CRÍTICA DE TEATRO
«La villana de Getafe», de Lope de Vega: diferencias de clase
La Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta un montaje dirigido por Roberto Cerdá
La cuarta promoción de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico se pone de largo con una comedia de Lope de Vega como hicieron las tres precedentes si la memoria no me engaña. Da gusto ver la naturalidad y el brío con que estos cachorros crecidos asumen la interpretación del verso, santo y seña de la CNTC. La obra elegida para la ocasión, « La villana de Getafe », parece que –por las alusiones racistas contra los moriscos contenidas en el texto y el descrédito que azota a un par de personajes falsamente acusados de serlo– fue escrita por el Fénix en torno a 1613, año en que fueron expulsados de España los últimos miembros de esa minoría.
La villana de Getafe (****)
Autor: Lope de Vega. Versión: Yolanda Pallín. Dirección: Roberto Cerdá. Iluminación: Pedro Yagüe. Escenografía y vestuario: Ana Garay. Música: Maniano Marín. Audiovisual: Tolo Ferrá. Intérpretes: Mikel Aróstegui
Paula Iwasaki
Es una comedia vigorosa y muy divertida que pone en perspectiva crítica las diferencias de clase condicionantes de las relaciones amorosas y de la vida misma, una esgrima de apariencias, fingimientos, prepotencias, deseos, ambición y pasiones de conveniencia. La villana en cuestión, Inés (muy cabal Paula Iwasaki ), no duda en seguir hasta la corte a don Félix (desbordante Mikel Aróstegui ), el noble que le prometió matrimonio para gozar sus favores en Getafe, entonces parada obligatoria de los viajeros que se desplazaban a Madrid desde Toledo y viceversa, hacia tierras andaluzas.
Lope valora en la decidida Inés su ingenio, su arrojo y su determinación para frustrar los diversos planes de boda de alcurnia de don Félix , chisgarabís rijoso en busca de braguetazo, ingresando como criada en la casa de doña Ana , prometida del galán, y haciéndose pasar por el primo indiano de doña Elena , otra aspirante a casarse con el vividor. El final feliz con la boda de los protagonistas, persuadido don Félix de que Inés, además de limpia y honrada, es rica, tiene un tono decididamente amargo.
Roberto Cerdá apuesta por una dirección muy viva, nerviosa, con escenas sabiamente coreografiadas y un frenesí pautado al que los jóvenes actores se entregan con entusiasmo: todos ellos están muy bien. La airosa versión de Yolanda Pallín , que ha limado una buena parte del texto, traslada la acción del siglo XVII a nuestros días, de tal modo que la villana, labradora en el original, es aquí obrera mecánica y, en la parada de don Félix en Getafe, se trueca la necesidad de cambiar las herraduras de una caballería por una avería automovilística, y consiguientemente, los coches de tracción animal por vehículos de tracción mecánica, detalle resuelto de forma muy graciosa por los audiovisuales de Tolo Ferrà y la escenografía de Ana Garay , autora también del estupendo vestuario, que opta por una estética poligonera para la clase baja, mientras que los nobles lucen impecables trajes de diseño y muestran una predisposición sin límites para el refocile.