Francisco Ibáñez: «Los políticos me hacen competencia desleal, la gente se ríe más»

Este hombre sigue dibujándolo todo: almas, corazones y vidas. Si los años (79 recién cumplidos el 15 de marzo) pasan, desde luego no le pesan. Su humor y campechanería siguen siendo desbordantes. Y continúa muy contento con sus hijos predilectos, el señor Mortadelo y el señor Filemón, ya saben, agencia de información, que permanecen en plena forma como demuestran en «El tesorero» (Ed. B; 50.000 ejemplares vendidos antes de salir hoy a la venta), penúltima historia de Francisco Ibáñez con un protagonista que se parece demasiado a Bárcenas, sobre todo porque éste también es tesorero... y del Partido Papilar. El maestro también tira de tarjeta (nada black) para hablarnos de reír a mandíbula batiente y de partidos, partidos de risa.

«La verdad es que ésta no es realmente una historia sobre Bárcenas, es una historia más en la que aparece alguien muy parecido a Bárcenas». Este tesorero también patilludo no aparece en demasiadas viñetas, porque los protagonistas son los dos calvos que llevan haciéndono sonreír casi sesenta años, fieles a la premisa dictada o (sabiendo cómo son estos agentes de la T.I.A.) sugerida por Ibáñez: «Yo no busco la crítica política ni la crítica social, surge casi por casualidad, al retratar cuestiones de nuestra vida cotidiana. Lo que yo hago, sencillamente, es buscar situaciones cómicas, que haya un gag detrás de otro y que no falte la risa, aunque sea de ombligo para adentro».

Hace medio siglo, Francisco Ibáñez se dio cuenta de que las historias a una sola página eran reiterativas y llegar hasta el chiste final podía ser hasta un poco pesado. Había que hacer algo. Y lo hizo. Se trataba de hacer una historia más larga, pero en la que las ocurrencias fueran continuas. Era el año 1958, y el hilo para tirar de la cometa de la sonrisa fue seguir los pasos a menudo hilarantes «de la actualidad, como las Olimpíadas, el fútbol, la subida del precio de la gasolina, la llegada del ordenador».

Ordenadores a los que sigue odiando por mucho que su hija le acuse no ya de antiguo, sino incluso de antigualla: «Son unos cochinos cacharros, que sólo sirven para ayudar, no tienen nada que ver con la creación. Yo me basto con mi mano derecha y la mano del centro, la cabeza». «¿Que si los voy a jubilar? La verdad es que quien se quiere jubliar soy yo. Lo que pasa es que la editorial no me deja. La gente dice, si los Mortadelo y Filemón tienen sesenta años, ¿cuántos tendrá el autor».

También recuerda el dibujante, pero siempre con su trazo fino e irónico, que en «la época anterior» (los más jóvenes no lo saben, quizá, pero muchos no lo olvidamos, maestro), como él dice, «con cualquier tontada que hicieras o dibujaras te daban un pico y una pala y te ponían a picar». También avanza la nueva historia de los chicos de la T.I.A., que se llamará «Sueldecitos más bien bajitos», en el que Mortadelo y Filemón «cobrarán ocho euros, y no a la hora, sino al mes», lo que les hará pasar por un sinfín des desternillantes empleos. Con mucha sorna añade (y sigue sin faltarle la razón) que «los políticos me hacen competencia desleal, la gente se ríe mucho más con ellos que conmigo, pero es algo que tengo que aceptar» y está absolutamente seguro de que «lo que más feliz me hace es que alguien, después de un día con muchos nubarrones, llegue a casa, se tumbe en la cama y se duerma como un bendito con mis libros, o que hay trescientas personas haciendo cola para que les dedique un tebeo, y que muchos sean niños, eso sí que es tener miles de premios».