El Sónar se da un respiro de sí mismo con Duran Duran
Los británicos despidieron anoche un festival por el que han pasado 119.000 personas
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Fundido a retro en el Sónar. ¿2015? Nah, mejor 1986, año en el que Duran Duran ganaron su última gran batalla tras publicar “Notorious” y fecha a la que volvieron anoche todos los relojes mientras el festival barcelonés empezaba a despedir su XXII edición. El futuro se dio un respiro y, por unos momentos, fue la nostalgia new romantic la que impuso su ley en el SónarClub. Un capricho amparado en la supuesta relevancia de los británicos como estetas de la cara más amable del sonido de los ochenta que, sin embargo, acabó transformando el escenario central del festival en una gigantesca piscina de formol y botox.
Y es que, por más que los de Simon Le Bon sigan luciendo impecables y gasten el oficio propio de una banda que jamás ha dejado de estar en activo -incluso está grabando un disco nuevo-, su aterrizaje en el Sónar fue un amable masaje a la memoria y una esponjosa anomalía con saxos y guitarras que, para qué engañarnos, no acabó de encajar en el espíritu aventurero y supuestamente renovador del festival. El arranque, con una “Wild Boys” levemente robotizada y marcial, hacía pensar que quizá los de Birmingham sí que venían dispuestos a planchar arrugas y exhibir amplitud de miras, pero no. No fue más que un espejismo en una actuación algo acartonada y efectista: ahí estaban las guitarras saboteando “Hungry Like The Wolf”, los perfumes de “Notorious” arrimándose al funk más inofensivo, la épica desmesurada de “Ordinary World” alimentando más de un bostezo, o el “White Lines” de Grandmaster Flash transformado en fanfarria verbenera. Es cierto que quien buscase hits salió de ahí bien saciado, con las orejas recompensadas con “The Reflex”, “Come Undone”, “Girl Panic” y “Rio” y la cuota nostálgica bien cubierta, pero poco más. Pasado sin futuro en un festival en donde se supone que el presente ya es mañana.
Quizá por eso el público no acabó de llenar el escenario central y se dispersó por todos los rincones del recinto, ya fuera para hacer tiempo hasta que llegara el turno de unos The Chemical Brothers que dejaron pequeño el gigantesco SónarClub con el mismo montaje que estrenaron el jueves, o para caer rendidos ante FKA Twigs. Fue ahí, entre las brumas sintéticas y los vapores de R&B y soul futurista minuciosamente deconstruido, donde el Sónar recuperó el rumbo y la capacidad de ensalmo. Ni siquiera necesitó la británica echar mano de una compleja puesta en escena: sus canciones, hipnóticas emisiones desde el más allá del pop, bastaron para hipnotizar e imaginar un futuro que, ahora sí, volvía a picar a la puerta con fuerza y cuyos ecos llegaron también al anguloso y esquivo pase de Flying Lotus, un viaje astral a ritmo de dub, jazz y electrónica incómoda.
El festival sigue creciendo
En el apartado numérico, si el año pasado supuso un ligero retroceso respecto a 2013, cuando cerca de 121.000 pasaron por el festival barcelonés, el Sónar cerró anoche su XXII edición recuperando parte del terreno perdido y acercándose a los 119.000 visitantes. Un nuevo paso al frente para una cita que, además de crecer en público, lo hace también en contenido, con el Sónar+D, congreso paralelo dedicado a la creación tecnológica cada vez más afianzado.
«Queríamos que fuera algo más que una reunión de conciertos, y el resultado ha sido mejor de lo esperado», subrayó Ricard Robles, codirector de una cita que, sin haber bajado aún la persiana, ya prepara un intenso calendario de escapadas a Sao Paulo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá, Copenhague, Estocolmo y Reikiavik, ciudades en las que se celebrarán ediciones adaptadas del festival. The Chemical Brothers y Hot Chip serán cabezas de cartel de todo el tramo latinoamericano.
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