Ricardo Menéndez Salmón - Quinta Esquina
Lo que se veía desde la cima
La película «The End of the Tour» consigue retratar con tremenda lucidez y admiración a David Foster Wallace, uno de los mejores escitores del último medio siglo
A la luz de su contenido, podría conjeturarse que la literatura de David Foster Wallace no ha sido otra cosa que una enorme glosa a Joyce , a la consideración del mundo como epifanía y a la evidencia del escritor como su zahorí. La prolijidad extenuante de DFW fue su respuesta al carácter plástico de lo contemporáneo. Como Homero , como Herodoto , como Plinio el Viejo , DFW levantaba mapas del mundo: nombraba a los bárbaros, nombraba la lengua del Imperio , nombraba el territorio que aún desconocíamos. Así me agrada recordarlo: como alguien que nos mostró la geografía íntima del cosmos, el guía del desfiladero, un puntero luminoso en la tierra oscura.
Todavía hoy, siete años después de su suicidio, siento que la muerte de DFW es la única desaparición de un escritor contemporáneo que he sentido como algo propio . Para mí DFW ha sido el más grande entre los creadores nacidos en los años 60 del pasado siglo, el hermano mayor que había logrado conjurar el espíritu de velocidad, plasticidad y extrañeza del mundo en que vivimos , quien había acertado a desentrañar las líneas de fuerza rectoras de nuestra exhausta sensibilidad. DFW fue el lector de privilegio de una época que amenaza derrumbe por hartazgo, y que se cifra en lugares tan diversos como los cruceros de la tercera edad, las campañas políticas de antiguos héroes de guerra, los festivales de langostas, el cine de David Lynch o la literatura del agotamiento, caracterizaciones todas, por bizarras y antitéticas que puedan parecer, de la que fue su obsesión confesa: el intento por desentrañar el modo de vida americano .
Bellísimo homenaje
« The End of the Tour », la película de James Ponsoldt con guión de Donald Margulies que adapta el libro de David Lipsky «Although of Course You End Up Becoming Yourself», es un bellísimo homenaje al talento de DFW, a su tristeza, a su compleja humanidad . El esfuerzo de los actores que encarnan a Lipsky y al propio DFW, un espléndido Jesse Eisenberg y un apabullante Jason Segel , ilumina esta historia del encuentro durante cinco días del invierno de 1996 entre un periodista de «Rolling Stone» y un grande de la literatura, mientras DFW promociona «La broma infinita» y Lipsky lo acompaña al tiempo que prepara un artículo para su revista.
En la película se insinúa la presencia del malestar como condición cultural y destino común . También de la escritura como terapia y de la escritura como condena, de la escritura como placebo improbable. Queremos dar fe de lo que sucede y nos dotamos de un instrumento que suponemos poderoso, pero todo lo que alcanzamos a señalar son las sombras de lo vivido: la escritura es un fracaso, la escritura es una aporía , la escritura no puede, no sabe, no alcanza a decir aquello que anhelamos, deseamos, necesitamos mostrar. Nuestro trabajo es siempre un «work in progress»; nuestra condición, la de principiantes; así como el malestar y la tristeza nos devoran, así la escritura –ese supuesto paliativo– es sólo un síntoma más de la enfermedad. Escritura o vida: un conflicto irresoluble . Mirar al sol nos ciega; describirlo, nos obliga a un falso rodeo. Qué hacer, entonces.
David Foster Wallace fue el lector de privilegio de una época que amenaza derrumbe por hartazgo
DFW diría que, decididamente, estamos solos. La condición del hombre posmoderno no es el triunfo sobre la Naturaleza, la apoteosis del «Esto Ya Lo Hemos Visto» o el pasmo ante los logros de la ingeniería genética: la condición del hombre posmoderno es la pura, absurda, desasosegante soledad . Todos los trajes que nos probamos –comunidades virtuales, delirantes interfaces, hipervínculos, hiperlenguas– son máscaras para ignorar el quinto aminoácido sobre el que se erige la vida actual: la angustia, el desarraigo, la imposibilidad de un esperanto de la emoción que nos regale un vínculo legítimo , solidario, estrictamente humano. Así que se escribe para no desesperar. Vivimos como soñamos: en soledad, decía Conrad ya en 1899 mientras desde la desembocadura del Támesis su cómplice Marlow narraba la locura de Kurtz en las aguas del río Congo. «Mutatis mutandis», ahí seguimos.
Palabras vacías
Intenta comprender a una persona, intenta conocerla, intenta interrogarla sin parecer un miembro de la Gestapo, y todo lo que descubrirás será una cabeza por encima de la superficie. Amistad, amor, altruismo son palabras vacías de contenido, como la montaña dorada de Meinong. La incomprensión es el vínculo de la especie y DFW su rapsoda : nadie como él en sus textos, por debajo del aspecto retozón, a menudo desopilante de su prosa, para radiografiar el desconcierto de una época. Si se canta lo que se ha perdido, en literatura se diagnostica lo que se padece: un hombre frente a una tarea ingente; así me imagino a veces al escritor de Bloomington, el mismo que acabó balanceándose en la supercuerda de su talento: un héroe intelectual en completa soledad .
Todo ello aparece en la cinta de Ponsoldt, uno de los más rotundos esfuerzos que el arte ha hecho por trasladarnos la verdad de una singularidad expuesta al vigor de su genio y al esfuerzo por convivir con el espanto de la propia lucidez. La mirada de Lipsky, el periodista que como un enano camina a la sombra del gigante de la literatura por los paisajes nevados del Medio Oeste, se revela en su ambigua admiración como un cicerone perfecto para penetrar en el misterio que fue DFW. Haremos bien en agradecer que el cine, el generador de iconos por antonomasia, haya recogido tan pronto, cuando la memoria de su protagonista aún sigue candente, el testigo para dar cuenta y homenajear desde el respeto y la melancolía a ese hombre a quien aterró lo que se veía desde la cima de la montaña.