OPINIÓN
Yoga nidra
«Yoga nidra» significa «sueño yóguico» y es un estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Andrés Ibáñez comparte con los lectores su experiencia en esta técnica, que lleva practicando veintitrés años
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Llevo veintitrés años practicando yoga en sus diferentes variedades, pero sólo el año pasado he alcanzado un verdadero conocimiento, un verdadero dominio del yoga nidra. El yoga nidra se practica tumbado en el suelo y con los ojos cerrados, pero también puede practicarse sentado. Una sesión puede durar entre treinta minutos y una hora. Tiene varias partes, cuyo objetivo es lograr una relajación muy profunda y, a continuación, ir despertando poco a poco la conciencia sutil. Esto se logra mediante una serie de técnicas de visualización (de imágenes, de colores, de lugares, de «viajes», descensos, vuelos, de creación de paisajes, historias y acontecimientos interiores) que despiertan zonas del cerebro normalmente dormidas , estimulan la glándula pituitaria que regula todo el sistema endocrino, abren los centros de energía («chakras»), limpian los canales sutiles («nadis») y despiertan la sensación del cuerpo de energía.
Si escribo todo esto es porque la tecnología y la ciencia avanzan, pero la cultura y el pensamiento se han quedado paralizados
«Yoga nidra» significa «sueño yóguico», y es un estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Cultivando ese estado logramos una intensa transparencia que nos permite entrar en dimensiones de la conciencia normalmente vedadas o que experimentamos sólo como vagos recuerdos de haber estado en un lugar paradisíaco. Si conseguimos mantenernos plenamente conscientes durante el proceso, ya que tal es el objetivo del yoga, nuestra comprensión del ser humano, de la vida y de la realidad, cambian por completo. Vemos, con absoluta claridad, que no sólo somos el cuerpo físico , sino que tenemos además otro cuerpo hecho de energía sutil. Comprendemos que vivimos en varias dimensiones al mismo tiempo, de las que sólo mantenemos vagos recuerdos, intuiciones medio soñadas. Comprendemos también que la conciencia no está «dentro» de la cabeza y como encerrada en nuestro cerebro, eso que Wallace Stevens llamaba «el búho en el sarcófago», sino que está conectada con otras conciencias y con fuentes de conciencia que están fuera de nosotros.
Visión oficial del mundo
Todas estas cosas resultarán algo controvertidas para muchos de mis lectores, y es posible que a usted le sorprenda verlas expuestas en un suplemento cultural serio de un periódico serio. Pero si escribo todo esto es por una razón sencilla: la tecnología avanza y la ciencia avanza, pero la cultura y el pensamiento se han quedado paralizados. Nos hemos quedado estancados en un modelo cultural generado a mediados del siglo XIX, la época de los escritos de Marx y Engels, de Darwin y Nietzsche. Todavía hoy en día el marxismo sigue dominando el discurso cultural, lo cual resulta extraordinario si pensamos que casi nadie se declara abiertamente marxista. Pero esa forma sórdida y prosaica, puramente mental y utilitaria de ver la vida , parece ejercer una extraña atracción negativa en muchos de nosotros. En un momento de la historia se construyó una Gran Descripción de las Cosas (que la emoción es «irracional», que el romanticismo es reaccionario, que el mundo interior es una fantasía, que sólo existen el cerebro y la economía, que el ser humano es una bestia, que la belleza es fascista, etcétera) que por estúpida y arbitraria que sea se ha quedado enquistada en una visión oficial del mundo que nadie se atreve a cuestionar , en parte por miedo y en parte por simple desidia.
La cultura está detenida porque nadie se atreve a decir lo que piensa ni a pensar ni a vivir de forma independiente y de acuerdo con sus experiencias, sus verdaderos deseos y sus verdaderas intuiciones. Unos se aferran a la Gran Descripción de las Cosas, que es en realidad marxismo solidificado y anacrónico, y otros a la Iglesia católica. Todos buscan el calor de un grupo que les proteja, y se sobreentiende que los que no están en un grupo están en el otro . Mientras tanto, los que no necesitan la cultura para nada, es decir, los banqueros y las grandes fortunas, se van apoderando poco a poco del mundo.
Transforma nuestra conciencia. Abre una luz en nosotros. Amplía las capacidades de nuestra percepción
Llevo veintitrés años practicando yoga y muchas otras técnicas, pero sólo el año pasado he alcanzado un verdadero conocimiento, un verdadero dominio del yoga nidra. El año pasado se unieron en mi vida dos caminos que siempre había visto próximos, que había confundido a veces, que había intentado combinar sin saber bien cómo: el del arte y el de la meditación . El yoga nidra utiliza las palabras y las imágenes porque nosotros, seres humanos, estamos hechos de palabras y de imágenes: esa es nuestra forma, nuestra forma humana. Utiliza, en definitiva, el lenguaje intermedio de la Imaginación a fin de poner en contacto lo que tiene forma con lo que es pura energía .
Sí, el yoga nidra me ha enseñado también lo que es realmente la Imaginación, y por extensión el arte: un lenguaje que pone en contacto dos mundos que de otra manera quedarían completamente aislados; mi pequeño «yo» y la totalidad de mi conciencia, el lado conocido de mi persona y las otras dimensiones no conocidas . El hecho es que la creación de imágenes interiores, la descripción de planetas lejanos, de ceremonias de transformación y de limpieza, de encuentros con seres luminosos, etcétera, tiene efectos directos sobre nuestra percepción, nuestra salud, nuestro estado de ánimo. Es evidente que el arte también tiene, o podría tener, esa misma capacidad de transformarnos.
El yoga nidra, forma altamente especializada de la meditación, tiene un efecto en nosotros que es puramente empírico y nada tiene que ver con la fe en ninguna religión, sea la de San Marcos o la de San Marx. Transforma nuestra conciencia. Abre una luz en nosotros. Amplía las capacidades de nuestra percepción. Somos, quizá, los seres humanos, como crisálidas que se hallan en un punto inconcluso de su evolución. Nos dedicamos a matarnos y a esclavizarnos, pero quizá el propósito de nuestra existencia sea otro muy distinto. No sabemos lo que somos ni en qué podemos convertirnos, pero deberíamos intentar averiguarlo.