ARTE

Esther Ferrer, menos es mucho

Las instalaciones que esta gran creadora donostiarra traslada al Guggenheim nos acercan a su faceta de dama de la «performance» desde otra perspectiva

«Entrada a una exposición», de Esther Ferrer

NOEMÍ MÉNDEZ

La veterana y Premio Nacional -y Velázquez- Esther Ferrer nos deslumbra en el Museo Guggenheim con una propuesta comisariada por Petra Joos que, a pesar de estar compuesta exclusivamente por once piezas, muestra con contundencia una parte importante de las investigaciones de esta artista.

Ubicadas con coherencia y medida, las obras pueden degustarse con total independencia unas de otras y, además, ayudan a establecer una lectura coherente de los trabajos en los que la donostiarra centra su interés en conceptos como los de la medida y el espacio.

Las interesantes propuestas de Ferrer son totalmente instalativas y podrían hacernos olvidar que es una de las artistas de performance más reconocidas de nuestro país, ya que es fácil sumergirse en esta faceta, aparentemente más estática de la creadora.

Gran exquisitez

Lo cierto es que para los que nos sentimos especialmente atraídos por toda esta parte de su trayectoria, la muestra, que puede visitarse hasta junio, se torna como una pequeña-gran exquisitez de formatos y contenidos que son de carácter efímero pues, una vez termine la muestra, no volverán a presentarse y sólo quedarán los bocetos, las fotografías y maquetas. Esther Ferrer. Espacios entrelazados presenta nueve instalaciones inéditas hasta la fecha; y dos de las once piezas propuestas del total son interactivas, ya que sólo se activan con la implicación del espectador. Aunque nuevamente sólo en apariencia, puesto que sólo con movernos, también las instalaciones espaciales cambian completamente ante nuestra mirada.

En Las risas del mundo , por ejemplo, Ferrer parece proponernos componer una sinfonía, la nuestra propia, dejando en nuestras manos la activación de cada una de las treinta y siete pantallas con risas grabadas en diversas partes del planeta , convirtiéndonos en los directores de la melodía que inunda la sala por momentos; diferentes y no tan sutiles matices, ante un lenguaje totalmente universal.

Entrada a una exposición es otra de las piezas en las que el espectador puede «poner en marcha» al sentir el tacto de unas delicadas plumas de marabú. Con esa sutileza, Ferrer intenta hacer una llamada a nuestros sentidos, de modo que nos percatemos de mantener atenta nuestra percepción «en» la exposición, y también de que la piel que nos cubre es seña, objeto e información sobre nosotros mismos. Tres metros de pasillo creados por una cortina de plumas totalmente a oscuras que podrían llevarnos, incluso, a desorientarnos en el espacio o a sumergirnos en otras realidades... Como el propio arte.

Las mismas plumas se convierten en una nueva instalación no premeditada, ya que inundan el suelo de la sala y parte del centro al ser transportadas por los espectadores que se adentran en la obra. Las instalaciones espaciales son, sin duda, las estrellas de la cita. Necesitan que nos movamos, que permanezcamos atentos para ver cómo pueden variar con un simple movimiento que hagamos y cómo los cables invisibles al espectador ayudan a construir arquitecturas dibujadas en el aire.

Sus números primos

Ferrer explica cómo somete estos elementos a un intenso rigor matemático, basado en retículas o en números primos que alteran la percepción del espacio y su tránsito por él. Dibujos concebidos en tres dimensiones que el espectador contempla en movimiento , visualizando sus diferentes perspectivas. Para esta creadora es importante que el espacio no sea sólo el soporte de la obra, sino que le confiere a éste una importancia mayor al convertirlo en parte fundamental de la misma al adquirir presencia y completar su significado y experiencia.

Dos instalaciones con sillas , elemento que siempre ha interesado a la autora por ser tan variable a pesar de tener una misma función (por su capacidad de variación en el espacio), también forman parte de la exhibición.

Como tótems se erigen, por su parte, las torres de jícaras eléctricas sobre un lecho electrónico ; un paisaje dibujado con cables y material de desecho que parece reclamar una caída de lo digital y un mayor contacto con la percepción humana, pues, además, está enfrentado a las orgánicas plumas de marabú.

Sin duda, tras la retrospectiva del Museo Reina Sofía , está claro que el Guggenheim ha sabido coger el testigo de lo que parecía reclamarse a gritos: lecturas justas, con una visión global, sobre una de las artistas más personales y relevantes del panorama contemporáneo español.

Esther Ferrer, menos es mucho

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