CINE

«High-Rise»: A cinco minutos del futuro

Ben Wheatley consigue transmitir en «High-Rise» la poesía perturbadora y el negrísimo humor de la novela homónima de J. G. Ballard, un relato de lucha de clases en vertical y con ascensores (estropeados, por supuesto), que se acaba de estrenar

Tom Hiddleston se luce en el papel protagonista de «High-Rise»

HILARIO J. RODRÍGUEZ

Como escritor de ciencia ficción, J. G. Ballard siempre se mostró demasiado perezoso para apartarse del presente. Su visión del futuro consistía en que vivimos a no más de cinco minutos de él, entre los pliegues del tiempo, donde lo importante no es lo que sucederá sino más bien lo que ya está sucediendo . Por eso su obra no propone imágenes nuevas y se conforma con provocar inquietud en torno a las que todos podemos ver a diario, robándole el aire de familiaridad que proyectan. Así, una carretera puede transformarse en una cicatriz, una tramo de escaleras en una losa, un coche en un ataúd, un edificio en un cementerio, y el cuerpo humano en un campo de batalla.

La singularidad de cuanto proyectan sus novelas y relatos quizás provenga de su origen, porque nació y se crió en la periferia del Imperio Británico poco antes de su desmantelamiento durante la Segunda Guerra Mundial, mientras el mundo sufría una de sus mayores transformaciones y él sobrevivía en un campo de concentración japonés . Es difícil creer en algo, y mucho menos en las promesas de la modernidad, cuando lo pierdes todo de repente , como le sucedió a él.

Leer/Entender/Adaptar

A Ballard cabe considerarlo un exiliado del tiempo, un poeta con una conciencia trágica de la existencia, sin mucha fe en nada pero con un espectacular talento para describir las ruinas de cualquier porvenir . Descrito así, Ben Wheatley no parecía el cineasta más apropiado para adaptarlo. Sus anteriores películas, «Down Terrace» (2009), «Kill List» (2011) o « Turistas » (2012), lo presentaban como alguien capaz de mezclar el cine de género más sofisticado y la brutalidad de cierto cine social . Un extraño ejemplo de doctor Jekyll y Mr Hyde, de personalidad escindida entre Nicolas Roeg y Mike Leigh , refinado visualmente y tosco dialécticamente. La única coincidencia entre el novelista y el cineasta es el carácter apátrida de ambos, viviendo con incomodidad, Ballard porque perdió el utópico paraíso de su infancia en Shanghai y nunca pudo tomarse muy en serio Gran Bretaña, y Wheatley porque fue testigo de la distopía en la que vivieron sus padres tras la debacle socialista en los 70 y las reformas conservadoras a partir de los 80 , que prometían un mundo mejor que nunca acabó de cobrar forma.

Ambos narran los mismos hechos, desde perspectivas diferentes , desde clases diferentes, algo que hasta cierto punto los convierte en cómplices. Ballard decía que «la tarea de un novelista es la de un científico: diseccionar el cadáver»; Wheatley dice que «la tarea de un cineasta es la de servir de testigo, de sí mismo, del mundo donde se mueve». Son dos puntos de vista sobre un único asunto: ayudar a ver no para prevenirnos sobre el futuro sino más bien para instalarnos en él , con cierto grado de poesía perturbadora y con toneladas de humor caníbal.

Esta película deja claro que cuando los cimientos de la sociedad se tambalean, la sociedad entera se acerca a su apocalipsis

La novela «High-Rise» nos introduce en un universo sin leyes narrativas aparentes, construido a partir de una unidad de lugar donde sucede todo, en un edificio ultramoderno que simboliza las aspiraciones verticales de la modernidad y también las brutales diferencias de clase . Ricos y pobres viven en él aunque no compartan experiencias. Unos y otros entienden que la altura se gana cuando alguien se pone por encima de los demás, lo que no entienden quienes viven en lo más alto es que si por cualquier causa quienes viven en lo más bajo se mueven, el edificio entero puede desmoronarse . No hay un punto de vista, hay una visión caleidoscópica. Cuando algo malo sucede en cualquier planta, puede afectar al conjunto. El conjunto, por supuesto, es la realidad. Y la realidad es muy caprichosa si uno la observa de una vez, sin aislar sus partes. Se diría que entonces parece un asunto de ciencia ficción.

En la película se comienza con una imagen del doctor Robert Laing ( Tom Hiddleston ) comiéndose un perro en un apartamento de lujo convertido en algo así como la cueva del hombre moderno. Un «flashback» de tres meses nos explica cómo llegó ahí y cuáles fueron las circunstancias que lo colocaron donde lo vemos por primera vez. Vive en los pisos intermedios de un rascacielos diseñado por Anthony Royal ( Jeremy Irons ), adonde se muda por motivos y fines que nunca se nos dicen. Las fiestas se suceden, los ascensores dejan de funcionar, se corta el suministro de luz, y muy pronto el carácter orgiástico de las celebraciones se mezcla con las quejas , y los inquilinos de los pisos proletarios suben a pedir explicaciones. A medida que ascienden su rabia se convierte en salvajismo al ver a las clases más altas celebrando la confusión con bailes de disfraces que los presentan como aristócratas de la corte de Luis XIV en vísperas de la Revolución Francesa. Y todo se vuelve grotesco y también violento . Se mezcla la música, el sexo y la sangre...

«High-Rise» como novela explora de qué manera nuestra forma de concebir el mundo, desde un punto de vista arquitectónico, nos convierte en individuos violentos; como película deja claro que cuando los cimientos de la sociedad se tambalean, la sociedad entera se acerca a su apocalipsis . Las dos versiones están ambientadas en la década de los 70, cuando –como dice Ben Wheatley– el futuro acabó alcanzándonos con una utópica promesa que muy pronto se convertiría en una distopía: la de vivir en un espacio común en el que cada uno tiene que ocupar el espacio que le sea asignado. El problema, claro, es quién decidirá cuál es nuestro lugar y con qué fines , porque es difícil aceptar soluciones individuales para problemas colectivos sin que en algún momento la cosas hagan ¡¡¡BUM!!!

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