CRÍTICA DE TEATRO

«Sueño», de Andrés Lima: el sueño de una noche de invierno

La Abadía acoge este montaje incluído en el proyecto de comedias del Teatro de la Ciudad

María Vázquez, Chema Adeva, Nathalie Poza y Ainhoa Santamaría Luis Castilla

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Son muchos los espíritus convocados por Andrés Lima sobre el escenario del Teatro de la Abadía para encender este « Sueño », escrito al parecer en el corazón del invierno. El primero, el de don William Shakespeare , invocado como inspirador de la nueva entrega, ahora centrada en la comedia, que propone la apasionante iniciativa bautizada como Teatro de la Ciudad . Y luego, entre otros, el de su propio padre, cuyo fallecimiento fue la semilla de esta especie de homenaje, ajuste de cuentas y fiesta de los sentidos que Lima ha amasado como exorcismo reparador del pasado, el presente y quizás el futuro. Si Kafka escribió su desoladora « Carta al padre », Lima ha puesto en pie esta liberadora «Comedia al padre», cuya dedicatoria engloba también a los progenitores del resto de los oficiantes del ritual escénico.

«Sueño» (****)

Texto y dirección: Andrés Lima. Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan. Iluminación: Valentín Álvarez. Música original: Jaume Manresa. Intérpretes: Chema Adeva

Laura Galán

El autor y director subraya así que su obra está « inspirada en la vida misma y en el mundo de Shakespeare», realidad e imaginación; por eso trenza en el envite los contrarios/complementarios amor y muerte, eros y tánatos para asomarse al dolor y la enfermedad, pero también al delirio y el gozo. Así ocurre desde el abrumador principio, en el que al padre, ingresado en un hospital, vencido y roto, aunque aún genio y figura, las enfermeras le cambian el pañal pringoso. El ámbito clínico parece transformarse después en bosque feérico, y las enfermeras y los familiares -el hijo, la madre y la hermana- en enfebrecidos danzantes de un universo orgiástico de recuerdos felices y desenfreno, donde corre el alcohol y no hay límites para los deseos. Los sueños, aunque sean de invierno, constituyen un balsámico remedio contra los ásperos embates del sufrimiento insoslayable y final.

Arriesga mucho Lima en este montaje construido con pedazos de sí mismo y en el que, pese las inclemencias de la reclusión hospitalaria y de la muerte que asoma su mueca por entre las sábanas, es la risa quien se abre paso incendiada de amor por la vida. Su dirección apuesta por un movedizo equilibrio de contrastes de alta graduación entre la realidad vivida y la tal vez soñada, con saltos de la cruda luz aséptica a zafarranchos estroboscópicos en un complejo trabajo de iluminación que gobierna Valentín Álvarez . La entrega y la eficacia de los actores es total en ese constante cambio de roles, con un soberbio Chema Adeva como el padre bronco y Nathalie Poza delicadamente multiplicada en el hijo que narra y la Helena del bosque shakespeariano; a destacar también la tierna loca que compone Laura Galán .

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