ARTE
Vostell antes del diluvio
La Cineteca de Matadero-Madrid reactualiza la figura de Wolf Vostell proyectando «Malpartida Fluxus Village», un documental sobre la peculiar relación entre el artista y el pueblo extremeño donde montó su museo
![La tumba de Vostell, en una escena del documental que se exhibe estos días en Cineteca-Matadero](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2015/12/07/vostell1_xoptimizadax--620x349.jpg)
« Malpartida Fluxus Village » se rodó en realidad en 2012 para conmemorar el que habría sido el 80 cumpleaños de Wolf Vostell. La verdad es que 80 años suenan a poco, y uno le echaría, si viviera, 150 o 200: tan antediluviana parece ya su pose y su facha estrafalaria , tan trasnochados y gratuitos se quedaron ya la mayor parte de los tics neo-dadaístas de Fluxus, y tan carpetovetónica es, en el material de archivo, la manera entre paternalista, colonialista y «orientalista» que tiene el artista y su troupe de tratar con los lugareños y de hablar de Extremadura. «Esto podría ser África», dice en un momento dado Vostell . Y tiene y no tiene a la vez razón. Porque también en esas imágenes de archivo de los ochenta Malpartida de Cáceres, sus vecinos y sus ancianas de refajos negros parecen a la vez recentísimas y prehistóricas.
Paradojas del arte, y de este país tan espinoso, tan complicado a mediados de los ochenta como a mediados de los dosmiles, verdadero protagonista del documental que María Pérez retrata, por alusiones, al hablar de la relación de los vecinos de Malpartida con el artista y con algunos miembros menores del séquito Fluxus, ya muy baqueteados por la vida. Estos se plantearon allá por 2012 «hacer de artistas» y casi de parodia de sí mismos ; intentar epatar a unos vecinos que, una y otra vez –dicho sea en su mérito–, resultan de una naturalidad, una simpatía y una apertura de miras que ya quisieran encarnar los propios artistas acartonados en sus poses más que apolilladas.
El mayor hallazgo de la película, por eso, es el plano general con esa especie de corifeo que la directora arma con vecinos a las puertas de la iglesia y que responden en guirigay colectivo y siempre justo a las preguntas sobre sus recuerdos de la vida en el pueblo desde los años setenta. Y sobre su relación con el museo que Vostell fundó en los alrededores.
Piezas históricas
El museo en sí es la mejor obra de Vostell, y quizá lo mejor de Fluxus . En Malpartida casi se palpa el esforzadamente heroico ambiente artístico de los sesenta y setenta, con el auge de los «happenings» para «happy fews» en galerías escondidas y a la última de Nueva York o Londres, el desarrollo de «acciones» y «ambientes» con tintes políticos, el nacimiento del conceptualismo como intento de huir del mercado. Y todo esto está representado, sorprendentemente, por piezas históricas de primera categoría pertenecientes al propio Vostell y sobre todo a Gino di Maggio , galerista del movimiento que donó al museo parte de su espléndida colección, con obras de Maciunas , Vautier , Spoerri , Yoko Ono o Marchetti/Zaj (con su bello « Pianoforte luminoso », que da tanto calor que casi nunca puede ser encendido); el hermoso ambiente «Stockroom», de Allan Kaprow , el padre del «happening»; y la documentación fotográfica de «Opera Sextronique» y otras acciones míticas llevadas a cabo por Nam June Paik en colaboración con la famosa y bellísima cellista Charlotte Moorman , tránsfuga de la alta cultura, intérprete de Stockhausen y Cage y discípula de Stokowski .
Y nos topamos con todo esto, casi a traición, en un antiguo lavadero de lanas del siglo XVIII , en medio de la dehesa extremeña y del paraje espectacular y alucinado de Los Barruecos. Vostell viajó a Guadalupe en 1958 para ver los zurbaranes. Con aquel viaje empezó su intimidad con España: se casó, vivió y quiso ser enterrado aquí. En 1974 conoció Malpartida y decidió instalar allí su colección.
El museo en Malpartida de Cáceres es en sí la mejor obra de Vostell y, quizás, lo mejor de todo Fluxus
El museo se inauguró en 1976 con la colocación de la primera pieza al aire libre, titulada «VOAEX». Se trata de un coche parcialmente empotrado en cemento frente a las inmensas rocas junto al embalse que surtía de agua al lavadero. Poco a poco el museo fue calentando motores. Expusieron en Malpartida artistas como Amat , Brossa , Miró , Saura o Muntadas ; se proyectaron vídeos de Oldenburg y Nam June Paik en el bonito cine del pueblo; se tocó música de John Cage o Luis de Pablo . Hubo sus más y sus menos, pero los malpartideños se adaptaron muy pronto a los saraos de Vostell, que supo traer –eso es verdad– una bocanada de aire fresco y bienvenidas patochadas a una España que se había pasado cuarenta años metida en una fantochada al fin y al cabo mucho más siniestra y aburrida. Al acoger a Vostell y celebrar su legado Malpartida demostró más apertura de miras que la mismísima Academia de Berlín , que en 1971 había rechazado una retrospectiva de su obra en hormigón «a menos que él mismo se haga encementar».