NBA
Russell Westbrook, la emotiva historia oculta del mejor jugador de la NBA
El base de los Thunder apunta al MVP de la temporada con números que hacía décadas que no se veían en la NBA
Kobe Bryant responde a la cuestión sin dudar. «De los nuevos, el único que me recuerda a mí cuando era joven es Westbrook. Juega con una rabia que no es normal. Como si estuviera enfadado». Las palabras del cinco veces campeón de la NBA , quizá el mejor jugador de la última década, son la mejor carta de presentación del base de los Thunder, que acumula cinco triples-dobles –al menos más de 10 puntos, asistencias y rebotes– en los últimos seis partidos. En esos cinco encuentros, el compañero de Ibaka en los Thunder ha promediado 36 puntos, 13 rebotes y 12 asistencias. Unos números que no se veían en la NBA desde la época de Magic Johnson y Larry Bird y que le han catapultado a la lista de aspirantes al MVP de la temporada.
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Cuando Russell Westbrook (California, 1988) sale a la pista, la leyenda «KB3» va siempre con él. En sus zapatillas, en una pulsera, en el brazalete habitual de su brazo izquierdo... Da igual, pero siempre presente. A pesar de la admiración que se profesan, las iniciales no tienen nada que ver con Kobe Bryant y tienen su origen mucho antes de que el base de los Thunder llegara a la NBA. Khelcey Barrs -amigo de la infancia- y Westbrook eran inseparables. Habían crecido juntos compartiendo sueños con forma de canasta. Un horizonte lejano que tenía como punto final la NBA.
Una muerte trágica
Russell era el patito feo. Un adolescente esmirriado que aún no había dado el estirón, mientras que Barrs llamaba la atención por su físico y le llovían las ofertas de las universidades. Su anhelo de compartir vestuario en los Bruins de UCLA antes de ir a la NBA se truncó de manera abrupta una tarde cualquiera. En una de esas pachangas con las que tanto disfrutaban, el corazón de Barrs se rompió. Una anomalía congénita le arrancó de golpe la vida y provocó un profundo cambio en el carácter de Westbrook.
Apartir de ese día, Russell se encomendó en cuerpo y alma a cumplir su sueño, como si de alguna forma estuviera también haciendo realidad el de su amigo. «KB3», siempre presente, le acompañó en su último año en el instituto y le abrió las puertas de la Universidad de California (UCLA).
Una vez allí, Westbrook pasó del fondo del banquillo al cinco inicial. De sus 3 puntos por partido de su primer año a los casi 13 del último. Lejos aún de su plenitud, pero más convencido que nunca de sus posibilidades. «¿Por qué no?» , se repetía justo antes de superar cada meta. Un lema con el que bautizó su fundación. Una forma de vida.
Su nombre no aparecía en las agendas de las mejores franquicias, pero Westbrook supo hacerse un hueco entre los mejores del draft. Sam Presti, general manager de los Seattle Supersonics, lo tenía claro. «Russell no era el mejor en nada, pero si le preguntaba a cualquiera de los jugadores quién había sido el más incómodo de los rivales, siempre me decían su nombre», reconocía en declaraciones a los medios poco antes de elegirle para su equipo, que poco después se trasladó a Oklahoma City.
Desde su elección en el número 4 del draft de 2008 hasta hoy han pasado siete años en los que Westbrook se ha convertido en una figura de la NBA gracias a una ética de trabajo incompatabla. Es el primero en llegar al entrenamiento y el último en irse. Se machaca más que nadie. Un calco de Bryant. Ambición sin límites. Justo como soñaba cuando jugaba en la calle junto a su amigo Barrs, al que aún le debe un anillo de campeón que podría conseguir este mismo año. ¿Por qué no?