CINE
Viajar, perder imágenes
Terence Davies pinta sus películas como si se tratase de cuadros que nos impulsan a volver a ser testigos, a viajar al pasado para contemplar aquello que podría repetirse en nuestro tiempo. «Sunset Song» es su último lienzo para la gran pantalla
Las imágenes no tienen la facultad de imponerse por su fiabilidad sino por su capacidad para prescindir de ella. No las aceptamos porque ratifiquen nuestros conocimientos sobre lo real sino más bien porque no sancionan nuestras fantasías , proporcionándoles contornos que las hacen menos intolerables, menos irreales. En ellas, si somos un poco curiosos, buscamos ese territorio donde podemos avanzar entre nuestros conocimientos y nuestras suposiciones. Terence Davies lo sabe. Sabe también que tener certezas pasa por aceptarse uno mismo a la vez que se acepta todo lo demás, obedeciendo las reglas del juego, especialmente cuando uno viaja al pasado, que –como decía el novelista J. P. Priestley – «es un país extranjero; la gente en él actúa de manera diferente».
« Sunset Song » (2015) no debería resultarnos distante aunque sus planos a veces se tomen su tiempo para expresar algo , como si fueran cuadros en una pinacoteca . Funciona de una manera similar a cualquier lienzo de Jean-Baptiste-Camille Corot o Jean-François Millet , recordándonos no el carácter esotérico o sorprendente de las imágenes sino su simple existencia. En ese sentido, Terence Davies viene a decirnos que lo sorprendente no es vernos en un encuadre de una película, lo sorprendente es que ese encuadre todavía exista, como evidencia más de nuestra voluntad de supervivencia que de nuestra incapacidad para controlar cuanto se confabula contra nosotros (con ánimo de borrarnos y de borrar nuestra lucha en formato miniatura).
Contra la interpretación
Pasemos primero por la novela «Sunset Song» de Lewis Grassic Gibbon , publicada en 1932 y por la cual todavía es recordado su autor mayormente en Escocia. En ella se nos cuenta la historia de la familia Guthrie a partir del momento en que la madre descubre que otra vez se ha quedado embarazada, esta vez de gemelos, y se suicida. Varios hijos se van entonces a vivir con sus tíos, mientras Chris, su hermano Will y el padre de ambos se hacen cargo de las tareas para mantener a flote la granja de la que viven . Muy pronto Will emigra a Argentina, incapaz de seguir aguantando a su padre; este último sufre un ataque al corazón que lo incapacita para todo, aunque no para intentar mantener relaciones incestuosas con su hija, mientras esta última tiene que renunciar a sus sueños (convertirse en profesora para poder abandonar la vida rural) y se ve obligada a reflexionar sobre su familia antes de que lo haga el lector. Así, Chris llega a la conclusión de que su padre, pese a todo, no era un monstruo y se da cuenta de que lo único monstruoso es nuestra forma de vivir, obligados por circunstancias ingobernables .
La película no nos lo pone tan fácil. Aunque Chris ( Agyness Deyn ) sigue siendo una soñadora y su padre ( Peter Mullan ) una mala bestia, ella es la única heroína de la historia , donde una mujer es condenada a tener hijos hasta la extenuación, la ronda su padre como si fuera una presa fácil, y es violada legalmente gracias a un contrato matrimonial, con muy pocas armas para defenderse además de quitarse la vida, gritar o llorar . Si acaso, la versión de Terence Davies da un giro de 180 grados, situándose en una postura más feminista que nacionalista , en defensa no de los valores adquiridos por nacer en un terruño en el que sobrevivir lo justifica todo, sino más bien por los valores que deberían compartir cualquier raza, credo o sexo, en cualquier circunstancia, tiempo o lugar.
Las películas de Davies nos convierten otra vez en espectadores y nos piden que tomemos las imágenes como punto de partida
Muchas películas navegan en el espacio, acortando distancias espaciales; las de Terence Davies hacen también sus propios viajes, solo que en el tiempo, acortando distancias con el presente , para demostrarnos a veces la permanencia de cierto tipo de injusticias pasadas en nuestro mundo moderno, o simplemente para alertarnos sobre su posible renacimiento. Si queremos hacer psicoanálisis de las imágenes en «Sunset Song», podemos encontrar argumentos elocuentes que justificarían el carácter soñador de una mujer enfrentada al pragmatismo masculino porque en él no tiene cabida . Las imágenes, sin embargo, nos liberan de una carga tan pesada durante el metraje, entregándonos momentos epifánicos en los cuales todo parece en su sitio, como cuando se celebra el final de la cosecha y los agricultores lo celebran juntos, más allá de diferencias y odios, cantando; o durante la boda de Chris y Ewan ( Kevin Guthrie ), llena de momentos de eso que podríamos llamar «nostalgia del futuro» , de nuevo cantando.
« Voces distantes » («Distant Voices, Still Lives», 1988) y « El largo día acaba » («The Long Day Closes», 1992) sufrieron un particular proceso químico que potenció el nitrato de plata en sus imágenes y atenuó los colores, consiguiendo de esa manera un efecto escultórico gracias a las texturas de los encuadres . «Sunset Song», como « La casa de la alegría » («House of Mirth», 2000) o « The Deep Blue Sea » (2011), siguió una metodología diferente, similar a la de «Barry Lyndon» (1976, Stanley Kubrick ), donde la luz artificial de los focos fue sustituida por fuentes de luz natural o de velas titilantes. La idea era construir imágenes con una materialidad física incuestionable pese al carácter ficticio de la historia, como si hasta lo imaginario aceptase diferentes grados de separación con respecto a la verdad o a algún grado de verdad dependiendo de la veracidad del lenguaje que lo expresa. Davies, vaya por delante, no buscaba una luz real sino una luz sólida para avanzar en las tinieblas de la historia que nos cuenta la película . Buscaba un punto coincidente que, sin implicarnos de forma directa en la narración, nos impidiese rechazar o colocar las imágenes al lado del cine mainstream, donde la norma es que cualquier parecido con nuestro mundo sea una mera coincidencia.
Sólo lo necesario
Solo llegamos a ver lo necesario en «Sunset Song», sobre todo paisajes, figuras difuminadas por la luz o rostros en primer plano . Campos, una amplía línea del horizonte, figuras atravesando los encuadres; un pliegue, una arruga, una mano que intenta entrar en contacto nuevamente con el mundo… Van multiplicándose los detalles con una rara demora, que hace más táctiles los sentimientos de los personajes . Es como si nos colocásemos delante de lienzos, retratos y naturalezas muertas que nos obligan a estudiar el rictus, la disposición espacial, los claroscuros, la perspectiva, el cromatismo… Nada se dice de forma directa, todo se deja en nuestras manos , convirtiéndonos en los últimos responsables de que haya cosas que reaparezcan poco a poco o se borren de repente.
Los elementos dialécticos de Terence Davies no son las palabras, su discurso reside más bien en nuestra percepción. Sus películas nos convierten otra vez en espectadores y nos piden que trabajemos a partir de las imágenes, sin convertirlas en puntos de llegada; convirtiéndolas, en lugar de eso, en puntos de partida. Más que fotografías o álbumes, los planos de «Sunset Song» nos piden que recuperemos nuestra capacidad de ser testigos , recordándonos que todo cuanto podemos ver es aquello sobre lo que podemos intervenir aunque aquello que hemos visto ya no lo podamos cambiar.
Las películas de Terence Davies («Sunset Song», cualquier otra) nos recuerdan que a veces sobre lo que vemos, real o ficticio, puede caer una luz verdadera y esa luz es la que deberíamos seguir en nuestro camino, vayamos hacia donde vayamos, hacia detrás o hacia delante, hacia el futuro o hacia el pasado, porque lo que constantemente está amenazado es nuestro incierto, frágil y provisional presente , la manera en que lo vemos, la manera en que nos lo muestran, y la manera en que nos movemos en él, sin saber si vamos hacia atrás o hacia delante.