Tomaz Pandur: «El mal no puede entenderse sin el bien»
El esloveno dirige «Fausto», basada en la obra de Goethe, en el teatro Valle-Inclán, dentro de la programación del CDN
«Reconstruir y reinventar la idea del mal, que forma parte del bien; no se entiende el uno sin el otro, como no se entiende la conciencia sin el subconsciente». Ese ha sido el motor principal que ha llevado al director esloveno Tomaz Pandur a poner en pie su versión del mito de «Fausto». «Era una necesidad», confiesa. Su montaje se estrena hoy en el teatro Valle-Inclán, dentro de la programación del Centro Dramático Nacional . Roberto Enríquez encarna a Fausto en un reparto que incluye también a Manuel Castillo, Víctor Clavijo, Alberto Frías, Emilio Gavira, Aarón Lobato, Rubén Mascato, Pablo Rivero, Marina Salas y Ana Wagener (también estaba anunciado Antonio Gil, pero se ha caído del proyecto por «diferencias artísticas», según reconoció ayer Pandur). La hermana del director, Livija Pandur, y Lada Kastelan, firman con él la dramaturgia, que tiene su punto de partida en Goethe, aunque bebe también de otras fuentes. «Hay, por ejemplo, un tributo especial a Murnau, que realizó en 1926 una película muda sobre el mito», dice Pandur.
«“Fausto” es un libro -explica el director esloveno- que yo llevo conmigo desde hace muchos tiempo. Y hace un año sentí que era el momento de hacerlo. Cuenta la historia, la tragedia, de un hombre que vendió su alma al diablo, y a través de esa historia yo tenía la necesidad de hablar de cosas cruciales en nuestras vidas; es un hombre que lucha contra el mundo, que está al límite de la existencia y que tiene la necesidad de adquirir más sabiduría, y de ahí su marginalidad. Hoy en día el conocimiento está disponible con un solo toque en el teclado».
Tomaz Pandur ha empleado en el espectáculo las dos partes del libro de Goethe; «La primera -cuenta Pandur-, conocida como el protofausto, narra el encuentro de Fausto con el diablo y su posterior encuentro con Margarita; la segunda no tiene nada que ver con la primera, y tiene un carácter filosófico, metafísico». Es en esta segunda parte donde introduce el director el subconsciente; «se derriban las fronteras y Fausto encuentra el momento para decir: “Instante, detente, eres tan bello».
Como todas las obras de Pandur, hay en «Fausto» una marcada intención estética. «La belleza es el encuentro de los dos mundos, y el teatro es el único lugar donde conciencia y subconsciente se pueden unir. En broma, se puede decir que es teatro en alta definición».
Como en muchos trabajos anteriores del director, también, hay en escena un abrumador dominio del blanco y negro. «A mí me gustan todos los colores hasta que son negros-bromea Pandur-. El color es una trampa; no son nuestros ojos los que ven el color, sino el cerebro. Y desde este punto de vista quiero que se vea la función».
Fausto y Mefistófeles, continúa Pandur, son la misma persona, las dos caras de la misma moneda. Pero a Mefistófeles, al que Goethe convirtió en la representación del mal, le ha rodeado Pandur de una familia -una mujer y dos hijos, Valentín y Margarita-. «La familia es una metáfora del mundo. Los hijos de Mefistófeles han sufrido abusos y han sido violados, y entienden el problema de una manera profunda».
«Ponemos en escena nuestros corazones»: es una declaración de principios del teatro tal y como lo entiende Tomaz Pandur. «Es una alquimia, e igual que se necesitan toneladas de pétalos de rosa para extraer una gota de perfume, en el teatro se necesitan muchas horas de trabajo conjunto para lograr un momento de belleza». La aproximación dramatúrgica al libro de Goethe, asegura en ese sentido, ha necesitado de dos años. «Es literatura muy compleja, especialmente la segunda parte; todos conocemos la historia de Fausto, pero poca gente ha leído el texto o lo ha comprendido en toda su profundidad».