Dolores Redondo: «Los lectores de novela negra siguen buscando cazar al malo»

La autora cierra con «Ofrenda a la tormenta» su exitosa y absorbente trilogía «mestiza» ambientada en el Valle del Baztán

Dolores Redondo: «Los lectores de novela negra siguen buscando cazar al malo» JORDI ALEMANY

DAVID MORÁN

«Se llamaba Ainara, y poco más se sabe de los escasos catorce meses que duró su vida. Con esa edad desapareció, hace casi treinta años, y su huella quedó sepultada en el olvido». Así arrancaba en 2011 la noticia que publicó este diario sobre el asesinato de un bebé a manos de una secta en un caserío de Lesaka (Navarra), información sobre la que Dolores Redondo (San Sebastián, 1969) ha edificado su absorbente y exitosa «Trilogía del Baztán».

Una saga que suma ya una treintena de traducciones y de la que Redondo, bruja blanca de la novela negra «mestiza», se despide ahora con «Ofrenda a la tormenta» (Destino), un último capítulo en el que la atormentada inspectora Amaia Salazar tendrá que resolver una serie de extrañas muertes infantiles. Crímenes aparentemente rituales con los que Redondo regresa a aquella aterradora noticia de 2011 para reflexionar sobre el poder de las creencias y las máscaras del mal y rescata la memoria de una Ainara a la que dedica toda la trilogía.

—No ha desvelado el caso real que se escondía detrás de las novelas hasta ahora. ¿Por qué era tan importante mantenerlo en secreto?

—Sobre todo por la parte mitológica. La parte criminal es más factible, pero quería que el lector decidiese si la mitológica la catalogaba de plausible o no. Al final, da igual si tú crees o no: lo importante es que hay gente capaz de morir y de matar por eso.

—Encontrarse con una noticia así debió ser un auténtico shock.

—Yo ya tenía pensadas las tres patas de la trilogía: la mitológica, la policial y el matriarcado. Pero, al leer la noticia, me di cuenta de que algo así podía existir realmente, por lo que hice coincidir la fecha de nacimiento de la inspectora Salazar con aquella muerte y toda la trilogía creció alrededor del crimen de una niña que ni llegó a cumplir dos años, que fue entregada por su propia familia.

—Da la sensación de que «Ofrenda a la tormenta» es el título más duro de toda la serie.

—Es el más crudo porque revelar esta parte de autenticidad me ha supuesto abrirme en canal. Lo más cruel que puedas imaginar en una novela no es nada comparado con esto. Así que esta novela me ha costado lágrimas, pero también satisfacción. En todos los libros aparece violencia, y violencia contra los más pequeños, pero, claro, al ponerle un nombre... Una de las cosas que quería mostrar es lo importantes y peligrosas que son las creencias. En los últimos años, al frío de la crisis, han surgido muchos grupúsculos que quieren aprovecharse de la gente. Grupos que, en el mejor de los casos, solo te sacan el dinero.

—Conocíamos al Basajaun y al Tartalo y ahora conocemos a Inguma, el demonio que pasea por las páginas de la novela. ¿Es inagotable el folclore mitológico del Baztán?

—Cuando estás ahí ves que es más fácil pedir protección al río o al cielo que pensar en otro tipo de cosas. Como recogía Julio Caro Baroja, en Baztán había más gente que creía en Brujas que en la Santísima Trinidad. E Inguma fue una sorpresa, porque he encontrado que existe en muchas demonologías, y siempre ataca del mismo modo: se pone sobre la persona que está durmiendo y oprime sus pulmones provocándole pesadillas. En Baztán creían que era el demonio que causaba la muerte de cuna.

—Al final, ¿recurrir a la mitología no es una manera de subrayar lo irracional del mal?

—Entiendo que pueda encontrarlo absurdo, pero no importa que usted no crea: el problema es cuando alguien es capaz de matar y morir por eso.

—No creo que sea absurdo, sino que a veces puede resultar más fácil echar mano de algo sobrenatural que aceptar que alguien sea capaz de matar sin motivo aparente.

—Exacto. La maldad pura y dura nos lleva automáticamente a buscar una justificación, y es entonces cuando aparece la locura. Pero también está esa otra visión de la maldad que nos dice que algo se ha roto por el camino, que se ha dañado. Pero no porque estés loco, sino porque eres malvado. Hace dos o tres siglos, cuando la gente estaba dentro de una doctrina de fe, a los delitos los llamaban pecados. Antes se reconocía mejor el mal.

—¿De una trilogía como ésta se sale igual que se entra?

—Se sale más limpia. Para mí escribir es la criba de la realidad. Si hubiese escrito esta trilogía y no hubiese habido crímenes parecidos, estaría bastante perjudicada. Pero, por desgracia, están tomados de la realidad. Hay quien me pregunta cómo puedo escribir estas cosas o cómo los lectores pueden disfrutar con ellas pero, en realidad, creo que el lector de novela negra actual, igual que el de Agatha Christie, sigue buscando cazar al malo. Espera esa recompensa.

—¿Y eso es lo que le lleva a escribir? ¿Cazar al malo?

—Me gusta que los malos reciban lo suyo, claro, pero me interesa más fortalecer a las víctimas.

—La ficción como manera de impartir justicia.

—Ojalá, aunque queda muy ambicioso. Mi compromiso es con ese tipo de víctima que no tiene voz, como la que aparece en esta novela.

—Ahora que ya ha cerrado la trilogía y que está pensando en otras cosas, ¿le será fácil despegarse del Baztán?

—Eso nunca. El Baztán lo tengo en la piel. Además, es algo que me encanta. Y tampoco descarto volver con Amaia, porque es un personaje que vive en mí.

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