fórmula 1
Hamilton, el divo humilde hijo del ferroviario
El inglés de origen proletario y carácter imprevisible consiguió su segundo título mundial gracias a un bólido soberbio
Los sudores fríos suelen aparecer en el semblante de los directores de comunicación de la Fórmula 1 cuando trabajan con Lewis Hamilton, desde ayer doble campeón del mundo en una carrera apacible en Abu Dabi a bordo de un bólido intratable , el Mercedes 2014 que ha fulminado a la competencia. Sufren porque es un personaje imprevisible, en la pista y, sobre todo, en la calle. Británico por flemático y formal en el trato, pero con un gen latino en sus ademanes. Hamilton (29 años) siempre sorprende. No hay guión escrito para él, uno de los pilotos con mayor talento y el primer inglés en número de victorias en la Fórmula 1.
Sorpresa fue para Ron Dennis -el patrón de McLaren-, que un mocoso de ocho años se le acercara hace veinte inviernos y, después de ganar una pruebas de karts, le soltara a modo de saludo: «¡Quiero correr para usted! Quiero ser campeón del mundo con McLaren». Dennis lo formó y lo cuidó como su cuarto hijo (tiene tres, dos chicas y un chico) y lo entregó a la Fórmula 1 en 2007, en el curso que Alonso aterrizó en la escudería inglesa.
Un impacto social supuso su ingreso en este mundillo. Fue el primer piloto negro de la historia y estuvo a punto de ser un debutante prodigio de la precocidad: llegó a la última carrera (Brasil) equidistante con Alonso y entre ambos perdieron el título a manos de Raikkonen.
Sensación causa incluso su nombre, Lewis Carl. Una ocurrencia de su padre, Anthony, que sentía verdadera fascinación por Carl Lewis, el atleta norteamericano que epató al mundo en los Juegos de Los Ángeles 84 con sus cuatro oros, como Jesse Owens.
Por el lado familiar conecta con Alonso y otros pasajeros de la F1. Su origen es humilde, de emigrantes trabajadores. Anthony Hamilton nació en la isla caribeña de Granada y buscó fortuna en el Londres de los años 70 como empleado del Metro y otras colocaciones relacionadas con las redes ferroviarias. Papá Hamilton era un apasionado de las carreras de coches y financió los costes de su retoño en un deporte carísimo a base de horas extras en el suburbano y de laborar como repartidor de publicidad puerta a puerta en Londres.
Cuando sus padres se separaron, Lewis Hamilton se quedó con su madre, Carmen, hasta que cumplió diez años y se entregó por completo a los karts. Tutelado de nuevo por su padre, comenzó una vida de titiritero por los circuitos de Inglaterra, un fin de semana detrás de otro. Actividad que compaginó con su otra afición, el kárate, en la que llegó a ser cinturón negro.
Como tripulante de la Fórmula 1 se ha metido en numerosos embrollos, de los que ha salido gracias al oficio diplomático de los responsables de prensa, primero en McLaren y ahora en Mercedes. Emotivo y visceral, no suele callarse cuando le aprietan el zapato y ha mostrado el colmillo -al parecer imprescindible para ser campeón- con Nico Rosberg. Era su amigo del alma y casi terminan a palos en Mercedes.
Espontáneas y repentinas como él son su familia y su novia, la cantante Nicole Scherzinger. Todos cogieron un avión el sábado para acompañar en Abu Dabi al piloto, que había sugerido su ausencia las semanas antes para estar concentrado. Hoy, el chico del barrio de Stevenage vuela en un avión privado de 23 millones de regreso a su hogar elitista de Mónaco.