ARTE

Todas estas ruinas serán (las) nuestras

De las ruinas clásicas a la ruina en la que se ha convertido hoy Europa. CentroCentro compone una visión densa y transversal, no sólo desde el arte, sobre el Viejo Continente

«Europa sostenida por África y las Américas. Una profecía», de Leah Gordon

ÓSCAR ALONSO MOLINA

Lo anuncia con cierta ambigüedad un letrero, justo antes de empezar el recorrido: «Todas las imágenes de esta exposición deberían herir la sensibilidad del espectador. Además, algunas pueden hacerlo en el sentido convencional de esta advertencia». Y es que, en efecto, hay momentos concretos en esta magnífica muestra que a determinado público le resultarán intolerables (durísimos relatos y escenas de campos de concentración, de nomenclatura médica, de experimentos inhumanos, de la guerra...), mientras en paralelo, y mucho más discretamente, el conjunto apunta casi sin que nos demos cuenta a otro tipo de heridas, no tanto físicas, sino las morales o políticas que a todos nos incumben en la construcción histórica y del presente europeos.

Surgen chispas

Los comisarios se han propuesto apuntar un relato de la idea de Europa, de lo que esta sea, a partir de acumular imágenes con un cierto orden -aunque no evidente ni sistemático-, pero que permita que de la cercanía, confrontación o «diálogo» entre ellas surjan chispas, iluminaciones que arrojen luz momentánea sobre aspectos parciales con que abordar, siquiera provisionalmente, semejante empeño. El espíritu de la cita parece destinado a una narración entrecortada, balbuciente, melancólica y débil , desde el momento en que se pone bajo el ascendiente de Benjamin y sus «imágenes dialécticas». Relampagueantes destellos surgidos del encuentro entre el pasado y el presente que, junto con el titánico impulso del Atlas de Aby Warburg , el otro gran referente que sirve de guía al proyecto, se coordinan aquí para hacer «una lectura a contrapelo y una memoria, la europea», a través de la noción de ruina.

El resultado es sorprendente e inagotable, pero a costa de ser denso y desmedido, incluso por momentos farragoso. Pero me temo que no haya otra manera de abordar esfuerzo semejante sin asumir hasta cierto punto esas flaquezas. Posiblemente una única visita no le proporcionará al espectador todas las claves de lectura que aquí se acumulan, ni los estratos que se superponen en este apretado juego de reenvíos entre piezas que cruzan sus miradas, intenciones y guiños a una velocidad sorprendente. De hecho, parece poco probable que al común de los mortales le dé siquiera tiempo en un primer intento a ver todas las obras -incluyendo los largos vídeos- y leerlo todo. Atender a todos los detalles (el apartado bibliográfico, por poner un ejemplo llamativo, es extensísimo y muy sugerente), y toda la información que se ofrece exige un espectador atento, documentado, ambicioso y curioso, sí, pero ante todo paciente y con muchas horas por delante.

Pero he aquí una de las grandezas de esta exposición: en su propia complejidad, en sus múltiples lecturas oblicuas que se cruzan, se trama como una red donde la curiosidad del espectador -cuando no su conciencia de estar inmerso en un debate actual- le atrapará en algún momento. A ello ayuda el modelo enciclopédico empleado, inspirado en la ya mítica exposición Atlas de Didi-Huberman en el Museo Reina Sofía de hace seis años, sólo que aquí la cosa se atomiza y aprieta hasta el límite, y las obras de arte, antiguas o contemporáneas, se presentan junto a todo tipo de documentos: planos, gráficos y estadísticas, mapas, fotos, maquetas, vaciados, primeras ediciones, facsímiles…

La manera de poner límites al caos ha sido una férrea división en cuatro apartados, donde incluso el tipo de montaje varía sutilmente para marcar ritmos y ambientes diferenciados. Desde allí se organizan núcleos donde encontramos la representación de la ruina encarnada en diferentes aspectos.

El canon ideal

El hilván argumental del primero, «Naturaleza / Cultura / Cuerpo» , se centra en los cánones ideales que han construido desde el origen la idea del hombre, de la ciudad, la arquitectura o del arte europeos (recuerdo a Salvatore Settis proponiendo que Europa no será sino la renovada voluntad de lo clásico), así como las sucesivas réplicas y reacciones que suscitaron. El segundo, llamado «Infraestructura» , alude «al tejido institucional que ordena, produce y gobierna la idea de Europa», apuntando cómo el exceso de control y vigilancia amenaza una de nuestras grandes construcciones: la democracia. Por su parte, bajo el epígrafe de «Superestructura» , se hace una interpretación relajada del concepto marxista para aplicarlo a las variadas formas y dispositivos, símbolos y técnicas en que la vida social y económica se superponen. Por último, en «Destrucción / Reparación» , se muestra el continuo desmoronamiento del cuerpo ideal (humano, social, cultural, político, alegórico) que late bajo la idea de Europa, y que nos ofrece a menudo un campo de ruinas, un torso mutilado, sobre los cuales la idea de reconstrucción y restauración encuentran su incesante tarea.

«¡Ah, todos amábamos nuestra época, que nos llevaba sobre sus alas, todos amábamos a Europa!» , le oímos decir a un europeísta convencido como Stefan Zweig, recordando ese instante de 1913 en que todavía parecía cristalizar el sueño de una cultura continental común e inquebrantable. Pero, como esta exposición viene a recordar fatalmente, a esta idea le responderán todas esas ruinas que algún día serán (las) nuestras.

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