Crítica de ópera
«La Traviata»: las penas con pan
A pocos disgustará esta producción firmada por David McVicar y realizada al alimón con el Liceu de Barcelona y las óperas de Glasgow y Cardiff, en la que todo es explícito e inmediato
![«La Traviata»: las penas con pan](https://s2.abcstatics.com/Media/201504/21/traviata-TEATRO-REAL--644x400.jpg)
La ópera popular da alas a cualquier teatro, de manera que el Real vuela estos días llevado en volandas por las benignas corrientes de la satisfacción. Anoche levantó el telón para la primera de las funciones dedicadas a «La traviata». Dieciséis en total redondearán la oferta que apurando el tirón se completa con la transmisión el 8 de mayo, en directo para todo el mundo, y en Madrid en museos, centros culturales, plazas y universidades, incluyendo pantalla gigante en la Plaza de Oriente.
De momento, cabe reseñar que hubo aplausos dispuestos a consolar la inmensa pena de Violetta Valéry. También una buena cantidad de móviles en el primer acto: alguno dedicado a «whatsappear» en silencio durante el embrollo, otros empeñados en sonar durante el mismo. En realidad, pocas cosas animaban a prestar atención: de entrada, el maestro Renato Palumbo tropezaba con la concertación del coro, el tenor Francesco Demuro cantaba vulgarmente y la soprano albanesa Ermonela Jaho aparecía empequeñecida entre el timbre oscuro de la voz, un vibrato no siempre afortunado y una emisión calante.
Hubo que observar con atención para percibir que Palumbo apuntaba maneras, siempre más próximo a la retórica de la obra que a poner de manifiesto la quintaesencia de su orquestación. Recién entrado el segundo acto acabaría por convertirse en el gran hacedor de la obra logrando, poco a poco, hacer creíble la enorme sinrazón de este drama conmovedor. A su lado también estuvo Jaho, profundizando en la definición del personaje y recreándose en varios detalles de buena escuela que alcanzaron un punto culminante con el definitivo «Addio del passato».
En el resto del reparto primó la materia a la calidad de fondo, la voces solventes y con presencia antes que la interpretación refinada de una historia construida por seres de carne y hueso. Los papeles principales serán sustituidos en los próximos días por otros dos repartos, incluyendo nombres de raigambre como el de Leo Nucci.
Al margen de los detalles propios de la noche, a pocos disgustará esta producción firmada por David McVicar y realizada al alimón con el Liceu de Barcelona y las óperas de Glasgow y Cardiff, en la que todo es explícito e inmediato. Concentrado, incluso, pues exige aforar mucho el escenario, lo que redunda en la concentración de la acción. Amplios cortinajes y algún detalle más proponen insistir en el juego del teatro dentro del teatro, del mismo modo que un suelo de oscura piedra evoca la tumba de Violetta.
Un amplio equipo de asistentes se ha encargado en Madrid de poner en pie la reposición de un título que necesita poco para llamar la atención. No es casualidad que en otro teatro de la Gran Vía se anuncie estos días la misma obra, demostrando que el público sigue existiendo y a muy distintos niveles de exigencia. Sólo hay que volver sobre un manojo de títulos canónicos para comprobarlo. A partir de ahí, alguna responsabilidad tendrá también el sistema educativo a la hora de conseguir que sea viable ir más lejos.
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