López Simón: «Dos toros iban a dar su vida y, aun herido, yo debía entregar la mía»

Ni la cornada le impidió convertirse en el único torero en activo que cuenta con el hito de tres Puertas Grandes en un mismo año en Madrid

López Simón: «Dos toros iban a dar su vida y, aun herido, yo debía entregar la mía» maya balanya

rosario pérez

¿Qué hay de nuevo joven guerrero?» , parecían preguntar hasta las sábanas del hospital San Francisco de Asís a un ya viejo conocido, Alberto López Simón . En el mar de su verdad solo braman dos destinos: la sangre y la victoria . De su mano serpentearon ambas el pasado viernes. Entre el olor a cloroformo, las emociones se respiraban ayer en el umbral de una habitación herrada con el 125 . Aquello parecía el aeropuerto, con un trasiego de gente que quería obsequiar con su cariño al torero de Barajas que un día antes había ofrecido su vida. Dolorido pero sin fiebre, con un costurón de la cornada de Albacete y los drenajes de la reciente de Madrid, atendía las visitas. Una obra de Borges asomaba entre esas manos que, con las carnes rotas, habían lentificado el toreo y la épica hasta convertirse en el único matador en activo con tres salidas a hombros un mismo año en la Monumental.

–Algunos de los grandes no juntan en su carrera un trío de umbrales en el escenario número uno. ¿Se siente figura?

–No, ni mucho menos, para ser figura no todo es tener Puertas Grandes de Madrid. Tengo que demostrar muchas cosas para alcanzar ese honor.

—Se ha quedado a milímetros de la hazaña del César del toreo.

—Un toro me ha frenado intentar ese récord del maestro Rincón. De todos modos, los números nunca me han motivado, me motivan las sensaciones. Y estas tardes en Las Ventas no las olvidaré jamás por la carga emocional tan intensa y la respuesta de la afición.

¿Ganas de más?

—Siempre uno quiere más. Tengo mucho que mejorar, pero estoy satisfecho porque me entregué en cuerpo y alma.

Su tez sigue nívea, no tanto como tras el cornadón de Albacete en esta dura temporada, con un trébol de medallas a sangre y fuego . Aunque una media sonrisa veroniquea su feliz etapa, su espíritu bucea y ahonda en terrenos que solo él conoce, ese sitio del que otrora decían: «O te quita el toro, o no te quita nadie».

—¿Mueve más marcar una época que ser figura?

—Todos los toreros de época han sido figuras. Debe de ser algo precioso, pero no pienso en ello: pienso en mejorar día a día, en preparar mente y cuerpo para dar mayor dimensión de entrega y pureza. Así podrán llegar otras cosas grandes, un estatus de torero importante.

—¿Qué le impulsó a regresar al ruedo con una cornada?

—Como dice la canción de Serrat, es algo personal conmigo mismo. Fue lo que me hizo salir de la enfermería sin saber cómo iba a responder la pierna; era una necesidad interior. Sabía que había dos toros que me habían tocado a las doce de la mañana, que iban a dar su vida y, aun herido, quería ser yo el que me pusiera delante para entregarles la mía.

—El doctor Máximo García-Padrós y los suyos le recomendaron no salir. Aquello debió de ser como un Rocky peleando contra todos...

—No fueron momentos fáciles. Los médicos me tumbaron en la camilla para ver qué tenía. El orificio no era muy grande, pero la trayectoria sí era extensa y la frenó el pubis. Claro, cuando vieron la extensión, dijeron que no era recomendable salir. Fue un poco cabezonería mía, pero dije que salía bajo mi responsabilidad. Me anestesiaron un poco la zona, aunque no me hizo casi nada: se me quitó algo el dolor de atrás, pero como la herida iba hacia delante me dolía mucho la ingle. Sentía unos dolores tremendos, pero mereció la pena entregarme a mi destino y escuchar esos oles.

—¿Calmaron el dolor?

—El dolor seguía, pero las emociones eran tan fuertes que mi mente viajaba hacia ellas y olvidaba en parte lo demás.

Valió la pena el sufrimiento. Con un mimo inusual lo auparon en hombros por la Puerta Grande, y de ahí regresó a la enfermería. ¿Cómo vivió Simón esa salida? «Por las circunstancias de tener un agujero en el cuerpo tuvieron especial delicadeza. Hubo una mezcla de sensaciones que disfruté: alegría, dolor... Me parecía un poco injusto que la gente no pudiera disfrutar del triunfo conmigo después de haberme apoyado tanto. Tenía que hacer el último esfuerzo». La Historia ya estaba escrita.

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