Brad Mehldau volvió a triunfar en Vitoria
Por el festival también han pasado el cantante panameño José James y el trío de la pianista japonesa Hiromi Uheara
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No existe mayor aproximación a la condición humana que la que realiza el místico. La música siempre ha estado detrás de la exaltación espiritual. Y da lo mismo que se trate de mantras budistas, letanías sufíes o ese estilo musical con más de tres siglos de vida, popularizado como gospel a partir de la década de los años 30 por el pianista Thomas Dorsey . Las cosas de las que habla habitualmente la cantante Tina Brown llevan la música sugerida en el núcleo del mensaje, y lo que hace junto a su grupo, The Gospel Messengers , es desvelar una de sus caras con los colores de su aproximación personal.
Así, con fiesta gospeliana, comenzó en pasados días este festival por el que también han pasado el cantante panameño José James y el trío de la pianista japonesa Hiromi Uheara. El encanto del primero es innegable; sin duda el mejor vocalista de jazz del momento, corona que comparte con Kurt Elling. Su equilibrado fuelle dio repaso a un álbum que homenajea el genio de Billie Holiday. Y, aunque hizo alguna escapada de menos interés al territorio del pop, canciones como «Fine and mellow», «Good morning heartache» o «Body and soul», dejan pasmado al público. Escalofriante final con su versión de «Strange fruit», regrabándose la voz en directo hasta crear una potente polifonía.
El trío de Hiromi es una evocación modernizada de muchas de las propuestas del jazz-rock de los años 70. Como aquellas, tiene exceso de pirotecnia solista que apaga bastante la personalidad pianística de la titular, dando lugar a un discurso divertido, pero también farragoso en la primera línea de escucha. Justamente todo lo contrario del concierto de otro pianista, Brad Mehldau , convocado por el festival en orden de trío.
Brad Mehldau, gran triunfador
Este músico visita sin intenciones arqueológicas casi todas las fuentes, y, con la esencia de todas ellas, construye su fascinante mundo sonoro. Bill Evans sobre todo, Rachmaninov, Keith Jarrett y algo de McCoy Tyner han dejado huella en un discurso que él ordena a su voluntad y con una inteligencia que le permite, a él y a sus acompañantes, liberar toda clase de impulsos acordes con los caprichos de la sensibilidad. Y, aunque esta vez abusó demasiado de la búsqueda de clímax en el temario, su versión final de «West Coast blues», de Wes Montgomery, y sobre todo de «Si tu vois ma mère», de Sidney Bechet, levantaron salvas de aplausos y algunos «olés». Con palabras, explicarlo mejor no se puede.
Finalmente, la reunión del tenorsaxofonista Chris Potter, el contrabajista Dave Holland, el guitarrista Lionel Loueke y el baterista Eric Harland, trajo una lectura interesante acerca de lo que cuatro estrellas pueden dar de sí cuando deciden salir de gira juntos. Hubo poco circo y mucho fundamento, sobre todo, en el contrabajo de Holland, siempre emperador de una música de reyes. Fue, no obstante, el beninés Lionel Loueke el que capitalizó la atención del público, haciendo continuos viajes con sus solos al manantial negro del que proceden tantas músicas que hoy escuchamos habitualmente. Y no fueron necesarios los ejercicios de ajuste, porque todos hablaban el mismo idioma, aunque el acento fuese de distinto lugar.