la bola de Gilles Simon se quedó en la red . Expulsó como pocas veces se le había visto antes un grito procedente de la tensión, la adrenalina, la euforia y el alivio. Un exorcismo para recordar, a los demás y a sí mismo, que nunca se le fue el apetito de levantar un título más, de recibir los confetis del éxito, de irse de los torneos el último, con la cantinela de «os veo el año que viene». En un deporte que le indica, cada vez con más frecuencia, que está «mayor», Federer alimenta sus mil vidas con los paseíllos en el túnel de vestuarios, con los rituales de cambio de raqueta cada ocho juegos, con las firmas en la cámara para rubricar la victoria.

Con la última, en Shanghái, un trofeo que faltaba en su estantería, al suizo se le presenta la oportunidad de volver a ser número 1 del mundo. Lo ha sido durante 302 semanas -237 de forma consecutiva-, pero esta última escalada la afronta desde una madurez impropia en el tenis de hoy. Hace más de una década que nadie con tantas temporadas en la raqueta acepta el reto. En 2003, holló la cima Andre Agassi, con 33 años, cuatro meses y nueve días.

Es la misma edad que presenta Federer en su DNI, pero no en su cuerpo y mucho menos en su tenis. Pero sí la tiene muy en cuenta a la hora de elegir el rumbo del año. Tras un 2013 gris, con un solo trofeo -Halle- y muchos problemas de espalda, este curso reverdece con cuatro títulos -Dubái, Halle, Cincinnati y Shanghái-, 61 victorias y nueve finales. Es el actual número 2, tras superar a Rafa Nadal este lunes. Y puede sumar mucho más: Basilea, París-Bercy, la Copa de Maestros y la final de la Copa Davis. Cuatro torneos con los que impulsarse y atacar la atalaya que defiende Novak Djokovic. Está a 2.430 puntos del serbio en el ranking por el número 1 , pero este tiene la presión de defender los títulos en Francia e Inglaterra. Y con su primer hijo recién nacido en brazos.

«Hace tiempo que el ranking es algo secundario para mí. Me gusta ganar títulos. Y el número 1 depende de Djokovic, no tanto de mí», explica el de Basilea, que, además de sumar su semana 303, se enfrenta también a un bendito dilema. Su país disfruta de una oportunidad única para ganar la Copa Davis , un trofeo que le falta, pero su implicación con la bandera podría mermar su capacidad para atacar con garantías París y Londres. Su instinto decidirá. El que lleva marcándole el camino desde que comprendió que debía escuchar a su cuerpo y hacer caso de las serias advertencias de los rivales, siempre más jóvenes que él.

«Ahora toca volver a Suiza y ahí veré cuáles son mis prioridades: el número uno, París, la Copa de Maestros. Hay que elegir y, después, ver cuánta energía me queda. Pero dependerá de Djokovic, es el que está delante. En cualquier caso, yo voy a seguir jugando», explicaba feliz con su trofeo, como si no hubiera ganado 80 títulos antes ni hubiera celebrado 984 victorias.

Un largo camino de triunfos que ha limado conforme soplaba las velas. No pierde mucho tiempo en tierra batida y alarga sus vacaciones siempre que puede. Llegó listo a Shanghái porque no paró en Pekín. Hasta su juego se ha adaptado a su madurez. Ha multiplicado sus subidas a la red -asesorado por Stefan Edberg- y su tenis se desarrolla sobre la línea de fondo. Busca los puntos rápidos y los pasos cortos, antes el bote pronto que los largos intercambios. Economizar la energía para cumplir su objetivo: seguir hasta los 35 y más allá. Ya va por los 33, y más en forma que sus rivales. Con la ambición intacta acecha al número 1, y para ello tendrá que hacer lo que más le gusta: ganar títulos.