La elegía de John Berger
El británico firma, junto con su hijo Yves, un hermoso libro en recuerdo de su esposa, Beverly Bancroft, fallecida en 2013
![La elegía de John Berger](https://s3.abcstatics.com/Media/201506/17/retrato-beverly--644x462.jpg)
John Berger (Londres, 1926) es uno de los más reputados intelectuales anglosajones del siglo XX. Su obra, en cuya nómina destacan lo mismo el ensayo que la poesía, la novela que la dramaturgia, está construida desde el convencimiento de que sólo el arte da sentido a la vida. Pero esa fe en la redención humanística se vino abajo cuando su esposa, Beverly Bancroft, falleció hace un par de años, tras una larga y dolorosa enfermedad. Por primera vez, Berger no halló consuelo en el arte, sumido en la sinrazón del duelo. Una noche, apenas cuatro semanas después del funeral, el escritor escuchó, a solas en su casa, una grabación del «Rondó número 2 para piano (op.51)», de Beethoven , y, de pronto, ella regresó.
Esa pieza se convirtió en el punto de partida de «Rondó para Beverly» (Alfaguara) , un hermoso libro, de sólo cincuenta páginas, en el que el escritor y su hijo, el pintor Yves Berger, recuerdan a la esposa y madre muerta. La obra, cuya lectura alivia y desgarra, está ilustrada con dibujos y retratos de ambos e imágenes del álbum familiar: el despacho de Beverly, pulcro en su intacto desorden; una fotografía en la que sólo se intuye a la pareja en la nieve, tomada por Jean Mohr en 1976; o la casa de Quincy, en los Alpes franceses, en la que pasaron casi cuarenta años. Trazos y palabras evocan su presencia, con la ayuda de la memoria compartida, aún inalterable.
«Durante casi nueve minutos, por lo menos, fuiste ese rondó, o ese rondó se convirtió en ti», escribe Berger sobre el momento en el que Beverly se hizo presente, a través de la música de Beethoven. Cada nota contenía su «levedad», su «persistencia», y hasta sus «cejas arqueadas» y su «ternura». El autor reconoce, entonces, que esta «elegía» contiene un mensaje para el lector; un mensaje sobre la media vida que pasaron juntos, sobre el poder del amor y los lazos que construye, más allá de la enfermedad. Padre e hijo ocupan, gracias a la literatura, un espacio «donde la vida no termina nunca», como reza el pie de uno de los retratos que Yves hizo en vida a Beverly. El arte como bálsamo reparador, cuando todo se ha perdido.
John Berger escribe, de hecho, con la esperanza de que el rondó (el Diccionario lo define como la «composición musical cuyo tema se repite o insinúa varias veces») obre el milagro y «algún lector» se convierta en su esposa. Quizás usted, cuando esta mañana regó sus plantas, igual que Beverly lo hacía. Esa imagen de su mujer con un sombrero, asomada en el balcón de su casa de Quincy, lleva al escritor hasta unos versos de Mahmud Darwish , con el que la pareja compartió almuerzo en Ramala («¿o era en Nablus?»):
«... y me dijiste: si muero antes que tú, líbrame de las palabras en lata y de las fechas caducadas».
Fechas que Beverly vivió con intensidad, «apasionada del futuro», hasta atravesar el presente como «una corredora que llevara mensajes del pasado». Siempre sin malgastar las palabras, diciéndolo todo «con una breve sonrisa», como una «exploradora» (la compara con Amy Johnson , la primera aviadora que cruzó el Pacífico) que busca «futuros alternativos», sabiendo que se le agotaba el presente.
La enfermedad
Hasta que llegó la enfermedad, y con ella el dolor. Berger mezcla presente y pasado para hablar de Beverly: cómo, en los últimos días, encargó una gafas que sabía que ella nunca podría probarse; cómo, durante cuarenta años, cada vez que escribía buscaba su aprobación; cómo viajaban en moto, siendo ella un «paquete silencioso»; cómo le secaba el pelo junto a los fogones, y luego ella se lo cepillaba «con energía»; cómo permanecía «incomparablemente bella» en la cama, postrada, pero valiente.
Una valentía que mantuvo hasta el final, guiando al resto en su despedida. «¿Podría ser que de un modo incalculable seamos nosotros quienes nos reunamos (¡brevemente!) contigo en algún lugar más allá del tiempo?», se pregunta Berger. La respuesta sea, quizás, esta elegía, poética repetición de «momentos que ya eran eternos cuando ocurrieron». Sólo así se entiende la vida.