Reclusos, bombas y espías en la Biblioteca Nacional

Eduardo Pérez Boyero revela que el traslado de estos fondos en la Guerra Civil fue mucho más azaroso que el del Prado

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Jesús garcía calero

Otoño de 1936. Madrid en guerra. Los rumores matan. Con los ánimos exaltados, las acusaciones resultan letales. No han pasado ni tres meses desde el 18 de julio y ya ha corrido la voz de que hay un núcleo de quintacolumnistas en el Palacio de Bibliotecas y Museos nacionales (actual sede de la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico Nacional ). Un grupo de milicianos del Partido Comunista, acompañados por agentes de la Dirección General de Seguridad , acude al edificio a la carrera y proceden a la detención de todos los lectores y del personal. Es el día 2 de octubre. La tensión se masca. El edificio permanecerá clausurado y custodiado por los guardias de asalto hasta el 25 del mismo mes. Pero nada puede detener el proceso de incautación y traslados de bibliotecas y archivos para su protección. Ni nadie detendrá la labor de los quintacolumnistas: porque los había en la BNE, y estaban bien organizados y mejor camuflados.

Quien ha sabido investigar hasta el más nimio detalle esta historia es el jefe de Archivo de la Biblioteca Nacional, Enrique Pérez Boyero . Después de más de un lustro reconstruyendo aquellos acontecimientos y la vida y las decisiones de sus protagonistas, Pérez Boyero lo ha contado en pequeñas publicaciones académicas. Es la primera vez que esta historia salta al gran público.

El traslado de las joyas del Museo del Prado ha copado siempre la historia de cómo se puso a salvo el Tesoro Artístico español, con estelares intervenciones de Alberti, María Teresa León o Picasso. En esa historia la Biblioteca Nacional de España (BNE) ocupaba apenas unas líneas. Pero si hay algo que pone los vellos de punta es imaginar el caos y la pólvora que rodearon durante la contienda a los frágiles papeles y pergaminos de la historia de nuestra cultura, los beatos, las partidas, los incunables, los manuscritos y cancioneros, desde el Mío Cid y el Siglo de Oro al romanticismo, las biblias, las cartas y las estampas.

Al estallar la guerra, la BNE se convierte en el centro de incautación de bibliotecas y archivos de palacios y conventos que corren peligro por el avance de las tropas franquistas, que aquel otoño lanzan una ofensiva cerca de Madrid. En algunos casos el depósito se hace en otro lugar, pero sus responsables están allí. Y aunque los tesoros salen para Valencia, Barcelona y después Ginebra, las 67 cajas de la BNE y 32 de la Biblioteca del Escorial (acompañadas por otras igualmente valiosas) no se abrirán en Suiza, ni se comprobará el debido inventario, debido a las prisas y presiones de las autoridades franquistas para recuperarlo, que obligaron a su precinto. Por eso, la investigación de Pérez Boyero restituye, con admirable detalle, esa historia inacabada. Incluso el contenido de las cajas, toda la historia de cómo se enviaron vuelve a la luz.

Por media España han ardido las iglesias y se han asaltado palacetes en el nombre de la revolución . El fuego evapora los dorados y los legajos, perdidos para siempre en una brisa que no es muy diferente a la del día anterior. Como señala en sus primeras crónicas de la guerra Saint Exupery, hay una frontera invisible en el corazón de los hombres. El patrimonio corre peligro, tanto por la agitación de las calles como por las bombas que los nacionalistas lanzan sobre la ciudad. El Gobierno moviliza desde el principio a los funcionarios del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Y crea la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico, cuya documentación está en la base de esta historia. Resulta increíble que todo -casi todo- se salvase.

Al principio, hasta mediados de diciembre de 1936, reinan la imprevisión y ligereza. El 18 de noviembre se produce el bombardeo aéreo que daña la BNE. La aviación franquista señala con bengalas la BNE y el Prado, que reciben buena parte de las bombas, en un ataque premeditado que causará protestas internacionales. 28 bombas caen en el entorno del edificio de la BNE. Dos llegan al interior, a la Sala de Bellas Artes y la Usoz. En esta última estaban, providencialmente protegidas con sacos, en armarios metálicos -la foto que ilustra esta página- las obras más notables de la sección de raros e incunables y de las bibliotecas incautadas.

A la BNE se le ordena el 22 de noviembre el traslado de sus tesoros y de los que tenga en sus salas tras las incautaciones. Hay que poner todo lo valioso a salvo. El criterio queda a cargo del director Tomás Navarro Tomás . Las primeras cajas con los tesoros de la BNE parten a Valencia los días 10, 18, 25 y 30 de diciembre de 1936 y 14 de enero de 1937. En marzo recibe una nueva orden, que cita obras concretas. Ese año se suman nuevas incautaciones. En ocasiones se llegan a empaquetar, a falta de llaves, cajas fuertes completas con los libros que custodian en su interior. La cantidad y variedad de episodios, resistencias a la incautación, maniobras y el caos de órdenes contradictorias es notable. Incluso los organismos pugnan por imponer su criterio, causando errores y riesgos al patrimonio.

Prisión entre papeles

Para más inri, en diciembre de 1936 parte de la BNE se convierte en prisión, añadiendo riesgos a los fondos que atesora y continúan llegando. Cincuenta guardas y doce prisioneros se suman al retén de 18 -y cuatro familias completas- que custodiaban el edificio desde el 25 de octubre. Pero la población reclusa crece, llegando a 114 guardias detenidos el 6 de febrero. Por ello se solicita el traslado de la prisión a otras instalaciones, tan pronto como sea posible, orden que se da el 27 de marzo. La biblioteca de la Academia de la Historia se convierte por entonces en casa de socorro, en la que las curas se hacían junto a los armarios fuertes llenos de manuscritos y legajos. Todas las instituciones vivieron en aquella época episodios memorables.

En este entorno florecieron los espías. Un grupo de archiveros del cuerpo, contrarios a las ideas y la política de la República, fueron capaces de tejer una red que sobrevivió a mil vicisitudes hasta la toma de Madrid por Franco.

Espías camuflados en CNT

Se organizaron camuflados en la CNT , cuando los archiveros de UGT, con mando en los organismos de incautación les impelieron a sindicarse. Unos cuarenta «desafectos» fundaron la Sección de Archivos del Sindicato de Técnicos en febrero de 1937. Todos de derechas.

CNT quería ampliar su influencia con nuevas afiliaciones y quedó así infiltrada por elementos antirrepublicanos. José María Lacarra y Matilde López Serrano serían dos de los más activos. Él, afiliado a la Falange clandestina , recabando información sobre el traslado del Tesoro a Valencia y después a Ginebra, y ella contactando desde diciembre de 1937 con el SIMP , el servicio de espionaje franquista en el frente. El sindicato procuraba salvoconductos a cesantes y represaliados, y manejaba hilos que permitieron a Lacarra, por ejemplo, no ser movilizado hasta finales de 1938, a pesar de varios llamamientos a filas, y en las milicias de incautación del Tesoro, como «miliciano de la cultura».

En noviembre de 1938, Lacarra ya estaba dispuesto a entregar todos los datos del traslado del Tesoro a Valencia, Cataluña y Ginebra, cruzando el frente. Pero al final la misión la ejecutaría otro miembro del sindicato, Joaquín María de Navascués, atravesando por el Tajo hasta el puesto avanzado del SIMP en La Torre de Esteban Hambrón, al mando del comandante Bonel. Así que los nacionales estaban bien informados. O más que bien, mejor, porque Matilde López Serrano actualizó con todo detalle en enero de 1939 la información sobre lo trasladado e incautado, en un extenso informe que entregó con destino al cuartel general de Franco.

Fueron ellos, Lacarra y López, quienes velaron en la BNE y el MAN las noches de mediados de marzo de 1939 en las que los combates volvieron a las calles de Madrid, entre casadistas y comunistas, antes de la toma de la ciudad. Y quienes el 28 de marzo izaron la bandera nacional en el edificio, mientras gritaban hasta quedar sin voz: «¡Viva España! ¡Arriba España!».

Lacarra participó inmediatamente después en los procesos de depuración de los archiveros tras la victoria franquista. Habló del papel de sus compañeros, dividió las aguas de su actuación, y reprochó incluso a los pasivos según la teoría retroactiva de la adhesión inquebrantable que tanto se llevaba aquellos días. Tal vez por ello jamás volvió a mentar en toda su vida los hechos que protagonizó en la Guerra.

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