Natación sincronizada
Ona Carbonell: «Me siento preparada para todo lo que venga después de la sincro»
La nadadora habla con ABC sobre sus diez años en la selección, sus retos en la piscina y sus proyectos fuera de ella
Apenas ha dormido después de aterrizar de la Copa de Europa, y el sol de la tarde achica sus ojos. Sin embargo, poco tardan en abrirse para recibir el impacto de la foto. En un solo parpadeo, Ona Carbonell (Barcelona, 1990) borra el cansancio para devolver a la cámara una mirada tan expresiva y llena de fuerza como la que irradia en sus ejercicios dentro de la piscina. Ni siquiera su cuerpo se queja cuando ejecuta una de sus acrobáticas figuras, aunque ella duda, no por la flexibilidad de sus piernas, sino por si da de sí el pantalón vaquero. La realidad, que pone límite a sus posibilidades. Junto a la Barceloneta, en Barcelona, el viento llama su atención antes de sentarse a hablar distendidamente con ABC. Por inercia, Carbonell cubre sus oídos con la chaqueta. Nada es suficiente para llegar en las mejores condiciones al Mundial de Kazán de este verano, aunque detrás de esa responsabilidad para con la natación sincronizada española, donde comenzó con trece años, se esconde una mujer con muchos retos por los que luchar dentro y fuera del agua.
—¿Cómo está?—Cansada. Hemos aterrizado a la una de la madrugada, y después, tren desde Madrid. He dormido poquísimo. Pero ahora tengo un par de días con medios y trataré de descansar.
–¿Recuerda por qué se metió en la piscina?–Hacía gimasia rítmica desde los tres años y siempre fui muy flexible. Pero después me dijeron que me lo tomara más en serio y con mis padres acordamos quera muy pequeña. Y a los nueve, no sé cómo me enteré de que había un deporte que unía mis dos grandes pasiones: la danza, el baile y el arte y el agua. «Es más pez que persona», decían mis padres, porque me pasaba horas y horas y horas en el mar.
–¿Qué le aportó una disciplina a la otra?–La elasticidad, la plasticidad, interpretar, bailar, moverme, Y yo me siento mejor dentro del agua que fuera. En un museo no aguanto una hora de pie, porque me duele todo, la espalda, los pies, todo, pero en el agua puedo estar cinco horas sin tocar la pared.
«El deporte me ha hecho vivir tantas cosas, que me siento preparada para todo lo que me encuentre en la vida»
–¿Cuándo se lo toma como la profesión que ahora es para usted?–A los trece años me llamaron para la selección española. No ha habido nadie que haya ido tan joven. Y para mí fue como un sueño. Sentía que había encontrado mi sitio. Seguro que hay muchos talentos por el mundo, pero no saben que se les da bien. Yo sí.
–¿La realidad se pareció al sueño?–Y todo estaba destinado a que nos dedicáramos solo a entrenarnos, a que consiguiéramos la excelencia. Para mí no fue tan duro el comienzo. Me encontré con entrenamientos de diez horas, pero quería más. No quería salir de la piscina cuando terminaban. Lo pinto muy bonito, pero hay un sacrificio y unas decepciones y lloros día sí día también, de cansancio, de impotencia. Y hubo dudas al principio porque tenía que salir de casa y mis padres no querían que dejara de estudiar. Sin ellos no estaría donde estoy. Nunca han elegido por mí, pero me han ayudado siempre, poniendo las tiritas cuando hacía falta y felicitándome en los buenos momentos. Acordamos que estudiaría más despacio, pero me saqué todo a distancia año a año.
–Y además de estudios, la exigencia de la sincronizada.Por eso esto se llama élite. Ni solo con talento ni solo con esfuerzo puedes llegar. Para ser subcampeón olímpico tienes que ser muy trabajador, tener una cabeza muy bien amueblada, mucho afán de superación. Tienes que tenerlo prácticamente todo. Y aún así, es muy difícil.
-¿Siente que ha perdido la infancia?Cuando me lo pregunta siempre explico que la madurez que me ha dado el deporte me ha formado como deportista, pero sobre todo como persona. Yo se lo agradezco todo al deporte, no a las medallas, ni a los triunfos ni a los éxitos, sino haber vivido todo tipo de adversidades, el trabajo en equipo, la disciplina. Algo que no tiene una niña normal de trece o veinte años.
-Tenía aptitudes, ¿fue suficiente?-No. Ni solo con talento ni solo con esfuerzo llegas. Para ser subcampeón olímpico tienes que ser muy trabajador, tener una cabeza muy bien amueblada, afán de superación. Tienes que tenerlo prácticamente todo. Y aún así, es muy difícil. Por eso se llama élite. Pero creo que una de mis mayores virtudes es el esfuerzo, el trabajo. Sé lo que quiero conseguir y lo que cuesta.
«Las medallas las disfrutaré cuando se las enseñe a mis hijos»
-Pasa por una piscina en su día libre, ¿ve horas de sacrificio o medallas?-Las horas, las horas. Si veo el mar, me encanta, pero solo con oler el cloro ya me entra un poco de alergia. Si hay dos cosas que no me gustan de la «sincro» son el frío, lo paso fatal, siempre tengo frío, y el cloro. Después de una competición no quiero ni ducharme porque estoy del agua hasta las narices. Lo que quiero es tirarme en el sofá sin moverme durante quince días.
-¿Y las medallas?-Están en un colgador porque no me caben en cajas. No las suelo ver. El deporte no tiene pausa: ganas una y piensas en la siguiente. Las disfrutaré cuando se las enseñe a mis hijos y les explique las historias de cada una de ellas.
-Lo más difícil es sonreír, interpretar, los viajes, las horas, el frío...-Las apneas [sumergirse bajo el agua varios segundos]. Lo peor. Estás boca abajo y las pulsaciones nos bajan muchísimo, a 60, y cuando respiramos, de un segundo a otro, nos pueden llegar a 180-190. Cuando tragas agua o una compañera te da una patada, no te apetece mucho sonreír.
-¿Qué le ha dado el deporte?-Yo se lo agradezco todo, no a las medallas ni a los éxitos, sino haber vivido tantas experiencias: adversidades, trabajo en equipo, disciplina, madurez, la presión de un Mundial con 16 años. Algo que no tiene una niña normal de trece o veinte años. Válido para todo lo que me encuentre en la vida.
«La sincro es lo principal, pero tengo 24 años, ya no soy una niña. Tengo hipoteca, pareja, estudios y muchos retos»
-¿Cómo se ve diez años después?-Tengo 24 años y ya no soy una niña. Tengo una hipoteca, una pareja, unos estudios, quiero dedicarme a la moda. La sincronizada es mi preocupación principal, pero tengo otra vida aparte de esta. Es más duro vivir con esta entrega y esta exigencia de la perfección diaria con otras preocupaciones, y que todo funcione. Y llevar once años arriba del todo del medallero mundial y olímpico cada vez cuesta más. A veces siento que no me entreno como antes, pero me dicen que es normal, que crecemos, que la vida pasa para todos.
-¿Siente más presión?-Cuando ganamos la plata, el bronce sabía a poco. Con el oro en Roma 2009, la plata ya era poca cosa. Nos malacostumbramos enseguida, nosotras las primeras, que no disfrutamos de triunfos por los que mucha gente lucha y no logra. En comparación con otros países, no nos damos cuenta de que lo que hacemos es un milagro. Pero es normal, todos queremos que salgan bien las cosas. Esto no quiere decir que no vaya a darlo todo por la medalla.
-¿Se ve un límite?-No, soy joven, aunque lleve más de una década. Tengo muchos retos. Nunca es suficiente, cuando mejor estás, más quieres. Me centro ahora en el Mundial: presentar una rutina nueva en el solo que he trabajado con Virginie Didieu. Creo que gustará muchísimo. Y también los bañadores que preparo con la Escuela Superior de Diseño ESDi, de Sabadell. Todo es secreto.
-¿Tiene miedo al «después qué»?-Miedo, no. El miedo te corta las alas. Respeto sí, a no llegar donde quiero llegar. Pero me siento tan preparada para afrontar cualquier adversidad que estoy muy tranquila para cuando deje la sincronizada.
-¿Quizá como entrenadora?-Este verano voy a hacer un campus y me hace mucha ilusión. Es de iniciación, pero enseguida ves si alguien tiene aptitudes. Es necesario que pasemos las enseñanzas a nuevas generaciones, cuanta más base tengamos, más fácil será mantener a gente arriba. Pero no me veo tanto de entrenadora como de colaboradora en las coreografías o de ayudante.
«Después de una competición no quiero ni ducharme»
-¿Y formar una familia?-Por supuesto. Me encantaría. Ahora no es el momento, pero la tendré.
-¿Tiene algún referente en la vida?-Soy más de gente cercana, de los que me rodean, mi familia. Y Gandhi. Justo después de Londres 2012 pasé casi dos meses en la India, con una mochila. Era subcampeona del mundo y me creía la mejor, la leche, pero llegué allí y vi que no era nadie. Fue un viaje espiritual en el que traje mucha humildad, necesaria para todo en la vida.
-¿Se siente feliz?-Sí: me dedico a algo que me encanta, me pagan por ello, me siento reconocida por la sociedad, los medios... Luego veo a mi hermano que es un crack en biología y trabaja mil horas por un sueldo bajísimo. O amigos que son cum laude y están sin trabajo. No tengo derecho a quejarme. Y no cambiaría mi vida por ninguna otra.
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