200 años con Frankenstein
Doscientos años con Frankenstein
En el verano de 1816 Mary Shelley creó su obra maestra, un fantasma que representa el diálogo de nuestro mundo con los límites quebrados de lo humano
Los románticos acudieron a Ginebra atraídos por la estela de Rousseau . Lord Byron escribió su célebre poema «El prisionero de Chillón» dedicado a François Bonivard. Formando ángulo con el Petit Palais (un magnífico museo de arte contemporáneo), la calle de Saint-Victor recuerda un lugar donde estuvo un antiguo priorato construido en la Edad Media. A comienzos del siglo XVI se nombró prior a Bonivard a quien en 1530 los Saboyanos encarcelaron en el castillo de Chillon. Liberado en 1536 por sus compatriotas, escribió una historia de Ginebra cuya publicación prohibió Calvino porque no le gustaba su estilo. Byron rescató a Bonivard del olvido y sus crónicas finalmente se publicaron en 1831.
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Byron y los Shelley se albergaron en Villa Moynier que, durante años fue el conocido Hotel d’Anglaterre. Incluso en 1818 pasó en él su luna de miel el escritor y político francés Benjamin Constant, durante la cual su antigua amante, Madame Staël, le montó una bronca por los celos. Pero Frankenstein nació a orillas del lago Leman frente a Ginebra, en Cologny. La Villa Diodati es un amplio caserón con un gran jardín. Hoy está rodeada de otras casas de campo. No está en la orilla del lago sino a cierta altura sobre el mismo donde tiene una gran vista.
Ilustración de la pirmera edición de Frankenstein (1818)- ABC Curiosamente, un hombre tan liberal como Godwin desaprobó la relación entre ellos. Se fugaron junto con Claire en 1814. Claire tendría una hija con Byron que moriría muy joven igual que dos de los hijos de Mary a la que solo le sobrevivió el tercero, Percy. Viajeros por Europa dedicados a la lectura y a la escritura, con perpetuos problemas económicos, sobrellevando embarazos, amoríos, muerte de hijos y familiares.
En una de las veladas de ese verano en Ginebra, Lord Byron propuso que cada uno de ellos (él, Shelley, Mary y Polidori) escribiera una historia de fantasmas. Así Mary comenzó a redactar su Frankenstein. «En el verano de 1816 visitamos Suiza y nos convertimos en vecinos de Lord Byron. Resultó un verano húmedo y desagradable, la lluvia incesante nos impedía con frecuencia salir de casa. Unos volúmenes de historias de fantasmas, traducidos del alemán al francés, cayeron en nuestras manos (…). Cada uno de nosotros escribirá una historia de fantasmas, dijo Lord Byron, y su propuesta fue aceptada…». A Shelley le encantaba lo fantástico, lo terrible y lo horroroso y este gusto lo compartió con Mary. De nuevo en su diario, que al principio escribieron los dos y luego lo continuó ella, comenta que «durante una de esas conversaciones, se discutieron varias doctrinas filosóficas y, entre ellas, las referidas a la naturaleza del principio de la vida, y también la posibilidad de que dicho principio llegara a ser algún día descubierto y divulgado».
El creador se perpetúa en el Monstruo. Frankenstein o el moderno PrometeoEn la imaginación de su personaje monstruoso, en sueños, como luego el Dr. Frankenstein lo observará, lo contempló junto a ella «era espantoso, porque supremamente espantosas deben ser las consecuencias de cualquier tentativa humana de imitar el asombroso mecanismo del Creador del mundo. El artista quedó horrorizado ante su éxito y huyó de su odiosa creación». Frankenstein se basa en lo sobrenatural, lo horrendo y la capacidad de la ciencia como demoníaco. Novela gótica o consumación de la misma. Híbrido entre el pasado de la misma y la nueva ficción que van abriendo los descubrimientos tecnológicos y científicos. Frankenstein es el doctor que crea el monstruo sin nombre pero el cual, finalmente, se apropia del nombre de su creador.
Están unidos ambos por esa especie de «paternidad» y relación «filial». La condición de uno reside en el otro y viceversa. Como comenta Muriel Spark, es evidente que esta dualidad está presente, aunque sea de una manera inconsciente «en el generalizado error de llamar al Monstruo “Frankenstein”». El creador se perpetúa en el Monstruo. Frankenstein o el moderno Prometeo. Recibe el fuego de la vida y se rebela contra su creador. Casi lo mismo que hace el doctor Frankenstein al contravenir la creación divina.
«¿Acaso no estoy solo, miserablemente solo?» grita el Monstruo. La rebelión de uno y otro contra sus respectivos creadores es por la opresión divina, contra la idea de una divinidad benevolente. «Me llamas asesino y, sin embargo, tú mismo me destruirías», le dice el Monstruo. Lo mismo podríamos acusar los seres humanos, nos crea y nos destruye sin darnos razón alguna. Esta crueldad se repetirá cuando crea y deshace a la Mujer Monstruo. Parte de la novela se pasan persiguiéndose. Frankenstein muere de manera natural mientras su creación se inclina con dolor sobre él. Ambos dan forma al conflicto entre la emoción y el intelecto «la culminación de la frustración emocional del intelecto se produce cuando el Monstruo asesina a la mujer de Frankenstein».
Después, la persecución histérica, por parte de Frankenstein, de su razón efímera completa la historia de su locura, algo que en el relato sólo percibe el magistrado genovés, quien, cuando Frankenstein le pide que arreste al Monstruo, «se empeñó», dice el demandante, en «tranquilizarme como una niñera a un niño», escribe Muriel Spark en su biografía de Mary Shelley.
Abandono a estos autores y personajes casi doscientos años después que pasearan por estos lugares y me dirijo a la Fundación Martin Bodmer que está en la propia Cologny. Un rico industrial y comerciante la creó hace varias décadas para atesorar manuscritos, primeras ediciones y otras muchas obras de arte.
Tres grandes textos nos reciben a los visitantes en francés. El primero de Nietzsche. El segundo es de Borges. Y el último de Mallarmé. Ediciones indias, chinas, papiros del antiguo Egipto, tabletas cuneiformes, objetos antiguos de escritura, manuscritos latinos después de Cristo, incunables, etc., etc. La Biblia de Gutenberg, manuscritos de Dante, ediciones príncipes del propio Dante, Petrarca, Erasmo, Montaigne, Lutero, Villon, Ronsard, Rabelais, el Ulyses de Joyce, de Musil, Kafka, Michaux. Manuscritos de Breton, Celine, Genet, Claudel, Proust, las notas preparatorias para Madame Bovary de Flaubert. Manuscritos de Montesquieu, Borges, Steinbeck, Faulkner, Melville y un etcétera inmenso y tremendamente agotador en el que se añaden Tostoi, Dostoievski, Balzac, Gogol, Puskin, Wagner, Schopenhauer, Nietzsche, Mozart, Novalis, Freud. ¡No puedo más! Tengo que volver a salir a que me dé el aire, a ver el lago Leman.